Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Cielos de Chiapas
L

os espectáculos de las nubes en Chiapas no tienen igual. Las formas sugerentes, fantásticas, monumentales y caprichosas pueden llenar por horas y kilómetros la mitad superior del mundo, reflejándose en ríos y lagunas de la selva Lacandona o los valles centrales, incluso en la tristona devastación por agua de las tres brutales represas del río Grijalva, así como en las playas y los manglares del Pacífico, o en las crestas del Soconusco, donde la distancia no parece terminar. Así que si una tarde acaso topas por ejemplo en un semáforo de Tuxtla Gutiérrez con la esquina que forman la avenida Vicente Fox y una planta gigantesca de Coca Cola, donde bullen de rojos tráileres con amenazante doble remolque, y te tienes que tragar el recuerdo de esa página fea de nuestra Historia Nacional en la que un presidente fue empleado por la refresquera para consolidar su emporio, por qué mejor no alzas lo ojos y ves lo que también está ahí, pero que en las ciudades se olvida.

El valle de Comitán siempre me ha parecido un lugar de cielo privilegiado. Esa luz merecería su José María Velasco. No será la zona más dotada de la naturaleza, ni estará la ciudad a la altura de la atmósfera que lleva encima día, tarde y noche, pero sus cielos, Rosario Castellanos debió considerarlo mientras escribía Balún Canán, pueden proporcionar el espectáculo filarmónico de cien Capillas Sixtinas sin intervención humana, salvo la ocasional y minúscula presencia de las avionetas que no por nada tienen allí un puerto de excelente visibilidad. No lejos, en el pequeño valle tzeltal de Amatenango, en sí espectacular jardín de milpas, uno puede correr la suerte de contemplar el sol y la luna a la vez, cada uno es su esquina, seriecitos. Y uno en medio.

En cuántos lugares por las cañadas de Ocosingo y Las Margaritas, el valle de Santo Domingo o sobre la Sierra Madre las nubes alcanzan vasto volumen y adoptan formas fantásticas sin límite, insospechadas, archipiélagos deslumbrantes, continentes, majadas, dispersos especímenes de zoología fantástica. Las poderosas sierras Livingston, La Colmena o Norte lucen predecibles y reducidas bajo el embate, más leve que aleve, de las nubes y las constelaciones. Hace ya una cantidad de años que para contarlos necesitaría duplicar la totalidad de mis dedos, cuando comencé a quedarme en las riberas del Tulijá y nadé ríos de esmeralda por primera vez (antes del Jataté, el Lacantún, el Tzaconejá, el Bascán, el Tzendales), supe la ventura y desventura que es perderse en el verdor rugiente de sus lodos y descubrir la belleza del mundo. Ya por entonces nada me causaba escalofríos de azoro tan intensos y por lo visto inolvidables como las nubes de formas humanas, bestiales, oníricas, y el azul que atravesaban suspendidas en cualquier dirección.

Foto
La zona de trabajo en el templo XX, ubicado en el área sur de Palenque, se encuentra techada con láminas para permitir que continúen las excavaciones aun bajo las lluvias veraniegasFoto Yazmín Ortega Cortés

Pero qué decir de las inmediaciones del océano: los manglares de La Encrucijada, el estero de Boca del Cielo, la quietud exasperante del Mar Muerto y su Paredón, inmensidad y espejo equiparables al ulular del Usumacinta con todos sus ríos madres y padres, sus nervaduras, las lagunas sin rubor de Nahá, Montebello, Sibal, Ojos Azules, Suspiro, Miramar, Metzabok, capaces de capturar en su pupila marejadas de nubes enteras en un arrullo monumental que aunque ya no lo sea, parece intacto. O los arcoiris vibrantes, que cuando les da por asomar hasta exageran.

Sirva de coda la estela estática de un satélite artificial que finge caer y se aleja, se aleja lento, congelado, siguiendo su órbita alrededor de la nuestra. Mira, allá van Internet, los GPS, las señales de televisión y otras cosas que consideramos importantes. Una estría congelada nada más, una uña desprendida, no de dios, sino de Cabo Cañaveral. Para satélites, qué mejor que las noches de luna (el satélite original) allá por los Altos tzotziles, frías y espesas, coronadas de anillos y diademas que dejó la lluvia para que no te acuerdes de olvidar.

Quizá no debiera extrañar que, sin tradición antigua en la materia, bajo estos cielos Chiapas se haya convertido en tierra de poetas. En todo caso, no se me ocurre mejor explicación.

Los antiguos mayas eran astrónomos. Los modernos resultaron intergálacticos. Cuántas veces bajo estos cielos, cuántas vidas se juntaron a cavilar sobre su liberación. Cuántos siglos cuántas muertes ensangrentaron la tierra de los indios, lo mismo en días claros y en tormentas. Estos o muy parecidos cielos han cubierto siempre –impasibles, distantes, monumentales– los dramáticos destinos de los hombres de maíz. Qué si no la milpa da la cara al cielo mientras madura al fruto primordial de la tierra en toda su estatura.