Opinión
Ver día anteriorJueves 31 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Temporal
L

a tempestad de Shakespeare es para muchos –según la síntesis que hace Roberto Fernández Retamar en su famoso ensayo Calibán. Apuntes para la historia de nuestra América– un símbolo del colonialismo europeo ante los pueblos recién conocidos. Para otros, es la despedida del bardo ejemplificada en la escena final de Próspero arrojando al mar sus papeles y dando la espalda a la magia para reiniciar una vida de comodidad cortesana entre seres reales. Enigmática como es la obra, muchas otras interpretaciones, incluso la psicoanalítica, se han dado de ella, pero nadie puede dudar de que el tema del rencuentro y el perdón prevalecen entre los demás, aunque Flavio González Mello le añade en su paráfrasis la dimensión teatral y la llama Temporal. El dramaturgo juega con las dos acepciones de la palabra, tanto en lo que se refiere al clima como sinónimo de tormenta, como al tiempo, al hablar de algo que no dura para siempre. Y en efecto, la durabilidad del espectáculo está acotada por el lapso que se lleve cada función, ya que como se sabe el teatro es un arte efímero, además de que en el texto existen las posibilidades de entender como un largo paréntesis en su vida lo que fue la estancia en la isla para el desterrado y su hija.

La unión de magia y teatro no es nueva entre nuestros autores, pero sí lo es la manera en que la enfoca el dramaturgo y director en esta ocasión sin hacerla obvia (“…la magia, el teatro y los libros en un mundo cada vez más digitalizado” se dice en el programa de mano). Próspero no sólo manda sobre sus dos esclavos y sobre los elementos, sino que hace las veces de director de escena, a veces sentado entre los espectadores y leyendo de un grueso libro las acotaciones que transforma en órdenes para algunos de los personajes, sobre todo Fernando. Esta es la mayor intervención que hace González Mello al original porque subvierte el tema shakespereano y lo convierte en la antedicha unión de teatro y magia. Existen otros cambios menores, como mudar de género a un personaje y llamar Sebastiana a quien fuera concebido como Sebastián, lo que escénicamente da lugar a escarceos amorosos entre la mujer y un Próspero que se mantiene invisible para ella.

Estrenada en la 28 edición del Festival de México y producida gracias a Efiteatro con apoyo de la UNAM, esta reciente producción de Erizo Teatro fue acogida por la Coordinación de teatro para hacer temporada en el Julio Castillo, cuyo escenario se acondicionó con gradas de asientos de tal modo que la acción escénica queda entre éstos y las naturales del patio de butacas. Al entrar, lienzos con algunos parlamentos, destacando el conocido Estamos hechos de la materia de los sueños, para encontrar un escenario –debido a Jorge Kuri, también iluminador– consistente en pilares formados por libros apilados y paquetes de otros libros colgando del telar; el suelo de tablones –con algunas trampillas que se supone dan al océano– limita la isla ante un mar de cuadernos forrados de plásticos azul. El autor y director mueve con buen trazo a sus actores con apoyo de Ruby Tagle en el movimiento escénico, aunque se alargue un poco la escena burlesca entre Calibán, Stephano y Trínculo y alguna otra resulte hiriente para muchos, aunque pienso que el público juvenil no lo capte, como fue convertir a La Internacional y a Bandiera rossa en cánticos de borrachos, lo que resulta pecado menor ante la inteligencia del texto y ante aciertos como hacer llevar a Fernando un montón de libros en lugar de los leños del original. En cambio, no logra homogeneizar a su dispar elenco y no siempre obtiene lo mejor de sus actores.

Habría que destacar a Alejandro Calva como ese Próspero más bien afable que propone el autor, al excelente Calibán de Gerardo Taracena sobre todo cuando escapa del traje de buzo que le diseñó Jerildy Bosch, la voluptuosidad de Dobrina Cristeva como Sebastiana, la comicidad de José Sefami y Emilio Savinni o el Ariel de Olivia Lagunas con el maquillaje diseñado por Pilar Boliver, que toca en el acordeón la música de Leopoldo Novoa, y está también la corrección actoral de Raúl Adalid, Carlos Orozco e Hiram Molina como los nobles náufragos. En cambio, el inquieto actor y dramaturgo David Gaitán Rossi poco convence como Fernando y lo mismo ocurre con la Miranda de Zaira Ballesteros.