Opinión
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Partidos y urnas, ¿para qué?
L

a misma vieja pregunta, con carácter urgente: ¿es posible cambiar el sistema político desde dentro? ¿Con las reglas de la pandilla de partidos y poderes legales y fácticos? ¿Pondrían en riesgo sus negocios y compromisos para que llegue un partido que dice ir tras ellos y ser distinto?

En una extensa entrevista divulgada por él mismo, Enrique González Rojo reflexiona con Adolfo Blanco Ferrer sobre la posibilidad de que Morena gane las elecciones de 2018: “Lo dudo profundamente. El gobierno entronizado en nuestro país, lejos de ser un momento del ‘tránsito a la democracia’”, es la reafirmación “de un autoritarismo galopante que tiene como parte esencial de su programa de acción continuar en el poder a como dé lugar (...) El peñismo está decidido a no permitir la alternancia ‘hacia la izquierda’”. Y añade: “Si no logra la mayoría –y no sería impensable que, echando mano de la ideología y los medios masivos de comunicación que controla, consiga obtenerla–, está preparado para poner en marcha las mil y una formas de la defraudación electoral”.

El poeta y pensador considera que las dificultades que se le presentan a Morena para acceder al poder no sólo provienen del enemigo (partidos, gran capital, imperio), sino del tipo de práctica que implica. Dicho partido rechaza las alianzas, pero sin ellas no puede acceder al poder Ejecutivo. Y apunta: Me parece que AMLO querría tender un puente hacia el movimiento social, lo cual sería adecuado para su visión electoral de la política. Sin embargo, el movimiento social, en términos generales, no ve con simpatía la política electoral. (Podría agregarse que tampoco a Morena.)

“El gran problema de la práctica esencialmente electoral estriba en que, con el objeto de atraer al mayor número de personas, obliga al partido ‘contestatario’ a debilitar sus planteamientos, consignas y propuestas para hacerlas coincidir con el atraso político de las masas. Y al hacer esto –al perder en contenido lo que se gana en extensión– genera desencanto en los sectores más radicales bajo su influencia que, aun siendo minoritarios, representan la militancia más decidida para realizar acciones electorales de primera importancia, como trabajar sin descanso, defender el voto, salirle al paso al pragmatismo y la claudicación.

“Si vinculamos las prácticas defraudadoras del gobierno y las dificultades de un partido antimperialista y nacionalista como Morena para conquistar a las masas sin desdibujar sus ideales, concluimos en que la lucha electoral en México –para no hablar de otras partes– es infructuosa y falaz. (...) En el gobierno neoliberal que nos rige, las elecciones –intermedias y sexenales– lejos de ser, como se insiste hasta la saciedad, la encarnación de la democracia, son el procedimiento ad hoc para reproducir el poder y excluir sistemática y antidemocráticamente toda alternancia de ‘izquierda’. Por eso hay que combatir la falacia demagógica del sufragio renovador y, mediante una distinta forma de lucha (la huelga general modernizada), pugnar por desmontarla, para iniciar el otro rumbo que es posible”, concluye González Rojo.

Llegados a este punto, ¿qué onda con los movimientos en México? ¿Cuáles son? ¿Dónde están? ¿Cómo le están haciendo? El término movimientos queda demasiado vago. Si la única manera de sacar a la plaga en el poder es movernos, y para ello organizarnos, necesitamos saber de qué estamos hablando. No sólo denunciar o proclamar la resistencia de cada caso; plantear el camino para una huelga general, un que se vayan todos multitudinario, un pacífico (o no) levantamiento, por hartazgo si se quiere. ¿Qué abriría el dique? ¿Una desgracia que no podemos imaginar? ¿Un colapso financiero o ambiental? ¿Un incidente grave? ¿No lo fue Ayotzinapa? Además, los escándalos no afectan al poder en términos de poder.

Nos saturan las señales alarmantes. El sistema parlamentario se la pasa aprobando leyes y reglamentos progresivamente restrictivos de los derechos de los ciudadanos. Las fuerzas armadas se alinean al Comando Norte del Pentágono siguiendo la tendencia continental en la que quedan pocas excepciones. Como mancha en un manga de Miyazaki avanza la apropiación, para sobreexplotarla, de la superficie nacional por empresas de algún amigo del gobierno o colosales consorcios extranjeros. Minas inmensas, torres de mil departamentos, marinas para yates californianos sobre los arrecifes de coral, selvas para la palma aceitera o el petróleo, milpas para la amapola o el transgénico. Es frecuente que los pobladores (vecinos urbanos, ejidatarios, comuneros) se inconformen y sean humillados; quizás se oponen, resisten, o se exilaron. Quizás organizados, por difícil que resulte cuando la violencia tiene a todos engarrotados. Los medios masivos, el discurso oficial, la persecución judicial y la criminal, la corrupción inducida dividen, aíslan, ridiculizan y satanizan los movimientos hasta cansarlos, o afiliarlos a un partido.