Opinión
Ver día anteriorJueves 9 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La controversia de Valladolid
J

osé Caballero tradujo junto con Rosamarta Fernández –quien, a pesar de ser más conocida como videoasta la dirigió en 2001– La controversia de Valladolid de Jean-Claude Carrière para la Antología de teatro francés publicada por la editorial El Milagro. El dramaturgo francés es ya conocido entre nosotros, además de por esa edición y ese montaje anterior, por los libretos escritos para algunas películas de Luis Buñuel y por su estrecha colaboración con Peter Brook, sobre todo con El Mahabarata que fue profusamente difundido por el canal 22 de televisión. La recreación por un ojo contemporáneo del hecho histórico del siglo XVI permite advertir claramente la doble moral de la Iglesia católica que por un lado pretendía salvar almas y por el otro protegía los intereses de los conquistadores. En efecto, el encuentro llevado con sumo secreto entre Fray Bartolomé de las Casas y el letrado Ginés de Sepúlveda, para debatir si los indios mexicanos eran seres plenamente humanos y con un alma, en un convento dominico de la ciudad española, pone de relieve la complicidad de los jerarcas eclesiásticos con los encomenderos españoles. Tiempo después, esa misma codicia terminaría con el importante Teatro para Evangelizar.

El racismo, aunque oficialmente desaparecido, sigue vigente en amplias capas de nuestra sociedad y sobran los ejemplos, por lo que José Caballero ofrece su versión de texto y contenido para el montaje que presenta para la UNAM, con la idea de que los espectadores podamos reflexionar en ello, acercando a nuestra época la disputa de hace siglos. Para eso, rompe con la temporalidad al inicio, cuando Hernán Mendoza irrumpe en motocicleta y saluda a un trabajador que lo ayuda a revestirse con los hábitos de Fray Bartolomé, lo que no sólo nos aproxima temporalmente sino que es un alejamiento brechtiano que nos obliga a pensar. Además, en entrevista con Carlos Paul para este diario expresa que concibe su montaje como una instalación y probablemente por ello interviene el espacio, alargando el escenario hasta atrás del patio de butacas, desde donde observa el Legado del Papa, que deambula también por los pasillos, solo o junto al Superior de la orden, con lo que esta ampliación de la escena, que ignora a los espectadores que quedan enmedio, se consuma.

En el escenario propiamente dicho, un andamiaje de tubos de tres niveles con escaleras aparece como el esqueleto estructural del convento, mientras el juego de espacio y tiempo se da también en la escenografía diseñada por Patricia Gutiérrez Arriaga con el contraste que se da entre la estructura tubular y un telón, que se deja entrever –sobre todo cuando es iluminado por Jorge Kuri Neumann– y que reproduce el portal barroco de un convento. En los diferentes espacios aguardan los personajes que intervendrán y alguno, como el colono y el bufón, descenderán ágilmente por el entramado, mientras los dos adversarios quedan en sus espacios –a pesar de que en la segunda parte Sepúlveda ocupe otro– y, como se ha dicho, sus superiores deambulan por el teatro, unas veces están en el interior del convento y otras en proscenio, y el sirviente negro está atrás, a la espera de las órdenes que se le den. Monjes encapuchados deambulan por las escaleras de la estructura, sin intervenir en los espacios asignados a la controversia, como guardianes del secreto y la privacidad solicitadas para el asunto, lo que dota de mayor teatralidad a una obra basada en el discurso.

Los actores, con vestuario de Cristina Souza y Georgina Stepanenko y caracterizados por Amanda Schmelz, dan excelentes interpretaciones. Destaca Hernán Mendoza como Fray Bartolomé, unas veces iracundo y siempre apasionado, aunque denote su derrota final. Carlos Alberto Orozco como Sepúlveda, Cristóbal García Naranjo como el Legado, Juan de la Loza como el Superior, Antonio Rojas como el Colono, Rodolfo Nevárez como el bufón, Toumani Cámara Velásquez como el sirviente y los indios incorporados por Desirée Rivera, Rodrigo Corea y Daniela Caballero, todos muy bien en esta obra que nos remite como pocas al bicentenario aunque no sea su propósito, pero nos recuerda las proclamaciones de Hidalgo y Morelos contra la esclavitud, primeras en nuestro continente.