Opinión
Ver día anteriorMiércoles 17 de septiembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pensar la inventiva implícita en la independencia
A

estas alturas todos sabemos –o al menos todos intuímos– que la historia es a la vez mito y espacio de pensamiento crítico. Esto se debe, en parte, al doble sentido que tiene la palabra historia, que se refiere a la vez a lo que sucedió, y a las formas en que contamos lo que sucedió. O sea que la historia es a la vez una serie infinita de pequeños y grandes hechos que en verdad transcurrieron, y una serie de cuentos que contamos acerca de algunos de esos eventos (la mayor parte de las cosas que sucedieron no se llegan a contar nunca).

La tensión entre lo que sucedió y cómo se cuenta lo que sucedió hace que la investigación histórica –el esfuerzo por documentar lo que sucedió– tenga siempre la capacidad de vulnerar los cuentos que ya circulan sobre lo que sucedió. O sea que existe una tensión inherente entre la investigación histórica y el mito histórico, y en general entre la historia recibida y la investigación histórica. El mito histórico se alimenta usualmente de la investigación, pero la investigación conlleva la posibilidad de desestabilizar o de vulnerar al mito.

¿Qué tan bien parado está el mito de la independencia de México, hoy, ante la investigación histórica que se ha realizado en torno de la disolución del imperio español, y del nacimiento de la República Mexicana?

Es una pregunta que se podría responder de muchas formas, pero hoy, en conmemoración de la independencia, me interesa discutir un solo tema: la identidad del pueblo y del territorio mexicano. Hago de lado todo interés por revisar el heroísmo o la falta de heroísmo de los líderes de la independencia, y tampoco siento mayor tentación por identificar o calificar villanos o supuestos villanos de la historia. No me parece demasiado interesante nada de eso en este momento. Me importa, en vez, considerar una cuestión más fundamental: ¿Quien o qué fue el sujeto de la independencia?

La pregunta parece sencilla: estamos discutiendo el sentido histórico de la independencia de México (¿o no?), por lo tanto, México tiene a fuerzas que ser el sujeto de esa historia. Sólo que hoy sabemos que, antes de la independencia, no existía México tal como se entiende hoy: México era el nombre de una ciudad y de un valle –también de un arzobispado–, pero nada de eso se correspondía con el territorio que fue identificado como propio de la República Mexicana al momento de la independencia. De hecho, los próceres de la independencia como José María Morelos y Miguel Hidalgo hablaban de la independencia de la América septentrional, un territorio que se correspondería, vagamente, con el de la Nueva España, que en ese entonces incluía la mayor parte de Centroamérica y posiblemente también Cuba.

Decir que México no existía como entidad previo a las guerras de independencia, y que por tanto no puede haber sido el sujeto de la independencia puede parecer un poco necio (por no decir académico): ¿importa acaso si el territorio se llamaba Nueva España o México?

La pregunta es menos ociosa de lo que parece, porque si no existía una unidad político-administrativa que se identificara claramente como el sujeto de la independencia, sino que se hablaba de una categoría vaga, como América septentrional, por ejemplo, podrían surgir diferentes países del territorio emancipado, como de hecho sucedió. Así, Centroamérica se separó de la República Mexicana casi de inmediato, y Cuba nunca se incorporó. Por otra parte, hubo movimientos de independencia en varias zonas, incluyendo Texas, Yucatán, Guadalajara, y Sonora, por ejemplo; y los habitantes del territorio de Nuevo México optaron por identificarse como hispanos, y no como mexicanos después de su incorporación a Estados Unidos. ¿Se sentirían mexicanos los yucatecos en los albores de la independencia? No mucho. ¿Los texanos? Tampoco tanto. Podían quizá identificarse con ese territorio o pueblo, o no, según los términos y condiciones de incorporación a la nueva república. Es decir, había que negociar la identidad, y negociar la inclusión.

Más que haber sido el objeto territorial imaginado de la independencia, se puede decir que el territorio mexicano nació con la independencia, y que no existía de manera clara con anterioridad, ni siquiera en las cabezas de los próceres.

Algo parecido se puede decir respecto de la nación mexicana. ¿Existía la nación mexicana antes de las guerras de independencia? (O, para no obsesionarnos tan sólo con México, ¿existía la nación argentina antes de la independencia del Río de la Plata? ¿Existía la nación peruana o la colombiana?)

Hasta hace pocos años, los historiadores suponían que si que existía, pero suponían eso simplemente porque su existencia era axiomática: era el presupuesto de la palabra independencia, que supone la existencia de un sujeto activo un pueblo que pasa de ser dependiente a ser independiente. Además, los escritores escribían historia patria y por lo tanto solían ser parte interesada en la idea de que la nación mexicana antecedía la independencia.

Y, sin embargo, la investigación histórica de las décadas recientes ha demostrado que en Hispanoamérica toda, la independencia sucedió primero, y la identidad nacional se construyó después, y a veces bastante trabajosamente. Hoy sabemos que durante buena parte del siglo 19 no había las comunicaciones necesarias –ni siquiera la unidad lingüística– como para que los diferentes pobladores del territorio nacional se identificaran el uno con el otro plenamente. ¿Se sentían mexicanos los mayas de Yucatán en, digamos, 1850? La respuesta es que no mucho. ¿Se sentían mexicanos los ladinos del Soconusco? Tampoco tanto. La identidad nacional estaba todavía en franco proceso de construcción.

¿A qué viene todo esto, un día después de la conmemoración de la independencia nacional? El recordatorio importa porque es una demostración viva de la creatividad política que significó construir la categoría de México, tanto como territorio como de nación. Hoy importa recordar esa creatividad, porque se está necesitando algo parecido de nueva cuenta: la integración estadunidense, la globalización y la necesidad de crear un nuevo orden supranacional todo pide creatividad a nivel de la invención de identidades políticas. Es, me parece, un buen momento para recordar que México no siempre existió, sino que es el resultado de muchísimo compromiso, y de mucho trabajo creativo.