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Tiempo de blues

El ejército más formidable jamás convocado... 50 años después

Mañana, homenaje al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, a las 19 horas en el Museo de Antropología

Primera llamada

H

ace medio siglo se formó en nuestro país la milicia más insólita en el mundo de la cultura para librar una descomunal batalla, misma que tenía que concluir 19 meses más tarde –ni un día más, ni uno menos–, pues esa fecha se marcó en los calendarios antiguos y en el ánimo de los miles de combatientes que participaron en esta Odisea, el día: 17 de septiembre de 1964. Con mucha fortuna, fui enrolado en ese ejército como dibujante de códices.

Empresa colmada de riesgos, que se tenían que resolver al unísono, mil y un retos surgieron durante la construcción de la nueva morada para el acervo arqueológico-etnográfico más significativo del país: el Museo Nacional de Antropología en el histórico Bosque de Chapultepec

Ejército integrado por hombres y mujeres de la antropología mexicana: arqueólogos, lingüistas, etnólogos, antropólogos físicos y sociales, aunados a historiadores y pedagogos, laboraron hombro con hombro con museógrafos, pintores, escultores, dibujantes y –sobre todo– con los arquitectos que tenían que solucionar los espacios idóneos para exhibir la gran riqueza de las culturas del México antiguo y de las etnias que habitan el México contemporáneo.

Al frente de este ejército fue nombrado un arquitecto: Pedro Ramírez Vázquez, cuya capacidad para organizar y resolver los desafíos más complejos, son ya una leyenda. En el mes de febrero de 1963 se inicia la obra en varios frentes: remover millones de metros cúbicos y construir oficinas provisionales. Por tierra, mar y aire se realizaron decenas de viajes etnográficos por todo el territorio nacional para documentar y adquirir miles de objetos de uso cotidiano de los grupos indígenas que habitan la República Mexicana.

Segunda llamada

Otros batallones especializados de trabajadores de la construcción (los imprescindibles albañiles) en marchas forzadas de día y de noche levantaban muros, colaban lozas e instalaban kilómetros de cables bajo la supervisión de ingenieros, electricistas, carpinteros y museógrafos.

El llamado paraguas, que no es sino una fuente invertida, tenía que ser terminado antes que nada, pues la colocación de las enormes vigas requería de maquinaria pesada y, así, dejar libre un espacio cubierto de más de 4 mil metros cuadrados con el sostén de una sola columna.

Meses después los cálculos de ingeniería se enfocaron a un proyecto insólito: construir una plataforma capaz de transportar un monolito de más de 165 toneladas desde el pueblo de Coatlinchán hasta Chapultepec (poco más de 50 kilómetros) y que, además, tenía que cruzar la ciudad por el Paseo de la Reforma.

En una extraña coincidencia, el día que el arquitecto Ramírez Vázquez cumple 45 años el monolito, bautizado como Tláloc, llega en medio de una inusual tormenta a la ciudad de México y en su recorrido final el dios de la lluvia es escoltado por miles de capitalinos desde el Zócalo hasta la nueva sede del Museo en Chapultepec.

El promedio de edad de los que laboraron era sorprendente, no rebasaba la treintena, el mismo arquitecto era un joven de 44 años, pero la experiencia que había adquirido era impresionante: a los 33 años proyecta una de sus primera obras: la Escuela de Medicina en Ciudad Universitaria; posteriormente desarrolla todo un sistema modular con el que se construyen más de 30 mil aulas en todo el país y en 1958 diseña el Pabellón de México para la Exposición Mundial de Bruselas que gana el Grand Prix de Bélgica.

Foto
El monumental paraguasFoto Raúl de la Rosa

Durante décadas, un arquitecto genial y discreto como el que más: Rafael Mijares Alcerreca (1924) colaboró con Ramírez Vázquez en los más importantes proyectos e integraron una mancuerna profesional que obtiene grandes e importantes reconocimientos en México y en el extranjero.

Tercera llamada

Todo acontecimiento importante está lleno de pequeñas pero significativas historias, y la planeación e instalación del Museo Nacional de Antropología no es la excepción, esta historia tiene como protagonistas más importantes a Zita Basich, jefa del Departamento de Códices; al arqueólogo Luis Aveleyra, director del Museo de Moneda; Adolfo López Mateos, presidente de la República; Eusebio Dávalos, director del INAH; los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez e Ignacio Marquina, así como Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública.

Los sábados solían reunirse en casa de Zita Basich y Federico Canessi un amplio grupo de amigos del mundo de las artes, la cultura y la política, entre ellos, el joven arquitecto Ramírez Vázquez y su esposa Olga Campuzano. Años después el propio arquitecto escribiría: De esas conversaciones, por la insistencia de Zita Basich y de Luis Aveleyra, se invitó al licenciado López Mateos a conocer el viejo Museo de Historia, en las calles de Moneda, y mucho se comentaba de la aspiración que todos teníamos por llegar a tener un digno Museo Nacional de Antropología.

Convencerlo no fue difícil, el Presidente aprueba el proyecto y esa misma noche empieza una carrera contra el tiempo, (la realidad era que tan sólo faltaban dos años para concluir su mandato), el resto es una maravillosa historia que concluye a las 10 de la mañana del 17 de septiembre de 1964, cuando el Presidente de la República inaugura el Museo Nacional de Antropología.

Como si hubieran sido convocados los cuatro guardianes de los cuatro puntos cardinales, los días 16 del cuarto mes se dieron sucesos afines: el 16 de abril de 1919 nace Pedro Ramírez Vázquez, exactamente 45 años después llega Tláloc al museo y en la misma fecha de 2013, en plenitud de sus facultades, fallece a los 94 años el arquitecto y urbanista mexicano más productivo e influyente en la vida nacional del siglo XX: Pedro Ramírez Vásquez, y mañana día 16, se le rendirá un homenaje a las 19 horas en ese recinto sagrado, que es el Museo Nacional de Antropología.

Medio siglo después, el museo enfrenta nuevos retos, actualizar sus contenidos museográficos y que su vocación educativa convoque a las nuevas generaciones; hay 50 buenas razones para hacerlo.