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De ranas y ajolotes

P

laticando en colonia La Malinche, vinieron a la memoria los recuerdos de la infancia. Aunque muchos nacieron ahí, hay vecinos que pasaron su niñez en otros lugares. Es el caso de don Manuel Neri, oriundo de la cuenca del Lerma.

Los niños de su pueblo tenían conocimiento de la recolección y la pesca. Todavía conserva en la memoria el movimiento de sus brazos al introducir las redes y utiliza esos gestos al platicarnos cómo las enterraban en las zonas fangosas donde se criaban los ajolotes.

Aunque estos interesantes animalitos nativos de México se mimetizan con el color oscuro del fondo de las aguas, la red, que consiste en un aro de madera fijado a una garrocha de cerca de tres metros de largo, de la cual pende una especie de canasta hecha de hilo que es la red (macla), les permitía obtener ajolotes.

Eran muy buscados, porque se les atribuyen propiedades medicinales. Comenta don Manuel que preparados en caldo son magnífico alimento para los tuberculosos o tísicos; también para los niños anémicos. Los buenos para esto son los ajolotes que llama sordos y que describe como güeros, sin branquias; otros tienen orejas o branquias; su color es oscuro. También recuerda que recolectaban ranas y que su madre preparaba deliciosos platillos, como las ancas de rana y las ranas en salsa verde.

La laguna del Lerma, escribe Beatriz Albores en su libro Tules y sirenas, es la única zona lacustre de la cuenca alta del río Lerma, que abarca desde el nacimiento de esta corriente fluvial en el municipio de Almoloya, estado de México, hasta la presa Solís, en el estado de Guanajuato. Dicha laguna se alimentaba de numerosos manantiales producto del agua de lluvia y también del Nevado de Toluca.

Proveía de alimento y otros bienes a miles de personas que desde antes de la invasión española supieron convivir con su entorno natural, como ocurrió con quienes habitaron en la cuenca de México. Ahí hubo hasta hace medio siglo abundancia de especies comestibles como juiles, ajolotes, ranas, ahuilotes o pescado blanco, acociles, salmiches, zacamiches, popochas, charales, espejillos, mojarras y carpas. Esto sin contar las numerosas aves.

Esta abundancia desapareció. Ya tenemos años suficientes, dice don Manuel, para saber que la laguna fue desecada para traer agua al DF. Y en efecto, cuando se empezó a bombear agua a la ciudad de México en 1951, se desecó aceleradamente la laguna de Lerma hasta que casi desapareció.

Es indispensable que el DF cuide el agua de su subsuelo. Así se evitará que para resolver su problema incurra en la destrucción de otras regiones.