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¿La Fiesta en Paz?

El ilustre antecedente taurino de Tomás Segovia

F

ue la bella y dulce Teresa, hermana del poeta Tomás Segovia, quien me reveló, durante los días de arduo aprendizaje en el semanario La Capital –una decorosa emulación de The New Yorker en español–, luego de soportar-revisar cada ocho días mi columna taurina Puyazos sin cruceta, aspectos poco conocidos de su padre el doctor Jacinto Segovia Caballero, fallecido en septiembre de 1969.

Con su mirada entristecida aún por el duelo, pero con la entereza heredada de su progenitor, Teresa me contaba, con una paciencia y un encanto inolvidables, que don Jacinto había desempeñado durante varios años previos a la guerra civil, entre otros cargos, el de jefe del equipo quirúrgico del ayuntamiento de Madrid y, con relación al tema que desde entonces me apasiona, más como fenómeno sociocultural e ideológico y expresión idiosincrática, director médico del Montepío de Toreros de España y médico en jefe de la plaza de toros de Madrid.

Nuestra charla se volvió tópico obligado cuando alguna vez algo escribí sobre Federico García Lorca e Ignacio Sánchez Mejías y Teresa tuvo la amabilidad de precisarme algunos datos con relación a su padre y al mítico matador sevillano, muerto en Madrid el lunes 13 de agosto de 1934, a consecuencia de la cornada que dos días antes le diera el toro Granadino, de Ayala, en la plaza de Manzanares, provincia de Ciudad Real, donde también actuaba el precoz mexicano Fermín Espinosa Armillita, quien esa aciaga tarde incluso cortó orejas y rabo y ese año torearía más de 60 corridas en ruedos españoles.

¿Fue realmente a consecuencia de la cornada en el muslo derecho que murió el amigo de la Generación del 27, de Lorca, de Bergamín, de La Argentinita, de Ernesto Halfter y de tantos otros?, pregunté a Teresa, y me respondió: A Sánchez Mejías no lo mató el toro ni la cornada no obstante la abundante hemorragia; lo mató la terquedad de negarse a ser operado en Manzanares y su obsesión porque lo interviniera, con exclusión del resto, su médico de confianza y amigo, Jacinto Segovia, mi padre.

El tiempo precioso que se perdió en conseguir una ambulancia que lo trasladara a Madrid, a unos 170 kilómetros de distancia, y el nuevo retraso debido a la descompostura del vehículo, hicieron que el regreso fuera más lento de lo previsto y que mi padre no lo pudiera revisar sino hasta la madrugada del domingo 12, lo que hizo inevitable la aparición de la gangrena gaseosa, falleciendo Ignacio el lunes poco antes de las 10 de la mañana, concluyó Teresa.

El doctor Segovia, tras revisar la herida del torero emitió el siguiente parte facultativo: En la mañana de hoy ha sido intervenido operatoriamente el diestro Ignacio Sánchez Mejías, que sufre una herida por asta de toro en la cara interna, tercio superior del muslo derecho, pasa por debajo del lecho de los vasos femorales superficiales, comprendiendo las arcadas vasculares de la femoral profunda y alcanza la piel de la región externa y superior del muslo. Debido a la intensa hemorragia y grandes desgarros musculares, son de temer complicaciones infectivas grandes. Esta tarde le ha sido practicada una transfusión sanguínea. Temperatura, 39; pulso, 110, termina el escueto informe de quien de sobra sabía que ya era demasiado tarde.

Pero el destino del multifacético matador sevillano estaba escrito y una serie de señales fueron apareciendo en el breve camino a la muerte física y a la inmortalidad literaria. Cinco días antes, en La Coruña, alternando con Juan Belmonte y Domingo Ortega, al intentar El Pasmo de Triana el descabello cae el estoque en el pecho de un espectador y muere.

De regreso de ese festejo, Domingo sufre un accidente de carretera y es sustituido por Ignacio en la corrida de Huesca el día 10. A instancias del empresario Dominguín, Sánchez Mejías accede a suplir a Ortega en Manzanares, no sin molestia pues el día 12 debe actuar en Pontevedra, en el extremo noroeste del país. Para colmo acepta una cuadrilla que no es la suya.

Como cereza en el pastel, en Manzanares el rejoneador Simao da Veiga lidió por delante sus dos toros, dejando el ruedo demasiado suelto. Lo demás… Lo demás se encargó de decirlo en una maravillosa elegía Federico García Lorca. Un Granadino mata a Ignacio y otro granadino lo inmortaliza. Quizá por todo ello un niño entonces de sólo siete años y luego el fino poeta Tomás Segovia, hasta donde sé, prefirió omitir ese tema a lo largo de su fecunda obra literaria.