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Ver día anteriorDomingo 22 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A la Mitad del Foro

Con el agua al cuello

L

os ríos se salieron de madre. Las montañas se desgajaron y enterraron pueblos enteros. Cerraron el paso a las supercarreteras de cuota y a los servicios públicos. Las redes electrónicas, llamadas sociales, presuntas sucesoras de las plazas públicas, de la retórica y el diálogo democrático del que debieran surgir los acuerdos, la concertación de voluntades, la narrativa, ruta y meta políticas, se ahogaron al inundarse, al convertirse en zona de desastre, 24 de los 31 estados de nuestra pobre y dolorosa República.

Ah, la solidaridad compartida por los ricos, los del 10 por ciento de los mexicanos dueños de más del 90 por ciento de la riqueza nacional; compartida con la clase media que, según los encargados del recuento oligárquico, ya somos mayoría: en una población con más de 50 millones que son pobres de solemnidad, con hambre, con el agua al cuello. Cada quien da lo que puede. Y las desgracias naturales, el brutal impacto, la miseria y muerte desnudan la criminal incuria que ubica las viviendas de los más necesitados en las zonas de riesgo; en el lecho mismo de los ríos, al filo del agua, en las lomas y al pie de los montes y cerros de nuestra geografía, del espinazo de América. Ríos que hemos envenenado, convertido en cloacas; aguas que dejamos pasar o mal aprovechamos en tierras de riego. O entubamos para traerlas del nivel del mar hasta las alturas del Valle de Anáhuac: proeza de irracionalidad

Tienen memoria esas aguas, nos recuerdan en estos días de tragedia los expertos. Las tierras que fueran lagos vuelven a serlo cada año en la metrópoli de la ira que sigue siendo capital de la República y se extiende ya al extremo oriente y a las laderas del sur, donde el Ajusco espera el arribo de futuras migraciones de la miseria rural a la miseria urbana. En el centro del lago de Texcoco hay agua, han vuelto las aves migratorias, los juncos y los chichicuilotes. Obras de recuperación a cargo del Estado, de servidores públicos a quienes nadie agradece su labor, ni la distingue siquiera de la tarea destructora de los fraccionadores y funcionarios cuya complicidad y avidez de dinero parecieran, quizás debieran, justificar la idea popular de que la corrupción impera entre nosotros.

También los pobres que vuelven a asentarse en las zonas de desastre tienen memoria. Los de Acapulco recuerdan la forzada mudanza de las alturas que fraccionó el Rey Lopitos a las abajeñas de las afueras, donde se construyeron viviendas como casas de juguete, una junto a la otra; no se necesitan jardines al este del Edén. En Chilpancingo, donde conmemoraron el bicentenario de los Sentimientos de la Nación, se construyeron casas para el pueblo colgadas de precarias terrazas en lo alto de la montaña; se veían al transitar hacia la costa, al entrar a la capital del estado. Creció el río y arrasó con todo a su paso. Espero que esas casas absurdas sigan de pie en las alturas, en espera del siguiente desastre.

En la montaña, en Atoyac de Álvarez, los pobladores de La Pintada oyeron el tronido del cerro que se les venía encima y se tragó la mitad del pueblo. Decenas de muertos. Salvamento en helicópteros de quienes aceptaron salir y dejar lo poco que tenían a merced de la rapiña. Se ha propuesto que el gobierno reconstruya La Pintada y reponga lo que se tragó la tierra. Pero los desalojados temen que vuelvan los deslaves, que retiemble en sus antros la tierra. Se aferran a sus pobres pertenencias por temor a que los roben; y se aterran ante la posibilidad de volver al sitio en que nacieron sus hijos, en el que enterraron a sus muertos antes de que las aguas deslavaran la montaña que enterró a los vivos y enlutó a todos. Sus plantíos de café, sus milpas, van a llamarlos a retorno. Atoyac de Álvarez se llama el municipio en esa montaña que ha dejado huella en nuestro proceso histórico; desde el Plan de Ayutla y los pintos de Juan Álvarez que echaron del poder a la derecha reaccionaria, hasta las guerrillas de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas, maestros rurales que tomaron las armas.

Los de la transición en presente continuo tienen memorias cortas. Con el diluvio en septiembre hubo ceremonias paralelas para conmemorar el terremoto de 1985. Unos a insistir en que la ausencia del gobierno entre las ruinas dio aliento a la solidaridad popular y al desplome del presidencialismo autoritario; la convicción de que ahí concluía el priato y se engendraba la democracia sin adjetivos. La marcha de sonámbulos con rumbo al centro, ese vacío al que invocan los neoconservadores para declarar muerta la lucha de clases, desaparecidas las ideologías; llegado el fin de la Historia para dar paso a la democracia capitalista, sistema único, único método de gobierno en el mundo de la globalidad. Así las cosas, a quién le sorprende que nadie crea en la política, que los partidos políticos sean una simple agencia de empleos, fábrica de candidatos.

Ni modo ni manera, dijo Pánfilo Natera. En Zacatecas se inundan los desiertos y marchan maestros en súbita solidaridad con los de la CNTE que salieron de Oaxaca y convirtieron la ciudad de México en territorio de confrontación callejera. Cierto, mientras ocupaban el mismísimo Zócalo, negociaban en la Secretaría de Gobernación. Mientras el país se inundaba y el agua destruía viviendas y vidas, caminos y puentes, Gabino Cué, gobernador de Oaxaca, iba y venía, se sentaba con los de la sección 22 en la mesa que presidía el secretario Miguel Ángel Osorio Chong. El Zócalo es meta de todas las peregrinaciones, desde los que vinieron de Aztlán y los que llegaron con Hernán Cortés, hasta los villistas del norte y los zapatistas del sur en el instante milagrero que cedió a la realidad en los campos de Celaya.

Y ahora, la escenificación ritual de las marchas de protesta: mineros de Santa Rosita; agraristas de toda la geografía nacional; estudiantes del 68; los maestros de Othón Salazar; los petroleros que dejaron la vida a las puertas de Los Pinos. Lucha de clases. Hoy estamos con el agua al cuello. Hoy marcha Andrés Manuel López Obrador del Ángel de la Independencia al Zócalo, después del desalojo de los maestros es hoy depósito de alimentos, medicinas, de auxilio solidario para la víctimas de Ingrid y Manuel.

No hubo mitin de López Obrador en el Zócalo el 8 de septiembre. Nada se ha dicho de algún acuerdo con Mancera para el mitin de hoy. Símbolo vivo de los encuentros y desencuentros de las izquierdas, ese espacio imaginario que ocupa toda suerte de partidarios del progreso. Una comida reunió a Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Y hubo un manifiesto: acción común en defensa del petróleo y la soberanía nacional.

Cada quien por su lado. Cuauhtémoc Cárdenas no asiste a la marcha de hoy; participará en los foros sobre reforma energética que organiza el Senado de la República: Hay que dar a conocer las posiciones en todas las oportunidades que haya y creo que esta es importante. Yo no iré al Senado, dice López Obrador, porque es una simulación y no me prestaré para ello.

Y mientras el senador Miguel Barbosa contribuye a la confusión sobre el papel de la mayoría y las minorías en el ámbito del poder constituido, el PRI que fuera de clases y no de clase, aprende a sumar y a formar mayorías con el concurso de las minorías. Enrique Peña Nieto acude a las zonas de desastre y no va a la apertura de sesiones de la ONU en Nueva York. En espera del crecimiento económico sin el cual no habrá empleos ni saldrán de la miseria la mayoría de los mexicanos. Los que ya estaban y siguen con el agua al cuello.