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Las cenizas del Nobel portugués quedarán en Lisboa, junto a un olivo

Pero no subió a las estrellas, si a la tierra pertenecía, evocan a Saramago
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 26 de junio de 2010, p. a11

Madrid, 25 de junio. Al séptimo día de su muerte, con el cielo de Lisboa acechando tormenta y sus familiares y amigos todavía conmocionados por la pérdida y, al mismo tiempo, por la celebración a José Saramago invocado a través de su literatura, de esa novela que lo marcó, Memorial del convento y de la que, incluso, un fragmento acompañará sus cenizas. Pero no subió a las estrellas, si a la tierra pertenecía (Mais não subiu para as estrelas, se à terra pertenecia) serán las palabras que se escribirán en una piedra procedente de la zona de Pero Pinheiro, en la localidad de Sintra, la misma región minera de la que salió el material para construir el Palacio Convento de Mafra, personaje y escenario central de esa novela.

Saramago murió el 18 de junio en Tías, Lanzarote. Cuando una persona muere en Portugal, y en muchos otros países con raíces católicas, la tradición marca que al séptimo día se celebre una eucaristía en la que un cura lee una retahíla de nombres si son gente común y corriente o, si se trata de alguien con poder, se le dedica una misa exclusiva.

Sin embargo Saramago, quien siempre fue muy crítico de la Iglesia católica, no fue recordado con sermones ni hostias consagradas.

En lugar de la misa, las autoridades culturales de Portugal organizaron una lectura pública y continuada de su novela El año de la muerte de Ricardo Reis, que comenzó Pilar del Río, su viuda y traductora al español, quien lo hizo en otro recinto sagrado para lectores y devotos de la literatura, la Casa Fernando Pessoa.

Ahí fueron llegando centenares de lectores, quizá muchos de los que el pasado domingo con un clavel rojo en una mano y un libro de Saramago en la otra dieron el último adiós al Nobel portugués en las calles de Lisboa.

Pilar del Río empezó la lectura: Aquí acaba el mar y empieza la tierra. Llueve sobre la ciudad pálida, las aguas del río corren turbias de barro, están inundadas las arboledas de la orilla. Un barco oscuro asciende entre el flujo soturno (...)

Después continuó el simbolismo en un acto cargado de emoción y de literatura, pues todo –o casi todo– tenía relación con la obra de Saramago, sobre todo con Memorial del convento, que desde que la escribió, en 1982, se convirtió en un escritor de culto y gracias a la cual el poeta casi secreto se atrevió con un género que no ejercía.

También fue la novela con la que desnudó el alma femenina y enamoró, sin conocerse aún, a Pilar del Río.

Lápida con piedra de Sintra

Respecto del futuro de las cenizas de Saramago, el alcalde de Lisboa, António Costa –quien leyó un fragmento de la novela– anunció que finalmente serán depositadas en la sede la Fundación José Saramago que se ubicará en la Casa dos Bicos, edificio gótico del siglo XVI. La lápida será construida con material de la región de Sintra, de la que procedía el del Convento de Mafra, donde vivía Blimunda. En la piedra se escribirá la frase: pero no subió a las estrellas, si a la tierra pertenecía, que estará a su vez a un costado de un olivo centenario que será traído ex profeso desde su natal Azinhaga.

Un cúmulo de gestos simbólicos que se suman al momento en que Saramago fue incinerado metido en un féretro de madera y en cuyo espejo a la altura de la cara se leía una frase que marcó el escritor y que procedía de un lector argentino: Estaremos extrañamente conectados a la bondad del mundo.

Las cenizas de Saramago serán depositadas en ese rincón de Lisboa, en su propia sede y bajo una porción de su tierra, el olivo centenario. El cuerpo fue cremado con un ejemplar de Memorial del convento como era su deseo. En este libro hay un pasaje que quizá explique los rituales fúnebres pedidos por el escritor y su viuda. Dice: Se sentó en la raíz de un olivo, se veía desde allí el mar confundido con el horizonte, seguro que llovía con fuerza sobre las aguas, entonces se llenaron de lágrimas los ojos de Blimunda, un gran sollozo sacudió sus hombros, y Baltasar le tocó la cabeza, se había acercado y ella no lo oyó (...)