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Concierto en la Plaza de la República

Abre temporada la OFCM con danzón
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La música cubana interpretada por la OFCM puso a bailar a la gente en la explanada del Monumento a la RevoluciónFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de abril de 2011, p. a12

El de ayer fue un concierto inuaul de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) en el cual sí se valió bailar y no sólo en el asiento.

Fue un concierto especial por varias razones: primero, porque se efectuó en la explanada del Monumento a la Revolución, y no en el Centro Cultural Ollin Yoliztli, sede de la OFCM; segundo, porque el programa estaba integrado por música de danzón (también hubo una conga), y tercero, porque con ello se culminó el Tercer Congreso Internacional de Danzón, realizado en la ciudad de México. En fin, fue una especie de abrazo entre lo cubano y la música hecha por mexicanos.

El primer concierto de la temporada de primavera de la OFCM, Márquez por Romeu–Romeu por Márquez, alternó danzones del cubano Antonio María Romeu (1876-1955) bajo la batuta de Arturo Márquez (1950), cuyas composiciones a su vez fueron dirigidas por Gonzalo Romeu (1945), sobrino nieto del primero, así como pianista y director de El Quinteto, que también participó.

Los cientos de personas que acudieron al concierto gratuito, aparte de escuchar buena música, tenían ganas de alegrarse el alma con un ritmo que llegó para quedarse desde Matanzas, Cuba, en el siglo XIX.

Cuestionado sobre este arraigo, Márquez opina: Es una cuestión de simpatía, la sensualidad, el ritmo, el estar apegado a la nostalgia, a la tradición. Nosotros no dejamos las cosas, no cambiamos. No es que estemos fuera de moda constantemente, sino más bien, lo mantenemos en nuestra memoria, en nuestro cuerpo, en nuestra alma.

Con la invitación todo el mundo a la pista, lanzada por el maestro de ceremonias, Márquez dirigió el primer danzón en el programa, Mojito criollo, de Antonio María Romeu, con Gonzalo al piano. Una pareja se animó a bailar en el espacio entre la primera fila del público y la tarima, ella con vestido blanco y zapatos plateados y él, pantalón vino, camisa magenta, corbata roja y saco blanco. El danzón se baila con las mejores galas.

Siguieron La flauta mágica, de don Antonio María; Nereidas de Dimas, versión de Márquez con música de concierto del famoso danzón de autoría mexicana; El clarín de la selva, de Juan Quevedo; Teléfono a larga distancia, de Aniceto Díaz, que destaca por su mano a mano entre dos trompetas, una de las cuales sorprende entre el público; La Gioconda, de Juan Quevedo-Amilcare Ponchielli; La conga del pueblo nuevo, de Márquez, así como sus danzones número 5, Portales de madrugada y 8, Homenaje a Maurice.

En seguida, Perla marina, del binomio Antonio María-Sindo Garay, y Linda cubana, del primero con Guillermo Castillo. Otro clásico incluido fue Rigolettito, de la autoría Consejo Valiente (Acerina) y Tomás Ponce-Giuseppe Verdi. Cabe mencionar que ha sido costumbre adaptar música de ópera para números de danzón.

Se guardó para el final el Danzón No. 2, de Márquez, que ya empieza a dejar su impronta en el imaginario popular, aunque el compositor aclara que no estamos dentro de esta línea de a ver si pega. Estamos totalmente en una actitud distinta. Son los intérpretes y el público los que hacen eso. El aplauso no se hizo esperar y pese al sol inclemente el público disfruto plenemente.