Opinión
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Por favor, no manden riñones...
L

a vocación experimental del teatro universitario se acentúa en la gestión de Enrique Singer de distintas maneras. En el programa de mano se asienta que Por favor, no manden riñones por correspondencia es una obra basada en textos de asesinos reales escritos por asesinos imaginarios. El provocativo título corresponde al paquete que el Destripador envió a la policía con parte de un riñón y una nota, y encabeza un experimento teatral en que una obra escrita a tres manos y actuada por sus autores intenta, entre otras cosas, demostrar que los asesinos seriales Jack el Destripador, El Caníbal de la Guerrero y El Asesino de Virginia Tech –aunque este último no es propiamente asesino en serie, sino multihomicida, con más de 32 fallecidos y varios heridos, al disparar indiscriminadamente en una universidad estadunidense– buscaban la manera de dejar escritos para ser reconocidos por la posteridad; sus cartas han sido traducidas por María Andrea Giovinne y son dichas intercaladas con los diálogos en momentos de teatro narrado.

Los tres teatristas de identificable trayectoria, aunque de generaciones desiguales, José Alberto Gallardo, Richard Viqueira y Antonio Zúñiga, tuvieron asesoramient en dramaturgia de Bárbara Colio aunque los tres tienen obra debida a su escritura. Fueron dirigidos por Richard Viqueira, uno de los creadores escénicos jóvenes más imaginativos y versátiles con que contamos, que también recibió asesoría en actuación de Paola Izquierdo en este experimento que rebasa la dramaturgia y se extiende a la escenificación. Antes de que el público tenga acceso a la sala, una puerta lateral del foro Sor Juana deja ver entre neblina a los dos detectives vestidos de mujeres de la época victoriana que intentan atraer a Jack el Destripador para apresarlo. Después, ya en el patio de butacas, se verá un escenario plagado de maniquíes de hombres y mujeres, blancos y desnudos, en diferentes actitudes, que subirán y descenderán del telar conforme se requiera, con tres inmensas escaleras que dan a lo que en otras ocasiones es la galería del teatro. Jesús Hernández es el asesor de escenografía y responsable de la iluminación, video y escenofonía en el concepto espacial debido al director.

Las historias de los tres asesinos son mezcladas entre sí, sobre todo la del Destripador y la del Caníbal. Si se inicia en la puerta lateral y continúa con Jack escribiendo en un muro que no se culpe a los judíos y la revisión del detective de un yacente maniquí cadáver, pronto se tendrá una mutación a la historia de José Luis Calva Zepeda, el Caníbal de la Guerrero, quien efectivamente era escritor de dramas y poemas. Escénicamente, el cambio se da por la presencia de un guardia de Buckingham del que los otros hacen burla, antes de proceder a apresarlo. Corretizas van y corretizas vienen en las escaleras que los actores suben y bajan, con la particularidad de que cambian de roles, siendo el del caníbal identificable por el texto y porque el actor que en ese momento lo encarna porta el gorro de la guardia, e incluso escenas de violencia, como el pleito de los dos detectives por un suceso baladí dado en la galería superior.

Vendrá la escena de la barbería que implica a Jack el Destripador en un momento de aparente calma en donde los dos actores, el barbero (Richard Viqueira) y el cliente (Antonio Zúñiga) ya no hacen gala de agilidad corporal, sino de intenciones actorales y en la que se juega con cierto suspenso que no tiene bases en la realidad ni se intenta develar el secreto del asesino de la época victoriana. Tiene mucho menos amplitud el tratamiento que se da al coreano Cho Seung-Hui, el asesino de Virginia Tech, cuya declaración se intercala con una escena –probablemente de un texto que el perturbado joven escribió en un taller de literatura– en que aparece Sue, la madre embarazada de un niño abusado por su pederasta padrastro y que se resuelve con violencia. Entreveradas con las palabras del coreano contra los ricos y sus privilegios, se dan otras que muy bien pueden provenir de la Guerrero. Ciertas travesuras cometidas con los espectadores, que no se revelan para que se dé la sorpresa, completan este experimento teatral.