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¿La Fiesta en Paz?

Deportes y toros, similitudes ofensivas

Zacatecas, sin rumbo

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Entre la calistenia y la reflexión. El instante previo, íntimo, de un torero y su cuadrilla antes de salir al ruedo de Las Ventas, en MadridFoto Ap
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n México, deportes y toros ven la tempestad pero no se hincan. Si unos cronistas resultan más conmovedores que los cronistas taurinos son los dedicados al deporte, sobre todo en la televisión concesionada, donde la imagen desmiente sus particulares apreciaciones sin el menor cuestionamiento al añejo pudridero deportivo, reflejo de la mafia que hace décadas secuestró a la sociedad mexicana.

Entusiastas, autoengañados y positivos, con un optimismo emergente sin sustento ni rigor crítico, estos especialistas son como los terapeutas listillos, que no confrontan ni cuestionan con tal de conservar a los usuarios… o a los aficionados y al rating, tramposo pero redituable. Es un saber aparente ante verdades evidentes, como en la fiesta de toros pues.

A esta manipulación sistemática del público por parte de organizaciones sin responsabilidad social –federaciones, clubes, empresas y medios– hay que añadir otro factor determinante en el mediocre pero redituable desempeño del, por mal ejemplo, futbol profesional de México: la conmovedora, acrítica y patológica lealtad de los aficionados a su impotente selección nacional y al equipo de sus obsesiones, con la aceptación más o menos eufórica de sus pobres o nulos resultados, perdidos ya los papeles para ilusionarse.

Prevalece en el país la falta de calificación profesional en todos los sectores, un campechano amateurismo comparable a la ambición y al cinismo y una indolencia colectiva puntualmente aprovechada por los del poder, incluidos los megamillonarios que, con anuencia de las autoridades en turno –escoja partido y región–, secuestraron la tradición taurina de México con el pretexto de promoverla, así fuera con procedimientos opacos y sobrada autorregulación, causando daños cuasi irreversibles.

Hace décadas que en este y otros espacios repetimos que la disminución de la edad y bravura en las reses y el exceso de comodidad en los que figuran, más la torpe decisión de haber reducido la fiesta de toros en México a tres o cuatro apellidos importados, la abulia de los públicos y la tradicional alcahuetería de la crítica, era el comienzo del fin. Como el otro, la tauromafia tampoco vio ni oyó.

Pero una expresión que se pretende artística, si no es revisada cae en complicidades y en el narcisismo taurino, hasta suponer que la fiesta por sí misma es inmortal, aunque fallidos promotores la estén enterrando como si fueran sus propietarios. Tres de los nombres más ricos del mundo, Alemán, Bailleres y Cosío –recordemos, el abecé de los verdaderos antitaurinos del país–, sumieron a la fiesta brava en una mediocridad inexcusable y un desposicionamiento que pudo haberse evitado, sobre todo si gremios, aficionados y autoridades hubiesen adoptado una postura más enérgica ante tantas desviaciones. Como con el deporte pues.

Zacatecas anuncia conmovedores carteles con motivo de su feria anual, destacando la colonizada congruencia de la empresa de importar sin ton ni son, esta vez con las ociosas inclusiones de los españoles Daniel Luque y Ginés Marín, dos tardes cada uno, que nada le dicen a la afición zacatecana. Y esta sudamericanización del serial alcanza niveles de mentada con la corrida exclusiva de toreros zacatecanos con toros de Carranco para Jorge Delijorge, César Montes, Antonio Romero, Luis Ignacio Escobedo y Edgar Badillo. El sexto toro será lidiado por el triunfador del festejo. ¿No merecían estos muchachos en su tierra una oportunidad con los figurines para pelearles las palmas e incluso superarlos?