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De nuestras Jornadas

Los chocolates de Mike O’Connor

E

n alguna de sus últimas visitas al estado –cuando investigaba los pormenores del homicidio de Regina Martínez– Mike O’Connor, el recién fallecido reportero de guerra, relató a los periodistas xalapeños, con quienes realmente convivió, una anécdota que usaba para describir el ambiente en que se ejerce el oficio.

Tras reunirse con un reducido grupo, OConnor se retiró a la habitación de su hotel. Extenuado por la intensa agenda del día, plena de entrevistas y testimonios para su reporte al Comité para la Protección de Periodistas, se quedó dormido de inmediato.

Al despertar, Mike –relataría después– se encontró con una sorpresa. El espacio del buró donde había dejado su agenda estaba ocupado por una caja de chocolates. Alguien se había introducido al cuarto y dejado el presente, sin ninguna tarjeta de presentación o identificación de a quién agradecerle el recuerdo. El espeluznante mensaje era relatado por el reportero en medio de bromas.

Por supuesto, nunca volvió a saber de la libreta donde guardaba direcciones y teléfonos de reporteros de distintos lugares del país con quienes había sostenido encuentros en su notable periplo que lo llevó principalmente por Veracruz, Tamaulipas, Sinaloa, Guerrero, Michoacán, sitios considerados de alto riesgo donde documentó casos de agresiones, amenazas, desapariciones y homicidios de trabajadores de los medios.

Mike decía que en comparación con el trabajo de corresponsal de guerra, quien se retira a un lugar seguro luego de observar, con alta dosis de peligrosidad, el desarrollo de los acontecimientos, el comunicador en el país como en el caso de Veracruz, vive rodeado por una guerra que toca a su familia.

En este otro tipo de guerra –decía– si alguien está amenazado, ¿a dónde va?, ¿a la policía? Quizás no. ¿A la fiscalía, al Ministerio Público, con el gobernador? Tampoco. No hay ninguna certeza. Nadie puede sentirse absolutamente seguro y en el mejor de los casos, te toca recibir una caja de chocolates.