Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de junio de 2015 Num: 1058

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La caravana
Eduardo Thomas

La organización de
artistas e intelectuales:
¿tiempos coincidentes?

Sergio Gómez Montero

Ficción y realidad
de los personajes

Vilma Fuentes

Voltaire y el humor
de Zadig

Ricardo Guzmán Wolffer

Ramón López Velarde:
papeles inéditos

Marco Antonio Campos

Inauguración del
Museo del Estado

J.G. Zuno

La Música de la escritura
Ricardo Venegas

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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De la inconmensurable arrogancia de las televisoras

Ni cómo negar que Televisa primero y en un segundo lugar –bastante segundón– TV Azteca se sienten las dueñas de México. Pero, ¿lo son? Por lo pronto han hecho de la industria de las telecomunicaciones en este país un cochinero vulgar y prepotente. Sus contenidos, casi todos basura, parecen diseñados para dinamitar cualquier concepto de bien común ulterior o de preservación (ya no digamos estímulo) de la cultura general del mexicano. Sus programas son barriobajeros, pedestres, elementales y de calidad ínfima, prosaicos; sus locutores, lectores de noticias y conductoras de revistas y espacios informativos, muchos de ellos aparentemente analfabetas funcionales, son títeres al servicio incondicional de los intereses económicos o de poder político de los dueños y sus compinches políticos, casi siempre priístas, y lejos están de una genuina vocación de comunicar. Parecen cortesanos de profesión: la televisión en México es priísta y en ello antidemocrática, monolítica, sorda a clamores que no sean de poder o de dinero.

Las televisoras han llevado su soberbia al extremo absurdo de convertirse en autoridad. Autoridad moral –retorcida, amoral, convenenciera y quizá en ocasiones hasta criminal (recuérdense los montajes policiaco-televisivos del sexenio nefasto de Felipe Calderón o la atmósfera de tugurio inquisitorial que rodea a Laura Bozzo y Rocío Sánchez Azuara)– para juzgar a actores de la vida pública (allí la constante de vituperios contra periodistas desafectos al régimen o la disidencia radicalizada de algunos sectores sociales, como los miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, algunos sindicatos o los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa, a los que en buen pequeñoburgués se los denomina despectivamente como “ayotzinapos”, obviando la tragedia, el dolor y la cauda represiva de la imbecilidad gubernamental de que han sido víctimas), y autoridad también de facto, al organizar chanchullos y aprovechar descuidos, lagunas legales o descaradamente usar la complicidad de las autoridades electorales, ese otro rostro de la podredumbre, cuando han logrado imponernos como “representantes sociales” a esa recua de cabilderos en permanente zalagarda que llamamos telebancada y que, en forma de diputados y senadores (muchos como la mismísima hija del dueño de TV Azteca, Ninfa Salinas, ligados al vitando Partido Verde) pretenden adecuar la vida nacional, el destino y la voluntad de millones de mexicanos, a lo que dicte su patrón. Aunque su patrón sea un pinche enano voluble obsesionado con mantenerse en la silla a pesar de sí mismo.

El ejemplo más reciente no tiene ni una semana: las elecciones. O debemos decir el cochinero electorero. Decenas de muertos desde semanas antes de los comicios anunciaban un clima viciado y hostil para el ejercicio democrático. Infinidad de delitos electorales cometidos por individuos y partidos, en las narices mismas del Instituto Estatal Electoral, confirman lo que afirma mi querida Sanjuana Martínez en su texto del lunes 8 en la revista SinEmbargo: “Lo que demostraron los partidos en estas elecciones es que son capaces de hacer todo tipo de cochinadas electorales con tal de mantener el poder. Y para ello no escatimaron recursos. Algunos regalando teles, vales de despensa, tarjetas; otros abultando el padrón electoral, manipulado credenciales y marcando miles de boletas anticipadamente por su partido.” Y detrás de esa partidocracia, o quizá halando los hilos de sus marionetas perversas, la televicracia.

Esa televicracia que por voz de sus corifeos y empleaditos de corbata, pasando olímpicamente por alto casi veinte víctimas de asesinato entre candidatos, colaboradores o militantes de partidos; robo de urnas o urnas “embarazadas”; rancias expresiones del gorilismo electoral, como el mapacheo, el “carrusel” y otras formas de acarreo, la compra explícita de votos a cambio de dinero, vales, tarjetas, televisiones, prebendas o diversas tretas para manosear el padrón electoral, se atreven a descollar berreando elecciones limpias, transparentes, confiables o pacíficas. Y omiten mencionar, desde luego, que en casi dos terceras partes del padrón electoral ganó el abstencionismo.

Pero están preocupadas, aunque aparenten otra cosa, las televisoras tan soberbias. Porque mucha gente ha dejado, poco a poco, de sintonizarlas y su valor de mercado ha decrecido. Y ésa, en un país que ha mamado ciegamente cuanta porquería le pone la televisión enfrente, tiene que ser una buena noticia.