jornada


letraese

Número 160
Jueves 5 de noviembre
de 2009



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Rituales

Dos o tres veces por año cumplo con la obligada liturgia de la carga viral. El protocolo empieza cuando el infectólogo llena el formulario donde solicita extraer seis muestras de mi sangre para hacer el cómputo aproximado de mis virus y linfocitos. La señorita enfermera siempre es amable conmigo. Me dice invariablemente el mismo cumplido: qué bonitas venas tiene; son gruesas, saltonas, facilitas. Luego vendrá la torunda empapada en alcohol: no baje su brazo, es todo. Gracias. Hoy llego al laboratorio pensando en los seis tubitos con tapones rojos y azules que me esperan acostaditos sobre su sueño esterilizado. Una dama me sigue en la fila. Es una vieja como cualquier otra, excepto que esta no deja de toser. Me trato de liberar de la cacofonía de sus pulmones con Piazzola en los audífonos del Ipod. La señora me baña con sus expectoraciones y yo, todo un caballero, le digo con voz imperativa a un enfermerito que transita casualmente por allí: sería Ud. tan amable de proporcionar un cubrebocas a esta buena señora. El enfermerito me mira intrigado porque no alcanza a dimensionar mi solicitud. Otras personas se me unen, mencionando de pasada que estamos en una crisis de influenza. La gripa del puerquito, aclara un niño. Nadie responde a nuestra justificada exigencia. Con la masa amotinada llego a la ventanilla, entrego la orden para mi carga viral y de pasada comento lo de los cubrebocas. La recepcionista abre los ojos como platos y revira: aquí le falta una firma, vaya a Dirección. Dolido por tan artero golpe me lanzo en pos de la rúbrica y acabo en la antesala del director cuya secretaria me recibe molesta sin entender mi español porque ella y el director y todos sabemos que la antedicha firma no es necesaria. Yo, viejo lobo de estos mares primitivos, me pongo a aullar: ¡me mandaron acá porque tengo sida, su laboratorio es un cochinero, cómo es posible que una clínica que atiende a maestros trabaje así jugando con nuestra salud!, y en ese desplante de dramatismo su majestad el director sale más loco que yo y me echa con malos modos gritando: ¡todos los sidosos son iguales, quieren las perlas de la virgen! Le respondo con solemne expresión: vaya usted y chingue a su madre y otras bellezas verbales que no hace falta consignar en esta breve crónica que termina donde regreso con la recepcionista a concluir la liturgia de los seis tubitos llenos de mi rabiosa sangre que manó satisfecha al ver que toditos los empleados del laboratorio ya lucían graciosos, inmaculados, coquetísimos, cubrebocas y guantes de látex. Y además me trataron como a dignatario de sangre azul.


S U B I R