Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 8 de diciembre de 2013 Num: 979

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos fines de semana
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Saúl Toledo Ramos

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Columnas:
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Javier Sicilia

Insite: la salud y la droga

Muchos son los rostros  de las víctimas que la satanización de las drogas no nos deja ver. Están, en primer lugar, los asesinados y desaparecidos –muchos de ellos inocentes– que la prohibición de la droga en forma de guerra cobra en México; en segundo lugar, la mayor parte del veinticinco por ciento de los presos del mundo que Estados Unidos tiene –la mayoría afroamericanos y latinos asociados con posesión o venta de drogas, es decir, minorías criminalizadas y segregadas–; en tercer lugar, los propios adictos; en cuarto lugar, la sistemática destrucción de la vida democrática. Esa realidad muestra, con un horror que hiela, que la satanización de la droga y su combate en formas violentas ha generado en los últimos cuarenta años más víctimas que su consumo. Una de esas causas –tras la cual se oculta la maximización de capitales improductivos: venta de armas, grandes inversiones en ejércitos, policías y cárceles, lavado de dinero y corrupción de funcionarios– está en mirar la droga como un asunto de seguridad nacional y no como un asunto de salud pública como se hace con otras sustancias –pensemos, por ejemplo, en el alcohol– que, al igual que la droga, pueden o no –según su uso– ser dañinas.

Toquemos aquí el tema de los adictos duros, esas víctimas que supuestamente la guerra contra las drogas ha pretendido salvar. Esos adictos que el Estado extrañamente no encarcela, pero que abandona al mercado negro y a la indefensión, no sólo siguen existiendo, sino que su número se incrementa. Para mirar ese horror hay que ir a los picaderos de los suburbios de muchas grandes ciudades o leer el reportaje sobre los picaderos de Ciudad Juárez que la revista Proceso publicó en su número 1653. Semejantes a las víctimas directas que Calderón y el actual gobierno de Enrique Peña Nieto quieren enterrar en una fosa común, los yonquis están igualmente abandonados y  olvidados en  sitios donde lo único que existe es la oscuridad, la ausencia de higiene, el contagio de enfermedades, la destrucción y la muerte.

Contra esa atroz idiotez, varias organizaciones en Canadá lograron que su gobierno, por una excepción especial de la Sección 56 de las Drogas y Ley de Sustancias Controladas, financiara en Vancouver un programa llamado Insite.

El sitio no es otra cosa que un picadero ubicado en la zona donde habitan los yonquis –193 East Hasting Street en el Dowtown Eastside–, pero hecho de manera higiénica: pequeños cubículos con espejos, jeringas nuevas, enfermeras, médicos y voluntarios. Arriba, un programa de apoyo para quienes quieren rehabilitarse. Lo único que Insite no proporciona es la droga que los adictos, a causa de la prohibición, deben comprar en el mercado negro con las consecuencias atroces de un mercado no regulado. El resultado no sólo es la dignificación de la persona –el yonqui tratado como un enfermo que merece respeto– sino la reducción sensible de contagios de sida y de muertos por sobredosis, treinta por ciento de adictos que ingresan a los programas de rehabilitación y ahorros significativos en el sector salud. Frente a los 500 mil dólares que anualmente aporta el sector salud de Canadá y el millón 200 mil dólares que entrega el Ministerio de Salud de Columbia Británica para el sostenimiento de Insite, los ahorros que proporciona son de 18 millones de dólares, según el Canada Medical Association Journal.

El tratamiento de la droga como un asunto de salud pública regulada por el gobierno pondría no sólo fin a una guerra cuyos costos en vidas, en crecimiento de lo inhumano, en destrucción de la democracia y en incremento de capitales improductivos que sólo enriquecen a los señores de la muerte y a totalitarismos de nuevo cuño que son cada día más brutales, sino que también permitiría crear políticas públicas verdaderamente humanas como las que guarda el interior de Insite.

¿Podremos hacerle entender esto a los imbéciles que, al lado de los criminales, dirigen el destino de las naciones? No lo sé. En todo caso, si no lo hacemos, la vida se convertirá en un inmenso campo de concentración al aire libre.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.