Opinión
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Ciudad perdida

Una cueva de espionaje y negocios

U

n pequeño grupo, el más influyente del gobierno pasado en la Ciudad de México, sabía de su existencia y le había dado un nombre en clave: la cueva.

Ninguna otra mejor forma de describir que lo que allí pasaba no debería salir a la luz pública por ningún motivo. Se trataba de un centro de espionaje, sí, pero después se convirtió en un negocio que, según se dice, sirvió para enriquecer a quienes podían tener acceso a la información que allí se producía.

Si bien el espionaje permaneció como el motivo de su existencia, los instrumentos de geolocalización disponibles descubrieron un filón que, según algunas investigaciones, servía para obtener información de los predios vacíos de la ciudad y de su situación jurídica.

Se hallaron más de 8 mil lugares susceptibles de compra o enajenación. Los datos, se afirma, eran conocidos por algunos cuantos, entre ellos Manuel Granados, que en algún momento tuvo, como líder de lo que fue la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, la posibilidad de cambiar el uso de suelo de algunos predios.

La historia de la Ciudad de México pudo haber cambiado a partir de esa información.

A la entrada de las oficinas de la calle Márquez Sterling, los visitadores de la Procuraduría General de Justicia de esta capital se toparon con una máquina para hacer reproducciones de gran formato, de esas conocidas como plotter, mediante la cual se imprimían planos parciales de la ciudad que señalaban los lugares por donde transitaban los objetivos a investigar. (En poco tiempo supieron que se podían explorar los terrenos que se hallaban baldíos).

Y no sólo eso, también se hacían copias de los mensajes escritos que se enviaban de funcionario a funcionario, por ejemplo, pero esos datos no nada más eran el instrumento de vigilancia, hay quienes aseguran que servían para someter a algunos miembros del gabinete que se portaban mal.

También se hacían grabaciones, aunque éstas no eran constantes. Cuando se tenía a un objetivo definido se le podía poner bajo vigilancia constante las 24 horas. Tener el control sobre funcionarios, periodistas, líderes de la iniciativa privada o de organizaciones no gubernamentales era cotidiano, pero también se pedía observar a algunos familiares de funcionarios que no eran muy confiables.

Control era la razón que se esgrimía para el espionaje, y quienes estaban bajo sospecha recibían en sobres anónimos, o de manos de algunos agentes de la policía, copias de los mensajes que escribían. Era un primer aviso, un: te tenemos bajo la lupa.

Una de las más asiduas protagonistas de esos instrumentos de vigilancia era la actual secretaria de Gobierno de la ciudad, Rosa Icela Rodríguez Velázquez, pero no era la única. A esta funcionaria se le hicieron llegar incluso copias de sus conversaciones vía chat. Como ella, otros figuran en alguna de las listas que no salieron de la cueva antes de que la PGJ interviniera.

También se tenía en el listado a César Cravioto y José Alfonso Suárez del Real, y se dice que también había un lista de delegados, entre los que estaba la actual jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Por lo pronto, las investigaciones siguen su curso.

De pasadita

Parece que la Cuarta Transformación no llega a las calles de esta ciudad. Los policías de tránsito mantienen su apoyo a las empresas de parquímetros, los camiones repartidores hacen con las calles, incluidas las banquetas, lo que mejor les place, y para colmo, los choferes de los vehículos para transportar basura ni enterados están de que existe un Reglamento de Tránsito y son un obstáculo a la movilidad con fluidez en la ciudad.