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Tensión en el país que catapultó el futbol

En Brasil, gente acogedora y precios abusivos recibirán a los turistas que aterrizarán en 2014

 
Periódico La Jornada
Sábado 15 de junio de 2013, p. a36

El país de paisajes deslumbrantes y gente acogedora que inaugura ahora la Copa Confederaciones y recibirá el año que viene el Mundial de Futbol tiene características que podrán asustar a los turistas, en especial europeos y asiáticos. Los índices de violencia, por ejemplo.

Un reciente estudio encargado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) muestra que son cometidos 50 mil homicidios por arma de fuego al año. Más que los muertos de Irak, Sudán, Afganistán. Las 12 ciudades que serán sedes de partidos del Mundial tienen niveles elevadísimos de violencia urbana. Algunos especialistas dicen que en ellas existe una violencia endémica.

La Copa Confederaciones será una prueba rigurosa para todo lo que se hizo y principalmente para lo que falta hacer. Para ver qué hacer contra aeropuertos tenebrosos, carreteras asesinas, el caos del tránsito urbano, las deficiencias en las telecomunicaciones y hasta los precios absurdos y claramente abusivos.

El precio medio de los hoteles de Río de Janeiro, que suele girar alrededor de 195 dólares, fue elevado a 456. Y, para el Mundial del año que viene, dormir una noche en un hotel costará 460 dólares en promedio. En el Mundial de 2006, realizado en Berlín –ciudad más cara que las brasileñas– la tarifa media de los hoteles fue de 300 dólares.

Mientras corre contra el tiempo en las obras, el gobierno busca mecanismos legales para combatir el abuso de los precios en hoteles, restaurantes y líneas aéreas. La cuestión de las telecomunicaciones preocupa de manera específica, y las autoridades sectoriales presionan cada vez más a las operadoras.

A todo eso los brasileños están acostumbrados. Con relación a los cronogramas eternamente retrasados, recurren a la fe suprema. Creen, piadosamente, que a última hora todo se arreglará. Al fin y al cabo, Dios es brasileño, dicen.

Lo que efectivamente empieza a mover a la gente es la tensa expectativa sobre qué harán Luis Felipe Scolari y los jugadores que convocó para armar la selección.

En el ranking de la FIFA divulgado en mayo Brasil aparece en un lejano y vergonzoso puesto 19. Es la peor clasificación del país desde que esa clasificación fue creada, hace 20 años.

Así llega la selección de Felipón a la Copa Confederaciones, en una situación incompatible con el nivel histórico del país, único en conquistar cinco veces el Mundial (1958, 1962, 1970, 1994 y 2002). Cambiar drásticamente ese escenario es una de las misiones del equipo que entra en campo este sábado contra Japón.

El domingo pasado Brasil derrotó 3-0 a Francia, en un partido amistoso. El resultado ha servido para entusiasmar a la hinchada, más por el sabor a revancha sobre la final del Mundial de 1998 que por el brillo presentado en la cancha. Y, principalmente, para dar confianza al equipo.

Felipón Scolari sorprendió al no convocar para la Copa Confederaciones a astros consolidados como Kaká, del Real Madrid, y Ronaldinho Gaúcho, que atraviesa una fase luminosa en el Atlético de Minas Gerais. Prefirió convocar, en su mayoría, a jugadores jóvenes, con muy poca experiencia de ponerse la camisa amarilla, la canariño, que tiene un peso especial. Son factores que preocupan a la hinchada: el poco tiempo de trabajo de la comisión técnica, la poca edad del equipo, la escasa experiencia en jugar juntos.

Por eso las esperanzas están depositadas en características puntuales del futbol brasileño: calidad técnica, capacidad de improvisar, la creatividad. Eso, por lo menos, hasta que se logre transformar un grupo de jugadores de mayor o menor talento en un equipo capaz de honrar la tradición.

La defensa del equipo es donde se reúnen los más experimentados. De los 23 convocados, sólo cuatro ya disputaron mundiales: el arquero Julio César (que con 33 años es el más viejo del grupo), Fred (principal goleador) y los zagueros Daniel Alves, del Barcelona, y Thiago Silva. Del equipo, 10 no alcanzaron a disputar 10 partidos por la selección brasileña.

Para establecer una comparación, Italia, tradicional adversaria y que está en el mismo grupo A, llega con 10 jugadores que estuvieron en el Mundial anterior. Y el Tri trajo a Brasil nueve que estuvieron en Sudáfrica.

La falta de experiencia deberá ser compensada con talento. De los jóvenes merecen atención Oscar, mediocampista del Chelsea, que tiene 21 años, y Paulinho, de 24, cuya capacidad de lanzarse de manera sorprendente al ataque hizo de él un ídolo en el Corinthians.

La experiencia del cuarteto de veteranos es parte fundamental de las expectativas de la hinchada. Todos pasan por una etapa de gran brillo y se espera que así se mantengan hasta el año que viene.

Neymar, la esperanza

Nadie, sin embargo, despierta tanta expectativa como el atacante Neymar, quien hace poquísimo fue vendido al Barcelona, en un traslado millonario. Sus antecedentes en el Santos, donde desarrolló toda su carrera profesional, son impactantes.

Se le considera el mejor jugador del club desde Pelé. En los cinco años que vistió esa camisa ganó seis títulos, entre ellos la Copa Libertadores de América, que el club no lograba desde hacía casi medio siglo, justamente con Pelé.

Si en el Santos su trayectoria es indiscutible, no ocurre lo mismo en la selección. Al menos en ese aspecto se le puede comparar con su nuevo compañero de equipo, el argentino Lionel Messi: genial en el Barcelona, no ha logrado todavía presentar la misma genialidad en la selección de su país.

En los dos torneos que disputó con la canarinha, la Copa América y los Juegos Olímpicos, Neymar decepcionó. Lo mismo en los amistosos de preparación. Vendido al Barça, considerado el mejor equipo del mundo, con contratos de publicidad que le aseguran ingresos mensuales de un millón y medio de dólares, Neymar tiene ahora, a los 21 años, una nueva oportunidad para dar muestras de lo que efectivamente es capaz.

La verdad es que, con muy raras excepciones (y algunas están en la selección), la actual generación de jugadores brasileños es de las más flojas de la historia. Los técnicos, a su vez, parecen haber adormecido en el tiempo. Y, para completar, la Confederación Brasileña de Futbol se transformó, luego de haber sido modelo de corrupción, en un ejemplo cabal de desorganización.

Es decir, el escenario no es de los que más entusiasman. Quizá por eso el precavido Neymar reitere que no pretende brillar, sino ganar. Y recuerda que la responsabilidad por los resultados, tanto positivos como negativos, no puede recaer sobre un solo jugador.

Es justo lo que él dice. Ocurre que es el gran ídolo de la selección, y de los ídolos se pide todo, sin concesiones.

Este sábado empieza otro torneo importante. Luego de los japoneses vendrán los mexicanos y, por fin, los italianos. Y llegará la segunda etapa. Es decir, no faltará tensión en el país que no inventó el futbol pero supo llevarlo a alturas inauditas.