Opinión
Ver día anteriorViernes 28 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ondular en el aire
O

ndular en el tiempo y vivir sin localización. Novedad que me enloquece, sin saber que es rastro antiguo de un objeto arcaico representando mi soledad. Objeto que se torna ternura contenida, presente y ausente, que adquiere categoría omnipotente que puede contemplar y crear el amor, sin dejar de estar en mí. Concreción única y singular en que todo parece recreado intuitiva, naturalmente, sin que se perciba la pintura delatora de la elaboración. Cuadro vivo, vida misma.

Esto no se puede escribir, pero ya estaba escrito en mí, y en ella. Al oírla y hablar me confió. Habla y escribe por mí y vive su propia vida. Estricto lenguaje en el que claramente se advierte la elegancia y presencia de su belleza, los indicios de crueldad y ausencia de calor.

Milagrosa nostalgia de tu escritura preverbal, genuinamente desinhibida, frescura prodigiosa, prosa sonora inconfundible, ayayay ayayay erótico que en mí suena ondulante, abrazados en plena dependencia, en el fuego del rescoldo de la carne, de la que surge la brasa que nos quema, y vibra. Si es fuego es luz, pero a su vez sombra; oscuridad, angustia, desesperación, nada.

Brasa necesaria para mantener el fuego e impedir que el fuego se apague. Brasa de la que vuelve a surgir la llama y es memoria. Memoria ancestral, cuyo origen es el no origen. Rescoldo de la pasión erótica. Necesaria fusión de nuestros cuerpos. Ilusión que nos eternice, mientras el ímpetu de la llama nos singulariza, hasta tocar, abrirse paso y casi traspasar las barreras de lo inconsciente, que nos limitan.

Singularidad que puede parecer frivolidad, aberración que desconcierta, mirada de misterio, extravío que busca en la memoria, sigue huellas que se difieren, y es rara curiosidad de su hermosura lanzafuegos. Fuego que es llama de otras llamas interiores. Volcán desbordado.

Concepción que aún me ilumina con claridad de sol por el dolor que me transmitía, sujeto a la trágica mordedura de la separación, que se transformó en llama de amor. Carne que ya fue madre y sabe de ese lenguaje lleno de luz y sombras. Cuando la palabra no había nacido, la articulación ya no era el grito, pero no era discurso. Hondura flamenca del jipio que estremece y rasga el vientre como herida de siete cuchillos. Tránsito del lugar al espacio y al tiempo, más allá de la realidad.

Mixtura inevitable de dos componentes, ligados por un cordón que parecen nuevo genital. Enorme matriz amarilla del páramo en que me contemplo resbalando hasta tus pies, posando la cabeza sobre el triángulo negro de tu regazo.

Triángulo hundido en más huellas, que no tienen final y tornan mi deseo insatisfecho, a pesar de tu calor y envuelven fantasías crueles e infinitas que nos regalamos, porque soy más débil, más niño que tú, pero más jipioso, para que me arropes en tus entrañas, y se distienda como arco de violín la propensión cruel de mi ternura. Sólo ilusión que ingenuamente queremos eliminar una y otra vez en repetición circular, en espera de la anhelada e imposible empatía.