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El realizador alemán recibió un homenaje y dio cátedra en el festival de Salónica

Se aprende cine cuando se anda el camino en soledad: Herzog

No es díficil comprender lo básico de una cámara, ni las técnicas narrativas; lo complicado es aprender el resto, consideró en entrevista el director de Fata Morgana

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Además de ser reconocido por su trayectoria, Werner Herzog (en la imagen) presentó en Salónica un cortometraje sobre los feligreses que acuden de rodillas ante la Virgen de GuadalupeFoto Juan José Olivares
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Periódico La Jornada
Martes 24 de noviembre de 2009, p. a10

Salónica, 23 de noviembre. El alemán Werner Herzog es parte fundamental de la historia del cine mundial. Es un maestro enigmático y autodidacta a quien se le vincula con el movimiento del nuevo cine alemán de finales de los años 60 del siglo pasado. Es creador de decenas de filmes de ficción, documentales y cortometrajes, aunque también es autor de ópera y actor.

En nuestro país, nos lo evocan cintas como Fata Morgana; Aguirre, la ira de Dios; El enigma de Gaspar Hauser, Nosferatu (remake del de Murnau, de 1922); Woyzeck; Fitzcarraldo; Cobra verde, y recientemente Grizzly Man, entre muchas otras.

Herzog, reconocido por su trayectoria en la edición 50 del Festival Internacional de Cine de Salónica, Grecia, donde ofreció una cátedra, da la fórmula para ser un buen cineasta: “No es difícil comprender lo básico de una cámara, entender sobre el montaje y las técnicas de narración, sobre el proceso del rodaje. Esto lo puedes aprender en una semana; no tienes que ir a una escuela de cine para saberlo. Lo que es difícil es aprender todo el resto, lo cual se logra andando camino.

Es decir, el mundo se revela ante aquellos que andan solos, a pie. Una vez que reúnes experiencias, en soledad, podrás introducirte en las vidas y almas de las personas. En lo personal, estuve en un constante estado de hambre cuando era niño, y eso me enseñó a comer sólo lo que necesitaba.

Herzog es una hombre honesto y sin poses; ofreció una entrevista a La Jornada en medio del ajetreo de sus homenajes. Comenta que supo que existía el cine hasta los 11 años, cuando un hombre proyectó una película en la escuela donde iba, en un pueblo bávaro, de donde es.

Luego supo que lo suyo eran la poesía y las películas. A los 16 años intuyó que, sin dinero, los caminos estaban cerrados, y que él mismo tendría que producir sus películas. “Por las noches trabajaba como obrero y por las mañanas estudiaba.

Profesión llena de humillaciones

Así comencé a producir mis historias. Si consigues quién te financie no tienes que hacer esto, aunque ahora, con cámaras pequeñas y baratas, puedes hacer cosas muy decentes. Pero no hay que olvidar que ésta es una profesión muy dolorosa, tortuosa, llena de humillaciones y derrotas, pero con la suficiente esencia y coraje como para impulsarte a seguir.

Herzog, inclinado recientemente hacia el cine documental, habla de las diferencias con la ficción. De su relación larga y tensa, casi patológica, con Klaus Kinski (es una pieza salvaje que tuvo que ser dominada, dice), con quien hizo alrededor de 60 trabajos, así como de su locura por filmar todo lo que valga la pena.

Dice tener tantos títulos que ya no recuerdo el nombre de todos. Despierto algunas veces en la madrugada y de pronto ya tengo seis proyectos en mente, revela.

–¿Prepara algo nuevo?

–Tengo muchos proyectos por aterrizar.

Werner Herzog lo mismo muestra una oda a la fe religiosa –como en el cortometraje extrañísimo (exhibido en este festival) sobre los feligreses que van de rodillas ante la Virgen de Guadalupe– que a científicos que viven en el Polo Sur (Encounters at the End of the World); además, en sus ficciones se descubren personajes muy humanos, oscuros, profundos, a veces autodestructivos, introspectivos y hasta hostiles.

–¿Cómo logra esa ubicuidad?

–Sólo soy una persona muy concentrada, como si cada vez tuviera que hacer cirugías a corazón abierto y necesitara verificar cada aparato que usaré y los latidos del paciente. Cuando operas, ves esos aparatos y sabes lo que tienes que hacer y te metes de lleno.

–¿Cómo sabe cuando una historia tiene que rodarse como documental o como ficción?

–Para mí la frontera no está muy clara, porque una cinta puede articularse de una forma u otra. En mi caso, el estilo del cine documental, como el de ficción, invita a mostrar todo muy directamente. En algunas de mis ficciones los personajes están disfrazados de la realidad que puede apreciarse en un documental; sólo tienen una máscara con respecto de los que existen en la realidad.

–Pero, ¿cuál es la diferencia tangible?

–No me he preocupado de hablar de esas categorías, porque solamente son películas. De una u otra forma lo son, y de alguna manera sólo soy un contador de historias. Debo decirte que todas, aunque en ficción, son historias reales, aunque se narren bajo una premisa de ficción. Sólo que, probablemente, a veces los documentales se acercan más directamente. La vida real y la ficción se alimentan una de otra.

–Al terminar una película, ¿nunca se ha arrepentido de haber filmado de una u otra manera? –se le pregunta.

–Nunca –responde–. Recuerda el caso de Rescue Dawn (que protagonizó Christian Bale),  sobre la vida de un soldado estadunidense de origen alemán, cuyo sueño es convertirse en piloto, en la guerra de Vietnam. El mismo Herzog, antes de rodarla, dirigió 10 años antes el documental El pequeño Dieter (nombre de este soldado), de donde surgió la idea de hacer esta historia, pero en ficción.

No había dinero, entonces primero lo hice documental. Pasaron 10 años, pero al final influyó para realizar la historia inventada. Básicamente es la misma, argumenta.

La luz del cine

–Coméntenos sobre sus eclécticos personajes.

–No sólo son personajes. En una cinta no sólo es una historia la que tienes que contar: es música, es montaje… es el éxtasis de la verdad lo que ilumina toda la manufactura del cine, que si lo redujéramos a un elemento, no florecería.

Todo realizador tiene un actor fetiche con el que puede expresar mejor sus narraciones, pero el caso Werner Herzog y Klaus Kinski es excepcional.

Histrión y director se mandaron al carajo no se supo cuántas veces (el actor murió en 1991), se acusaban mutuamente, pero al final, terminaban trabajando y haciendo obras extraodinarias. Incluso, el director creó en 1999 My Best Friend, documental sobre las conversaciones que tuvieron a lo largo de esos años. 

Relata: “Hicimos como 60 películas, creo. No las he contado. Él hizo como 200. Es obvio que para mí hay una vida antes y después de él. Es la colaboración más importante en mi carrera. Aunque es difícil describirla porque tuvimos una amistad-enemistad muy fuertes. Trabajar con Kinski era como domesticar una pieza salvaje, y por domesticar podemos entender –en sentido figurado– algo anárquico, paranoico e histérico, que apareció en la pantalla… algo profundo, pues. Así era Kinski: indescriptible. Los últimos, fueron tiempos difíciles entre él y yo, pero esos filmes están en mi corazón”, concluye.