Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de marzo de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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ay que decirlo de una vez, claro y para siempre. Juan Pedro Viqueira es el mejor historiador de su generación. Así quedó en evidencia desde que publicó sus ideas sobre el sentimiento de la muerte en México en el siglo XVIII, o su ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces. La calidad de su trabajo con las fuentes, su imaginación y su sensibilidad nos llevaron de la mano a gozar vidas idas.

En él todo se destiló y se hizo esencia cuando mudó de geografía y publicó María de la Candelaria, india natural de Cancuc, novela sobre la rebelión indígena de 1712 en la que el hilo central tejía una dramática trama sobre la aparición de la Virgen en esa región chiapaneca. Así comenzó a sentir que había que desentrañar, poco a poco, sin prisas pero sin pausas, los rumbos de la historia universal de Chiapas. Se sumergió en los confines de ese territorio, los recorrió a pie para conocer palmo a palmo su geografía llevando siempre como guía infinidad de fuentes históricas encontradas en los archivos del mundo.

Se detuvo un poquito para transmitirnos sus Encrucijadas chiapanecas: economía, religión e identidades, y siguió caminando y caminando para mantener una conversación permanente con hombres y mujeres de todos esos siglos que van del XVI al XXI escuchando, mirando, imaginando, reviviendo las mutaciones de los días y las horas de las personas y el paisaje. Al cabo de los años entendió que la historia demográfica es el fundamento de la interpretación de los otros universos de la historia y que sin ella, toda afirmación sobre el pasado se ve privada de su contexto humano más inmediato y tangible. Si se entiende el proceso demográfico, se entiende la relación de los hombres y mujeres con el mundo a través de los tiempos. Y claro, como esa historia no existía, decidió construirla y al cabo de los años nos regala, junto con Tadashi Obara-Saeki, El arte de contar tributarios: provincia de Chiapas, 1560-1821.

A todos queda claro. A unos días de aparecer El arte de contar tributarios ya es un clásico. Como los inmensos trabajos pioneros de Sherburne Cook y Woodrow Borah sobre la población indígena de México en el siglo XVI, o los de Silvio Zavala sobre las Fuentes para la historia del trabajo en la Nueva España y El servicio personal de los indios en la Nueva España, que son un monumento, la nueva obra sobre la Provincia de Chiapas será referente estelar de la historiografía universal.

Como si las valiosas prendas relacionadas con las maneras de construir las historias que nos comparte este libro fueran pocas, al momento de abrir sus páginas queda clara la comprensión de que el pasado creció, que hoy existen nuevos modos de leer y nuevos modos de escribir. Esos verbos han dejado de tener una definción inmutable. Las nuevas tecnologías no son ajenas a esta realidad. Internet, libros electrónicos, big data, hipertextos, han cambiado y acelerado sustantivamente la manera de construir el conocimiento y, sobre todo, la manera de comunicarlo.

El arte de contar tributarios es así uno de los primeros ejemplos académicos de las humanidades digitales en México. La heterodoxia campea en sus páginas invitándonos a mil y un maneras de leer, a empezar y continuar la lectura en muy diversos lugares del libro de acuerdo con cada una de las necesidades o deseos. Partiendo de una narrativa que expone en forma de relatos las diversas generalidades del tema principal, el lector puede saltarse capítulos, regresar, comenzar por el final; aquí se nos invita a jugar con Julio Cortázar y su Rayuela. Por si fuera poco, el libro crea un sitio en la red que aloja la información básica sobre la que se sustentan las revelaciones. Es una mina: allí se alojan las fuentes en tres bases de datos, todos los cuadros estadísticos que los autores crearon y las fotografías digitales de los documentos originales utilizados. De esta manera se cultiva una nueva forma de leer, se abren nuevas veredas para universalizar los sentidos de los datos acumulados, se crean posibilidades inéditas para hacer accesibles los materiales en bruto utilizados en el cuerpo narrativo de los relatos y, por supuesto, se atrae la atención sobre la compleja tarea que requiere la interpretación del pasado.

Sí, la apuesta está ganada. El arte de contar tributarios suscita nuevas formas de lectura de la historia y su concepción, como una obra musical, trae implícita una nueva forma de crear y de socializar el conocimiento. Sobre la trama de esa sinfonía Juan Pedro Viqueira se dispone, ahora sí, de manera sencilla y luminosa, a componer sus nuevas historias de Chiapas. Al leerlas, sabremos de nuevo que estamos ante un clásico, ante el mejor historiador de su generación.

A la memoria de Miroslava Breach