Opinión
Ver día anteriorJueves 19 de febrero de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Familias
E

n ocasión del sexto Encuentro Mundial de las Familias el presidente Felipe Calderón pronunció un discurso en el que dio fe de su pertenencia a la Iglesia católica, con un fervor y una solicitud propios de un buen feligrés, pero impropios de un jefe de Estado.

El saludo de inicio fue particularmente largo, porque se dirigió a cardenales, arzobispos, líderes religiosos, a los maristas, a las misioneras del Espíritu Santo, a las hermanas del Verbo Encarnado, a las Hermanas Guadalupanas y a las Hermanas de la Asunción, a los creyentes ahí reunidos, y a los de Michoacán, a los de México y a los de todo el mundo. Hasta recordó que este año eucarístico celebra a San Pablo. Una alocución papal no habría sido tan inclusiva. No es grave que en el corazón de Felipe Calderón estén presentes todos sus correligionarios, su santo patrono, San Felipe de Jesús, la Virgen María de Guadalupe –a la que llamó por su nombre oficial—, San Juan Diego, los Mártires de la Persecución y toda la corte celestial. Lo que es grave es que en un acto de esta naturaleza el presidente constitucional, ciudadano Felipe Calderón, haya hablado en nombre del pueblo de México y de su gobierno, pues efectivamente, como han señalado muchos críticos, violó el carácter laico del Estado al comprometer la institución presidencial con la Iglesia, sus héroes, sus valores y sus símbolos.

Este desacierto no es de ninguna manera menor; sin embargo, no hay que subestimar el valor político del discurso, pues en él el presidente hizo mucho más que convocar al pueblo de Dios, porque es una exposición de los fundamentos conservadores de su pensamiento, en particular, la desconfianza que le inspira el liberalismo.

El tema central del discurso presidencial es el fortalecimiento de la familia, en la que el presidente reconoce la célula básica de la sociedad. Esta fórmula nos refiere al pensamiento corporativista católico que entiende la sociedad como un conjunto de sociedades jerarquizadas: la familia, el municipio, el gremio, el Estado, la nación, más o menos en ese orden de abajo hacia arriba.

Esta forma de organización social no ve las personas como individuos libres –de ahí su antiliberalismo esencial–, sino como parte de un todo orgánico, cuyo destino está irremediablemente vinculado a esa unidad familiar. Es decir, a diferencia de los liberales que entienden las posibilidades de redención social como un asunto de voluntad y de mérito individual, el presidente Calderón sostiene que sin familia no hay salvación. De ahí que considere que es responsabilidad del Estado reconocer y tutelar la familia.

El propósito tiene implicaciones en las que más vale no pensar; por ejemplo, ¿supone dar marcha atrás en pautas culturales modernas según las cuales los hijos no son propiedad de los padres? Habría que destacar que la formulación nos remite a esa organización social jerarquizada que no incorpora al individuo como tal y lo mira como un caso atípico, cuando no como un bicho raro o un anormal. Pensemos en las escuelas privadas que rechazan a hijos de divorciados, en las familias decentes que miran con desconfianza al vecino que vive solo, en el jefe de oficina que se aprovecha de la secretaria soltera que no tiene un hombre que la defienda. En estos y muchos otros casos carecer de vínculos familiares es un estigma, aunque pueda ser también una elección personal.

Mal momento escogió el presidente Calderón para hablar de la familia conforme a las enseñanzas de la Iglesia católica. A los dos días de la inauguración del encuentro la prensa anunció que el Vaticano había anulado el matrimonio religioso de Vicente Fox y su primera esposa, Lilián de la Concha. Es decir, la familia Fox-De la Concha nunca existió, o dejó de existir porque la mismísima Iglesia así lo dispuso. Mientras Fox vivía en público su romance con su vocera Marta Sahagún, cardenales, obispos, arzobispos, párrocos, las hermanas guadalupanas, los maristas y todos los demás permanecieron callados, a pesar de que la pareja estaba destruyendo dos familias. Los jueces que dictaron las respectivas sentencias de divorcio disolvieron esos matrimonios porque reconocieron que eran el origen de familias disfuncionales, era preferible que se desarmaran, pero jamás dijeron que esas sociedades conyugales no habían existido jamás. ¿En calidad de qué quedan los hijos de unos y de otros? ¿Producto no deseado de uno o de varios deslices?

Unos cuantos días después el superior de los Legionarios de Cristo hizo saber a la opinión pública que el fundador de la orden, padre Marcial Maciel, tenía una familia, pero ¿lo era? ¿El padre Maciel llevaba vida familiar en la que predicaba con el ejemplo? Qué miedo.