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¿Sólo queda resignarse?
E

l viernes último la prensa dio prominencia a dos informaciones cargadas de malos augurios para los mexicanos, al menos para ocho o nueve de cada 10 de ellos. Aludían a acontecimientos recién ocurridos o continuados, que se presentaban como producto de la fatalidad: o no eran eludibles o serán inevitables. Recuérdense los encabezados con que aparecieron en La Jornada. Primera: Bajo crecimiento económico y comercial en el mundo entre las causas /En el segundo trimestre se acentuó la desaceleración económica: BdeM. Segunda: “Continuarán los gasolinazos por lo menos hasta 2014, advierte Pemex /El país importa la mitad del combustible por falta de infraestructura para refinar el crudo”. El tono y la tonada de las informaciones y el contenido específico que se encuentra en las fuentes en que se originaron estimula la reflexión.

Primera. La Minuta número 21 de la reunión de 12 de julio de la Junta de Gobierno del Banco de México revela que la economía mexicana está sumida en una fase de desaceleración que se prolonga ya por un año: presente desde mediados de 2012, parecería haberse acentuado en el segundo trimestre de 2013, por una serie de choques adversos. En especial cuatro: i) una disminución de la demanda externa que, como la desaceleración misma, se enfrenta desde la segunda mitad de 2012; ii) la apreciación del tipo de cambio real, que se presentó hasta mediados de mayo del año en curso, afectó más la producción de bienes comerciables que la propia caída de la demanda externa; iii) el menor dinamismo del gasto público, como parte del proceso de consolidación fiscal, contrajo tanto la demanda interna como el consumo y la inversión gubernamentales; y, iv) la evolución del sector vivienda ha exacerbado la pérdida de dinamismo de la industria de la construcción.

Adviértase que el choque adverso iii fue producto de una decisión deliberada: perseguir la consolidación fiscal, en momentos de debilidad de la demanda externa y de los desajustes propios del inicio de una administración, fue el reflejo en México de las malhadadas medidas de austeridad que han extendido la recesión, el estancamiento o la atonía en casi todas las latitudes. Se optó por alinearse a favor del equilibrio presupuestal a ultranza y ahora se admite el costo, aún no cuantificado, en que se incurrió. Por su parte, el segundo choque adverso revela la carencia de una política cambiaria que hubiera evitado la sobreapreciación del peso mediante acciones oportunas de esterilización monetaria o desaliento impositivo de las entradas excesivas de fondos financieros, a menudo especulativos.

La Minuta número 21 enumera las muchas cuestiones que no marcharon bien en los últimos tres meses y en el año anterior: estancamiento de las exportaciones de manufacturas, tanto no automotrices como automotrices destinadas a mercados diferentes de Estados Unidos; trayectoria negativa de las ventas al mayoreo y menudeo de los establecimientos comerciales; estancamiento de la construcción por, entre otros, la pérdida de dinamismo de la construcción pública; en fin, el marasmo del gasto público.

¿Pudo haber sido de otro modo? El choque adverso i, debilidad de la demanda externa, pudo haber sido respondido con acciones de fomento exportador en mercados aún dinámicos y con el estímulo al consumo o uso nacional de bienes o insumos exportables. Un mercado nacional dinámico puede ofrecer alternativas de demanda que impidan o limiten la contracción de la actividad y, más allá, el cierre de capacidades productivas y la pérdida de empleos, con sus efectos multiplicadores negativos. Ya se ha hablado de una política cambiaria activa –en lugar de su ausencia absoluta, implícita en el concepto de libre flotación cambiaria–, no sólo para evitar revaluaciones dañinas sino para prevenir el riesgo de salidas súbitas y cuantiosas de capital golondrino, motor de los mercados financieros desregulados. Lo verdaderamente inconcebible fue, desde luego, que se procurase la consolidación fiscal cuando lo que se requería y pudo haberse hecho fue convertir al gasto público en el principal instrumento de estímulo de la actividad económica y el empleo. Con acciones oportunas y decididas, a favor del consumo y la inversión, pudo haberse combatido la atonía, desde mediados de 2012 hasta el segundo trimestre de 2013.

Sin embargo, como muestra la Minuta número 21, las opciones de política ni siquiera se discuten. Se afirma que, en la reunión, se llevó a cabo un nutrido intercambio de opiniones que se resume en el apartado 3. Su lectura muestra que los miembros de la Junta de Gobierno se limitaron a constatar los hechos presentados: Todos los miembros de la junta concordaron en que la economía mexicana ha mostrado una desaceleración desde la segunda mitad de 2012, y la mayoría calificó dicha pérdida de dinamismo como importante. No se registra a lo largo del nutrido intercambio ninguna propuesta para contrarrestar, mitigar o superar esa desaceleración que todos consideran que existe y que, por lo menos una minoría no identificada, no considera importante, o preocupante. Nada para perder el sueño, pensará. Sin embargo, “[…] la mayoría de los miembros enfatizó que, en cualquier caso, un mayor crecimiento de Estados Unidos beneficiaría a la economía mexicana”. Para qué devanarse los sesos en el difícil diseño de una política de crecimiento, de un conjunto de medidas anticíclicas. Mejor esperar a que Estados Unidos crezca más, lo que en todo caso nos beneficiará.

Por lo pronto, la perspectiva inmediata no es alentadora, incluso en la visión de la Junta de Gobierno del BdeM: Otro miembro mencionó que las perspectivas de crecimiento económico para el país han empeorado, a lo que un miembro más añadió que se han revisado a la baja los pronósticos de crecimiento para 2013, aunque se han mantenido prácticamente sin cambio para 2014. Ahora, de acuerdo con la mayoría de las previsiones, el crecimiento económico de México en 2013 se situará por debajo de 3 por ciento, tasa evidentemente insuficiente en una situación en que –otra vez en palabras de la Minuta número 21la tasa de desempleo continúa ubicada en niveles por encima de los observados antes del inicio de la crisis financiera global y la pobreza afecta a un número mayor de mexicanos. Es difícil aceptar que sólo quede resignarse… o esperar a Estados Unidos.