Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Muerte y camino
L

as representaciones teatrales de solamente un día a la semana tienen sus pros y sus contras. Es muy posible, como sostuviera Héctor Mendoza ante la irregular presencia de público, que es mejor para los actores trabajar un día ante una sala llena o por lo menos con una buena asistencia que permita la interrelación entre unos y otra, que presentarse varios días ante muchos vacíos en el patio de butacas. Por otra parte, muchas veces esa limitación impide a algún interesado asistir si ese día preciso se tiene algún impedimento. Como sea, la falta de espacios para su quehacer hace que los creadores escénicos acepten esas condiciones, aunque puede ser que quienes piensan como Mendoza tengan razón, ante la afluencia de espectadores que se puede constatar en dos teatros del Centro Cultural del Bosque en que los lunes se presentan dos actrices en dos unipersonales –aunque uno lo sería sólo a medias– muy diferentes que ofrecen soluciones dispares a la convención de quien pueda ser su interlocutor.

El teatrista y teórico español Guillermo Heras propone en Muerte en directo como la última representación que una actriz hace ante el público al que ha invitado antes de poner fin a sus días y, por supuesto, se dirige directamente a los espectadores. La actriz evoca sus tiempos juveniles ante las vanguardias cuando hacer teatro era una especie de rito luminoso pleno de descubrimientos y posibilidades, y los contrasta con su realidad actual de malas telenovelas y mal teatro comercial, por lo que su agotamiento creador la lleva a desear la muerte. Este es el nudo del espectáculo que requiere una actriz muy solvente como tal y, sobre todo, culta y conocedora de todo lo que va diciendo acerca de los personajes y los movimientos de entonces y, muchos de ellos, todavía de ahora. Heras encontró en Zaide Silvia Gutiérrez a quien cumple con ambos requisitos y la talentosa actriz adaptó el texto del español a México, no solamente con el cambio de algunos nombres –habla, por ejemplo de Jodorowsky y Oceransky o de la más lejana Poesía en voz alta– más cercanos a nuestro entorno, sino que, al parecer, omitiendo temas políticos de la España posfranquista que apenas entonces conoció los grandes movimientos teatrales junto al lamentable destape.

Aunque no salimos de una larga noche cultural, también entre nuestros actores jóvenes se dio esa entrega y era frecuente oír hablar de ir al teatro como a un templo y el desprecio hacia otros medios para la actuación. La derrotada mujer que convoca para una representación del desdeñado realismo se va refiriendo a diversos grandes teóricos y teatristas y a cada uno de ellos los ejemplifica en algún momento de sus presupuestos, salvando actriz y director el desconocimiento de alguna técnica específica, como los resonadores de Grotowsky que lleva demasiado tiempo asimilar, con discreción. Algún momento es excesivo, como la explicación de la biomecánica de Meyerhord y su ilustración, y parece poco adecuada la presencia de la calavera o el áspid que mata a Cleopatra, pero la extraordinaria solvencia de Zaide Silvia hace que eso se olvide. La escenografía consta de dos baúles de diferente tamaño, el vestuario es de Edita Rzewska y la iluminación de Patricia Gutiérrez.

Camino a Sinsol de Fátima Paola e Ignacio Escárcega es el otro unipersonal a que me refería, actuado por la primera y dirigida por el segundo que aparece como interlocultor casi mudo. El texto se desploma cuando el segundo personaje que interpreta la actriz, la hermana con severa discapacidad, narra –con una desagradable voz chillona– la historia de El mago de Oz completa, lo que se supone es la manera en que la incapacitada disfraza el abuso sexual, y de alguna manera lo supera, pero que resulta excesiva y distractora de la historia de que la hermana sana relata a su testigo y que conlleva dolor y suicidio. Se trata sin duda de una escenificación hecha para el lucimiento de la joven actriz que interpreta a varios personajes y canta –incluso una canción es de su autoría– con escenografía de Teresa Alvarado, diseñadora también del vestuario, y Anabel Altamirano, a su vez diseñadora de la iluminación. En lo personal, me gustaría ver a Escárcega incluido en algo de mayor aliento y calidad.