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A la mitad del foro

Mascarada sangrienta

E

l clima no mata, dijeron pomposamente los sedicentes politólogos cuando Luis Donaldo Colosio fue asesinado en Lomas Taurinas. No hace falta añadir el adjetivo político al clima de marras. La campaña de Colosio había pasado casi a páginas interiores y enturbió el ambiente el infeliz llamado de Carlos Salinas: No se equivoquen... La rebelión de año nuevo en Chiapas reabrió la herida supurada de la sucesión. Manuel Camacho se convirtió en enviado plenipotenciario, sin goce de sueldo, para negociar con el subcomandante Marcos el armisticio ficticio de la guerra declarada formalmente a gobierno y Ejército mexicanos.

Mata el clima político. Mata el clima, como saben los hombres que padecen huracanes, sequías, inundaciones, erosión y hambrunas. Se salen de madre los ríos, desciende con pavorosa precipitación el agua que arrasa, desborda y ahoga todo a su paso. Monterrey hoy; el río Santa Catarina siempre. En el altiplano potosino, donde los niños cumplen tres y cuatro años sin haber visto llover, la tormenta ahoga a quienes a duras penas sobrevivían en la aridez semidesértica. En la era mediática nos sometieron a la incesante repetición del instante mismo en que una bala penetraba el cráneo del sonorense. Y vendría Ernesto Zedillo a finiquitar el régimen y liquidar el estado social.

Hoy, el asesinato del doctor Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI a gobernador de Tamaulipas. La guerra sucia se ensangrentó. La guerra contra el crimen organizado, brutalmente presente en las contiendas electorales; simultáneas en 14 estados porque los sonámbulos de la transición se empeñaron en no distraer a los mexicanos de sus afanes productivos. Pero no hay trabajo, ni forma de incorporar a la población económicamente activa a los millones de jóvenes que hace poco anunciábamos como el bono demográfico para alcanzar el desarrollo firme y sustentable. Hoy hablan los sociólogos de la generación ni-ni, ni escuela ni empleo, gran ejército de reserva para los capos del crimen organizado. Y pensar que hace unos años los sabihondos sonreían cuando se les decía que México seguía los pasos de Colombia.

Tras las guerras intestinas que siguieron a La fiesta de las balas, diría Martín Luis Guzmán, el carnaval sangriento de la Cristiada; oculta, según los revisionistas de la historia oficial, porque eran el levantamiento en armas de cientos de miles de campesinos pobres. Zapata vive. Pero un elegante libro publicado hace unos años por elegante banco nos muestra el horror de los miles de muertos en la guerra cristera. Testimonio gráfico. Pero no hay en él un solo muerto que no sea del campo cristero: ni los agraristas colgados, ni las maestras violadas; con orejas y narices cortadas por el pecado de la enseñanza laica: por socialistas, decían los de sotana.

En Tamaulipas impera la violencia. Los narcotraficantes han subyugado a las autoridades de municipios pequeños y medianos. La guerra de Calderón es de todos, ha dicho en estos días el Presidente de la República. Tres años y veintitantos mil muertos después de iniciar una guerra donde instaurarse políticas de seguridad para el control del narcotráfico, revertir la impunidad en que 95 por ciento de los crímenes no llegan a juicio; no se dicta sentencia alguna y los policías son peones de estribo de sus jefes aliados a criminales, o son víctimas propiciatorias para homenajes vacíos de sentimiento. Asesinan al doctor Torre en Tamaulipas y Felipe Calderón habla dos veces en 17 horas en todas las estaciones de radio y televisión, para convocar a todas las fuerzas políticas y sociales a un diálogo del que surja no sólo una respuesta de gobierno, sino una respuesta del Estado mexicano.

Breve digresión: hubo dos noticias aparentemente buenas, positivas, que pudieran servir para no tirar el arpa y dar la razón a quienes declaran Estado fallido al nuestro. La Suprema Corte dictó sentencia que liberó a los presos de Atenco, pero, sobre todo, estableció que no se han de criminalizar las protestas sociales. No se trata de dar carta blanca a los de las barricadas y juicios del pueblo que, entre nosotros y en estos últimos años, concluyen en linchamientos. Hay en la sentencia de esta conservadora Corte un valioso reconocimiento a los derechos sociales, al añadido formidable de nuestros constituyentes a los derechos individuales.

Valioso hoy más que nunca. Y de ahí la importancia de la segunda noticia esperanzadora en plena hora de la desesperanza: la Secretaría de la Defensa Nacional aceptó la recomendación 36/2010 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos con motivo del asesinato de los niños Martín y Bryan Almanza, causado por fuego militar en la carretera de Nuevo Laredo a Reynosa. En Tamaulipas. Y el secretario de Gobernación, que acudió a la Corte a defender a los funcionarios señalados en el dictamen como responsables de la muerte de los niños quemados en la bodega-guardería subrogada del IMMS, ABC, de Hermosillo, Sonora, tendrá que dejar de soplar sobre las brasas del fuego y afirmar que sacaron de contexto lo dicho sobre la CNDH: posible tonto útil de los criminales.

Cuatro de julio y nuestros paisanos emigrados, los ilegales en Estados Unidos de América, festejan la iniciativa de Barack Obama, la propuesta de reforma migratoria que permitiría regularizar la situación de 10, 12, 15 millones de inmigrantes ilegales. Falta mucho, pero se ha dado un paso en firme. Y los republicanos reacios al cambio buscarán respuesta a su rechazo en las elecciones de noviembre. Lo cierto es el reconocimiento expreso del presidente de Estados Unidos: Sin una reforma migratoria, este país no tiene un brillante futuro por delante. Ni el nuestro. Tenemos frontera sur. Y maltratamos, robamos, matamos a nuestros hermanos de Centroamérica que cruzan el Suchiate para ir rumbo al norte.

Y, según las cifras publicadas en primera plana del diario español El País: “Mafias y ‘maras’ causan al año 14 mil muertos en México y Centroamérica”. La barbarie feroz del tráfico de drogas, de personas y de dinero blanqueado. Dice El País: Sólo este año, la violencia ha dejado en México 5 mil 400 muertos (una media de 30 asesinatos al día). El balance hace temer que este año se superarán fácilmente las 7 mil 500 muertes violentas ocurridas en 2009.

Hoy, 4 de julio, hay elecciones en 14 estados de la República; en 12 elegirán gobernador. Y Felipe Calderón llama al diálogo. Pero César Nava llama a una cruzada para liquidar cacicazgos priístas, esgrime grabaciones ilícitas para acusar a gobernadores del PRI. Su jefe convoca a la unidad nacional, pero se oye el eco de lo dicho en Francia por Gerardo Ruiz: impedir que el crimen organizado llegara a la Presidencia con el PRI. Es la hora de la desvergüenza: Jesús Ortega se apresura a aceptar el llamado presidencial; y Manuel Camacho, el ventrílocuo, dice que la reunión nacional debe hacerse... antes de las elecciones. Y un pobre senador panista pidió no politizar el crimen político de un candidato a gobernador.

Beatriz Paredes, Francisco Rojas y Manlio Fabio Beltrones recibieron el obsequio de la inquebrantable unidad en defensa propia. El PRI va a ganar Tamaulipas. Y Veracruz, Quintana Roo, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Sinaloa, Tlaxcala, Zacatecas, Aguascalientes, pue’ que Puebla y, con el PRD como triste auxiliar de la derecha, el PAN va a perder Oaxaca.

Y el país ensangrentado, al borde del abismo.