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Nostros ya no somos los mismos

El dilema: seguir siendo panista o convertirse en independentista

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Si considera de un gran efecto mediático llevar una ofrenda floral al soldado desconocido en el cementerio de Arlington, se debería hacer lo mismo a las múltiples fosas clandestinas que aparecen diariamente en el territorio nacionalFoto Sergio Hernández Vega
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ompletemos, de entrada, los puntos suspensivos que, obviamente, dejaron en suspenso nuestros dos párrafos finales el pasado lunes. 1.- Lorenzo de Zavala (Mérida 1788). En 1824 presidente del Congreso Constituyente, secretario de Hacienda, gobernador del estado de México y ministro plenipotenciario en Francia. Por sus ideas independentistas fue recluido en San Juan de Ulúa, pero tan pronto fue liberado continuó con su lucha liberal y federalista. A él se debe en mucho el ascenso de Guerrero al poder y al predominio del rito yorkino de la masonería. Bueno, pues que a este combativo político, historiador, diplomático le da por terminar su vida con un final que, de verlo en una producción cinematográfica, el respetable hubiera opinado que era absolutamente descabellado: al terminar su encargo de ministro plenipotenciario en Francia, el señor Manuel Lorenzo Justiniano de Zavala y Sáenz decidió no regresar a su país, se asentó nada menos que en el insurrecto territorio de Texas y se convirtió en uno de los promotores más activos de la alevosa separación (¡alentada, ni se imaginan por quién!). Zavala, merced a su defección por demás inexplicable, llegó a ser diputado por el distrito de Harribourg, delegado a la Convención de Washington que proclamó la anexión de Texas y nombrado vicepresidente de la República de ese nombre. A su muerte, en 1836, fue considerado traidor a la patria. Pero la vida es una tómbola, tómbola: y ahora, casi 200 años después, una realista, centralista, conservadora, mucho menos lúcida que don Diego de Zavala, por supuesto, pretende en su beneficio reivindicar ese abolengo, esa estirpe por demás cuestionable. Lamentablemente las encuestas aún no la orientan lo suficiente para que ella se pueda definir si quiere seguir siendo panista o convertirse en independentista; continuar mustia y abnegada, o transformarse en feminista y liberada; nacionalista o trumpista. Accionista de la Federación Nacional de Guarderías, o madrina del Benemérito Cuerpo de Bomberos. En Semana Mayor, días de perdón, oración y recogimiento, encomendémosla para que se aparte de las tentaciones familiares, sean ascendentes (el presidente texano), colaterales (acusados de plagio o uso delictivo de artilugios electrónicos para trucar una elección), o por afinidad: (el cónyuge que no puede contestar un amable ¡salud! sin efectuar un saludo hitleriano). Señora: un sano consejo propio de la temporada: para su mejor suerte, de la familia, entre más lejos mejor. Y otro más: si considera de un gran efecto mediático llevar una ofrenda floral al soldado desconocido en el cementerio de Arlington, considere hacer lo mismo a las múltiples fosas clandestinas que aparecen diariamente en el territorio nacional y que son resultado de la estúpida guerra con la que su cónyuge pretendió esquivar su miedo, incapacidad y carencia total de calidades humanas para ocupar el cargo más honroso a que puede aspirar un ciudadano y al que él se coló como un ratoncito medroso y cobarde.

Pero demos un salto en el tiempo, aunque las viejas condiciones prevalezcan. En 1863 el ejército francés, al mando del general Bezaine, toma la ciudad de México. Luego el general Forey, jefe general del ejército invasor, ordena a los mexicanos constituir una Junta de Gobierno (35 personas), encargadas de elegir a tres ciudadanos que constituirían el Poder Ejecutivo y a 215 para que determinen la forma de gobierno que consideren conveniente para la nación. ¿Queda claro? La voluntad de todo un pueblo depositada en la conveniencia de 215 individuos, cuya catadura moral era precisamente lo que los hacía elegibles: canallas, convenencieros y traidores. ¿Y sus descendientes, habrán logrado transformar su ADN?

Vean lo que registran las crónicas del 3 de octubre de 1863. Los papeles rosas de la época reseñaban la cordial recepción que se dio a los miembros de la Junta de Notables que habían llegado desde tan exóticas, desconocidas y ambicionadas tierras, mal conocidas por muchos todavía, como Nueva España. Para ese entonces México había sido ya un frustrado imperio y a la sazón se empeñaba en ser una república liberal y popular y democrática. Sin embargo, cinco fracasados, perdidosos de la Guerra de Reforma, y enfermizos enemigos de la Constitución y del señor Juárez, preferían el yugo, y el sobajamiento extranjero a la ignominia de haber sido derrotados por un pueblo de indígenas, es decir, de entes a los que los conquistadores y su Iglesia o… la Iglesia y su soldadesca, aún no decidían si les otorgaban el privilegio de considerarlos seres animados. Y por supuesto que no me refiero a un simple estado de ánimo (alegre y bullanguero), sino a la calidad esencial de ser tratados como personas, dotadas por el Supremo Hacedor de un alma. No dudo que muchos de los más conspicuos conservadores de entonces (¿y por qué nada más los desde´nantes?) se atrevían, santiguándose, a la herejía: ¿Tú crees que se le haya pasado a Dios Padre, darles alma a estas acémilas?). Pues si hubiera sido así, júralo que no todas las almas son iguales. También en eso debe haber clases.

Pero regresemos a ese 3 de octubre y, como nos recomendaban nuestras mamases, cubrámonos el pecho y la nariz pues en este mes (octubre, un día antes del cordonazo de San Francisco), los vientos que corren por la Costa de Trieste, sobre la que está el castillo de Miramar son gélidos, pese al ardiente entreguismo, a la intensa fiebre de sumisión que consumía las almas esclavas de estos traidores. Con voz meliflua, uno, con engolada y servil, la de otro, diputaban por ser el mensajero de la buena nueva (para los mexicanos, por supuesto): “...Y aquí nos tiene nuestro súper, recontra, archiduque, enfrentando no los procelosos mares que nos separan, sino aprovechando el agua, elemento preponderante en nuestros organismos que nos acerca (jamás diría, nos igualan). Seguramente el agua que corre por los nobles y hemofílicos cuerpos de los miembros de las casas reinantes en Europa es carbonatada, quinada, tiene calcio, fósforo, magnesio, zinc y la nuestra sólo un poco de cloro, pero no saben qué útil va a ser para curar a los niños de allá de la Veracruz donde los europeos no descubrieron una futura enfermedad que se llamará cáncer.

Bueno, pues que la patria de los mexicanos, con todo respeto para su muy superior voluntad, le suplica aceptar la súplica, la rogatoria que le formulamos en nombre de TODO el PUEBLO mexicano para que se digne aceptar el título de Emperador de México (luego si usted lo ordena, le quitamos la molesta X). 2.- Nuestras modestísimas sugerencias son: “La nación mexicana adopta por forma de gobierno la monarquía moderada (cuando no haya pan habrá croissant clásicos de Jeffrey Hamelman). La corona imperial se ofrece a S.A.I.R, el príncipe Maximiliano archiduque de Austria, para sí y para sus descendientes (así fueran éstos oligofrénicos profundos)”. Y asómbrense e indígnense con esta prevención: En caso de que por circunstancias imposibles de prever, el archiduque Maximiliano no llegare a tomar posesión del trono que se le ofrece, LA NACIÓN MEXICANA se remite a la benevolencia de S. M. Napoleón III, emperador de los franceses para que le indique otro príncipe católico.

La patria, reconozco, no es sólo la clase en la que se nace y difícilmente logra liberarse con una educación pobre, dogmática, sumisa, oscurantista, plena de magia y superchería.

Después de este rápido repaso a ciertos capítulos de la breve historia de nuestro país (me quedé en el siglo pasado). No tocamos ni la Revolución y las intervenciones extranjeras ni la Segunda Guerra Mundial y los comportamientos de los panistas pronazis que exhibió don Fisgón y que nadie fue capaz de corregirle, ¿no se les mueve la inquietud de preguntarnos la neta, la absoluta neta: ¿en verdad somos los mismos, constituimos una misma patria y, en circunstancias semejantes, actuaríamos unidos en defensa de la nación que sentimos ser?

Me faltan algunos datos para apuntalar mis hipótesis: ¿imaginan los integrantes de la élite política mexicana que son propietarios en Estados Unidos, que el pago del predial les garantiza otra nacionalidad y de primera?

¿Cuántos millones de dólares retiraron los extranjeros en bonos del gobierno federal?

¿Cuántos millones de dólares fueron transferidos al extranjero por pudientes muy mexicanos, y cuántas las remesas enviadas a México por los miserables trabajadores migrantes, también mexicanos?

Éstas y otras minucias me ayudarán a que mi médico C.A.S. decida si lo que retuerce es mi colitis, o si mis viejos achaques son la madre de todas mis colitis.

Terminemos con la imagen del México en el que, no todos somos, ni cabemos.

Twitter: @ortiztejeda