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Syriza y lo que le permite la relación de fuerzas
¿E

n cuál relación de fuerzas europeas e internacional se inscribe el triunfo electoral del pueblo griego? La pregunta no es ociosa, ya que los países no actúan en el vacío sino en la estrecha interrelación que les impone la mundialización y, en el caso de Grecia, la pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN, su enorme deuda impagable y su debilidad económica (ya que representa sólo 2 por ciento del PIB de la UE).

La gran burguesía europea se plantea el problema pues teme 1) que lo que queda de la socialdemocracia, alemana, en particular, tienda a hacerle concesiones a Tsipras, que hace rato negocia con ella, 2) que los social liberales franceses insinúen, como lo hacen ya el presidente François Hollande y el primer ministro Manuel Valls, que la austeridad (léase ajuste social salvaje) de Angela Merkel es insostenible, 3) que Vladimir Putin, el zar ruso, juegue la pieza griega en los Balcanes, de donde Rusia fue echada desde la guerra contra Serbia y la ocupación de Kosovo y 4) que la chispa griega incendie España, posibilitando el triunfo de Podemos en la cuarta potencia económica de la UE, con la posibilidad de contagiar a Portugal.

Para esa gente, los trabajadores, los desocupados, jubilados, los explotados y las mujeres de Grecia (donde los salarios actuales tienen nivel chino) no cuentan, aunque es evidente que el triunfo sólo fue posible por las constantes luchas (10 huelgas generales en años recientes) y por la rápida evolución política de un electorado que multiplicó por nueve, en apenas seis años, su apoyo a Syriza. Ese proceso político-social destruyó los partidos burgueses, educó y organizó a quienes votaron por la coalición. Este partido canalizó y encauzó el proceso, pero la victoria es de éste, de la autoorganización, más que del partido, que fue su instrumento electoral de Alexis Tsipras, que en el último congreso de Syriza enfrentó una izquierda que contó con 40 por ciento de los delegados.

Desde 2012, las grandes luchas anteriores estaban en declinación, entre otras cosas, porque 10 huelgas nacionales sin resultados cansan; la gente quería un triunfo y concentraba sus ilusiones en un posible cambio por vía electoral, sobre todo porque el grueso del electorado de Syriza había votado previamente por el PASOK o por Nea Democracia (por la que vota la derecha tradicional pero también una parte importante de las clases medias conservadoras, pero democráticas, que ahora mirarán con interés hacia la coalición).

En esa desmovilización relativa, la abstención llegó a 35 por ciento. Eso hace que 36 por ciento de Syriza equivalga en realidad a casi 22 por ciento de los griegos en condiciones de votar. O, en otras palabras, que la coalición tenga un apoyo electoral de un quinto de la población, mientras los cuatro quintos restantes o están expectantes, no tienen confianza en ese partido o se le oponen y son, por tanto, una base social en potencia para diversas políticas opositoras, las cuales van desde el esfuerzo para asfixiar a Grecia y poner a su gobierno de rodillas (el Banco Central alemán), hasta la esperanza en domesticar a Tsipras (el PSD alemán) o, incluso, en imponer un nuevo gobierno de los coroneles, apoyándose en los lazos importantes de una parte de las fuerzas armadas y de la policía, con los neonazis de Amanecer Dorado (la OTAN).

Para tratar de contrarrestar ese peligro, Tsipras nombró ministro de Defensa al líder del partido nacionalista xenófobo con el que hizo una coalición, y no a un izquierdista. Para tratar de alejar una posible amenaza, formó un gobierno de alianza nacionalista con un partido de derecha y pasó, así, sobre la resolución del congreso de su partido, que había votado contra un posible gobierno de alianza de centroizquierda.

Palmiro Togliatti, líder del Partido Comunista Italiano, aplicando las instrucciones de Stalin, no sólo reconoció en 1946 al rey fascista a riesgo de dividir su partido y de perder los resistentes que combatían al fascismo en nombre del socialismo, sino que también formó un gobierno de unidad nacional con la Democracia Cristiana anticomunista de De Gasperi y reconstruyó el Estado capitalista italiano… hasta que fue echado a patadas del gobierno por Estados Unidos. Tsipras declara ser discípulo de Togliatti y de Berlinguer y cree posible hacer un gobierno de unidad nacional, el cual, además, pone al jefe de gobierno en una posición de árbitro o de César.

De ahí un doble peligro. Porque para explotar una victoria táctica, cuando el enemigo sigue siendo más fuerte, se necesita cautela y realismo, pero sobre todo audacia. Si el pueblo griego no aprovecha la grieta abierta por el triunfo electoral de Syriza para abrirse espacios con la lucha y ocupar el terreno político-social, exigiendo la aplicación de las medidas inmediatas prometidas por Syriza y, desarrollando las bases para un cambio profundo en los años venideros, la relación de fuerzas podría empeorar con la decepción temprana de un electorado aún flotante, favoreciendo la contraofensiva de una derecha mundial que sufrió una importante derrota y quiere evitar otra más en España. Una victoria no explotada y parcial puede preparar una derrota.

Si los miembros de Syriza delegan a Tsipras la conducción del proceso, en una especie de peronismo europeo, en vez de exigir la discusión democrática de la estrategia y de la táctica y de cada medida o propuesta, se corre el riesgo de convertir al mismo Alexis Tsipras en el líder infalible por definición burocrática o en el mejor, como era Togliatti para los togliattianos hasta el desastre.

Movilización, desarrollo de la autogestión, sustitución del aparato estatal griego impotente y reaccionario por una democracia, democracia en Syriza, libre discusión en los sindicatos y en todos los campos de la lucha popular. Eso es lo necesario. Es lo que requiere Grecia, lo que Grecia reclama.