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Inversiones

¿Más fraudes por descubrir?
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Periódico La Jornada
Martes 3 de marzo de 2009, p. 24

Houston no había visto nada parecido desde el derrumbe de Enron. El domingo 17 de febrero, agentes federales efectuaron una redada en el grupo financiero de Allen Stanford, confiscaron montañas de documentos, y un juez ordenó la intervención de la firma. Sin embargo, el paralelo obvio no es la extinta empresa energética, sino Bernard Madoff. Las acusaciones de la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC, por sus siglas en inglés) retratan al señor Allen como el equivalente trasnacional del esquema Ponzi, o pirámide, involucrado en un fraude de magnitud espantosa, con base en promesas falsas e información prefrabricada, en especial a través de su banco asentado en Antigua.

La acusación principal es que el Banco Stanford International engañó a sus inversionistas respecto de la seguridad y liquidez de certificados de depósito (CD) no asegurados. Captó casi 8 mil millones de dólares (mdd) al ofrecer tasas muy superiores a las de los grandes bancos, a veces el doble. Pese a que se aseguraba que el dinero iba a valores líquidos, al parecer la mayor parte fue invertida en activos tóxicos, como propiedades y capital privado.

No se sabe bien cómo funcionaban estos activos, pero los réditos reportados eran sospechosamente fáciles e impresionantes: dos dígitos de manera sistemática durante más de una década, con una pérdida de apenas 1.3% el año pasado, cuando las bolsas del mundo quebraron.

A diferencia de Madoff, Allen no ha sido acusado de operar una pirámide, aunque es posible que se hayan perdido enormes sumas en apuestas imprudentes. Cientos de los 30 mil clientes del banco aparecieron de improviso esta semana en su oficina central –de estilo neogeorgiano, convenientemente localizada al lado del aeropuerto de St John, la capital de Antigua–, exigiendo rembolsos. Los depositantes también sitiaron el banco local de Stanford, Banco de Antigua, así como operaciones en Venezuela y Panamá. Gran parte de la clientela es latinoamericana, aunque los estadunidenses, según se informa, invirtieron alrededor de mil 500 mdd. La SEC dice que hasta ahora Stanford ha sido incapaz de justificar la mayor parte de los activos. En total, el grupo asegura tener más de 50 mil mdd bajo consideración.

El engaño fue descomunal, según la demanda de la SEC. El portafolios de inversión no fue, como se prometió, supervisado por un equipo de más de 20 analistas, sino por el propio accionista y su director financiero, un viejo compañero de colegio. Sólo ellos dos conocían la estrategia de inversiones. Entre los miembros del comité de inversión a modo estaban el padre de Allen y un vecino con experiencia en cría de ganado.

A los inversionistas podría disculpárseles no haber descubierto esta estructura de gobernanza endogámica, pero otras señales eran más obvias: la pequeñísima firma de auditoría que Stanford utilizó, la laberíntica estructura corporativa –un truco del libro de Madoff–, y una impresionante falta de transparencia. El jefe de la oficina de inversiones pidió al personal no revelar demasiado sobre la supervisión de las inversiones porque no daría mucha confianza a los inversionistas.

De nuevo, los reguladores se arrastran penosamente bajo los reflectores. El organismo regulador financiero de Antigua consiguió rebasar su fama de indolente, incluso según normas caribeñas. Hace unos meses certificó la buena de salud de Stanford (aunque, al contrario de lo que asegura el banco, no practicó una auditoría integral). Puede que la generosidad de Allen y sus contactos políticos hayan contribuido. Fue nombrado caballero por el agradecido gobierno de Antigua, no por la reina Isabel.

Los reguladores estadunidenses han sido más asiduos, sin embargo, aún están sujetos a cargos por dilación. El FINRA, que supervisa a agentes de bolsa, multó varias veces a Stanford durante los años recientes, incluso con una sanción de 10 mil dólares por tergiversar riesgos y beneficios potenciales de sus CD. Una multa tan pequeña fomenta la sospecha de que el organismo autorregulador está demasiado cerca de la industria. La SEC ya investigaba a Stanford desde 2006.

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El multimillonario texano Robert Allen Stanford, acusado por el gobierno estadunidense de fraude masivo de al menos 8 mil millones de dólares, en imagen de junio pasadoFoto Ap

Para entonces, ya era muy tarde. Agentes de la ley habían escudriñado alrededor de Allen desde finales de los años 1990, cuando perdió su licencia bancaria en Montserrat, otra isla caribeña. La opacidad de su grupo alarmó a quienes lo vigilaban estrechamente. No había razón alguna para que alguien con una onza de entendimiento invirtiera su dinero, dice David Marchant, de Offshore Alert, un boletín de noticias. Al menos un socio comercial actuó con cautela mucho antes de que los reguladores le apretaran la soga: a principios de 2008, Pershing, custodio de Stanford, encargó un informe independiente sobre su salud financiera. En diciembre, tras recibir ese informe, que fue adverso a Stanford, dejó de procesar las transferencias del banco.

La SEC intensificó su investigación tras sus deslices con Madoff. Pero el informe profundamente escéptico publicado en enero por el analista independiente Alex Dalmady sobre el rendimientos de las inversiones de Stanford fue el que desencadenó la mayor reacción. La blogosfera lo rescató, y luego apareció en los titulares de todo el mundo. Ese informe ofrece esperanzas a quienes se desesperan de las torpezas de la SEC y sugiere que en la era de Internet los foros vigilantes y los blogueros temerarios podrían en cierta medida llenar el hueco que han dejado los reguladores aletargados y los medios de comunicación que se limitan a arruinar famas públicas.

Manchas en la blancura

Desde hace mucho, los expertos en alterar libros han sido atraídos hacia las finanzas trasnacionales. Esta vez la diferencia radica en la escala potencial y el alto perfil del presunto responsable. Allen cultivó una imagen de respetabilidad como empresario, filántropo y empresario deportivo. Patrocinó grandes torneos de golf y tenis, firmando incluso un acuerdo de publicidad con el golfista Vijay Singh. Pero su gran afición era el críquet: su gran proyecto fue una competencia de 20 millones de dólares por juego que presentó a un equipo antillano, llamado Stanford Superstars.

Este gigantesco fraude no parece ser el último. Un estudio entre empresas estadunidenses, de 1982 a 2005, descubrió abusos de contabilidad que se concentraron en los periodos en que las burbujas reventaban. Las crisis exponen viejas artimañas y alientan otras nuevas, a medida que desesperados directivos buscan su salvación. Esto ocurre sobre todo con manejadores de fondos, afectados por una combinación de crecientes solicitudes de retiros y rendimientos e ingresos a la baja: El destino de Stanford quizá se selló cuando comenzó a obstaculizar los retiros, después de que los clientes solicitaron la devolución de mil 300 mdd durante el último trimestre de 2008. Su exposición a problemáticos mercados inmobiliarios, como Florida, tampoco ayudó mucho.

Si éste es el principio de una tendencia nefasta, todos los administradores de fondos, excepto quizá los más fuertes, tienen motivos de preocupación. El banco privado JPMorgan tuvo un récord de 80 mil mdd de entradas netas el año pasado conforme los inversionistas huían de firmas menos lujosas. Pero esos inversionistas deberían también examinarse a sí mismos. ¿Cómo atrajo Stanford a tantos pese a ser una operación compleja, opaca en un campo de escasa regulación, y que ofrecía rendimientos extrañamente estables?

Tal vez los inversionistas consigan que les devuelvan la mayor parte de su dinero, pero nadie sabe cuánto queda en las arcas. Allen ha jurado usar hasta el último aliento para limpiar su nombre, pero negarse a cooperar no fue quizás el mejor principio. El miércoles 18 no se conocía su paradero. Algunos informes sugirieron que intentó fletar un jet cerca de Houston, pero que el vuelo retornó porque el operador no aceptó su tarjeta de crédito. El jueves 19 apareció en Virginia.

Fuente: EIU

Traducción de textos: Jorge Anaya