Cultura
Ver día anteriorJueves 19 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Otelo
E

s excelente la idea de Enrique Singer, director general de Teatro de la UNAM, de proponer en los dos teatros contiguos del Centro Cultural Universitario el clásico shakespereano y su réplica moderna, Desdémona o la historia de un pañuelo de Paula Vogel, que tendrán temporadas simultáneas a la par de conferencias y películas acerca del tema. Ambas obras fueron traducidas y adaptadas por Alfredo Michel y la primera en estrenarse es Otelo bajo la dirección de Claudia Ríos. Michel pone en muy buen lenguaje contemporáneo el texto traducido, al que sigue en todo clarificándolo e incluso respetando los rimados del jocoso ingenio de que hace gala Yago para entretener a Desdémona y su pequeña corte en Chipre a la espera de Otelo y algún corte en esta adaptación, como de unos prescindibles parlamentos al final de la obra, la hacen más escenificable en la época actual. Poco se puede decir de una de las obras más estudiadas y representadas en la historia del teatro universal, pero sí de la manera en que la directora encara su texto.

La escenografía de María Fernanda Dibildox y Janet Maggi consiste en una serie de paneles corredizos que ofrecen los diferentes lugares pedidos, algunos subrayados por un paisaje que se descubre al descorrerse y sin ningún mobiliario excepto el indispensable lecho de la muerte de Desdémona que surge del suelo en ostensible color rojo y en cuyo alrededor el suelo se advierte simbólicamente resquebrajado. Es una escenografía deliberadamente parca, con la iluminación de Matías Gorlero que recurre a oscuros y luces cenitales para aislar a algún personaje en esos apartes que se convierten en reflexivos monólogos, y contrastante con el colorido vestuario de María y Tolita Figueroa que es una espléndida mezcla de medievo con época isabelina. El efecto escénico de todo esto resalta la figura de los personajes y por lo tanto se apoya en los actores con resultados muy desiguales.

A veces, los añadidos textuales y escénicos ayudan mucho a seguir la historia archiconocida del pañuelo, como es ese supuesto dolor de cabeza de Otelo que hace que Desdémona ciña su cabeza con el pañuelo, que Otelo deja caer descuidadamente, las dudas de Emilia para recogerlo cuando lo ve tirado y que acentúa en escena la pérdida que sufre Desdémona y que sólo narra. Esta es otra vertiente del montaje, teatralizar algunos hechos que son contados, como el del naufragio de la flota turca, al tiempo que subraya escenas que sí existen en la obra pero que aquí se perciben en toda su medida, como es la conversación entre Yago y Casio acerca de Bianca que el traidor hace que malinterprete Otelo. Claudia Ríos inicia con una canción del bufón que resume la historia de celos y hace que los senadores frente al Duque de Venecia sean los mismos hombres de los bandos de Otelo y Babrancio, con lo que las escenas de la pugna entre ambos y la del Senado se liguen de manera muy afortunada. Menor acierto es el de apayasar a los músicos a los que corre el bufón, quien en la escena de la playa se esmera por sostener la sombrilla sobre Desdémona, en uno de los muchos hábiles trazos de la directora. En cambio, su dirección de actores sufre de varios altibajos.

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Las actrices Cecilia Suárez y Ana de la Reguera en un ensayo de la obra Otelo, cuya temporada se desarrolla en el teatro Juan Ruiz de Alarcón, del Centro Cultural UniversitarioFoto Carlos Cisneros

Hernán Mendoza como Otelo transita de cierto hieratismo del hombre de armas, al dolor de la sospecha y al mayor dolor al sacrificar a Desdémona y luego a la cólera al saberla inocente. Y si ante el alto y arrogante corpachón del actor Ana de la Reguera se ve como una pequeña y frágil Desdémona, su desempeño actoral es pobre, con su bello rostro inexpresivo que no trasunta sus emociones, con lo que las escenas entre ambos, incluso la de la muerte de la dulce enamorada a manos del moro, sufren el desbalance entre una excelente actuación masculina y una mala de su pareja femenina. Lo mismo ocurre con Carlos Corona que hace un Yago sobresaliente en todas sus malignas intenciones desde la bajeza confesada y el despecho de sentirse postergado a la hipocresía con que teje su tela de araña, quien contrasta un Casio incorporado por Osvaldo de León sin matices. El largo reparto cumple con bien su cometido, resaltando Cecilia Suárez como Emilia en su diatriba contra los hombres.