Opinión
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Puntos sobre las íes

Recuerdos XXXV

E

n la que me metí…

Entre lo que hablé con don Rafael Solana y el estar de acuerdo en promover –con posibles fines publicitarios– un romance entre Rodolfo Rodríguez El Pana y Sanicté Maldonado, a quien habían despojado de su título de Miss México por ser madre soltera, estuvimos de acuerdo en ponernos a trabajar de inmediato y, a las primeras de cambio, platicamos largo y tendido acerca de con quién deberíamos hablar primero: si con el matador o con la despojada beldad. Por fin acordamos con la muchachona en cuestión, quien había sido contratada para presentarse en el teatro Blanquita luciendo su figura y más que bailando, contoneándose de aquí para allá y de allá para acá para beneplácito de la no muy respetable concurrencia, eso sí, altamente sonora.

La muchachona había sido contratada por el gerente del teatro, nada más y nada menos que José Luis Durán, quien escribía una columna en mi adorado y añorado El Redondel.

Nos reunimos, le expuse la idea y me dijo que podía ser un cañonazo, pero que todo quedaba sujeto a la aprobación de ella y que el teatro en nada intervendría para la contratación y los dineros.

Quedó de avisarme en cuanto hablara con ella y, a los pocos días, me dijo que me esperaba en su camerino para platicar detalladamente.

Don Rafael, como era lógico suponer, me dijo que él no iba a la cita y que ojalá tuviera suerte.

Realmente, Sanicté era poseedora de un impresionante físico y me sorprendió porque me dejó hablar sin interrumpirme –algo impresionante en quien ya saboreaba las mieles de la fama y abarrotaba el teatro– y cuando llegamos al asunto de los dineros le dije que lo que ganara en el teatro, y con la casi segura ampliación de sus presentaciones, sería íntegro para ella; en cuanto al torero, el dinero que ganara por torear sería todo para él.

Estuvo en todo de acuerdo y le dije que una vez que hablara con Rodolfo Rodríguez me pondría en contacto con ella.

Al día siguiente invité a don Rafael a comer en mi lugar favorito, la cantina que aún se ubica en la esquina de Victoria y López. Aunque de no muy buen grado aceptó y tras gozar de las delicias del famoso cabrito del lugar me dijo que más que una cantina era un palacio del buen comer.

Le informé de lo hablado con la ex Miss México y me dijo que estábamos a punto de armar una revolución.

Averigüé dónde encontrar a Rodolfo, quien se hospedaba en un hotel de no muchas estrellas en la avenida Álvaro Obregón, y sin cita ni nada por el estilo apersoné y por poco y se queda sin habla cuando me vio.

–¿Usted por aquí?

–Sí, en tu busca vengo ya que te has vuelo ojo de hormiga y me ha costado trabajo dar contigo.

–Pues sí, esa es la verdad y me da pena con usted, pero ¿qué quiere si ya nadie me echa un lazo?

–¿Y cómo te van a echar un lazo si nada más andas en la disipación y en el relajo?

–Es cierto y creo voy a tener que internarme en alguna clínica para dejar el chupe.

–¿Realmente estás dispuesto?

–Mire, don Alberto, me tengo que curar para poder dejar este vicio maldito.

–Y, además, te vengo a proponer algo que te puede ayudar a volver a ser un torero fuera de serie.

–¿De qué se trata?

Se lo expliqué, tuve la impresión que estaba realmente dispuesto y me dijo que lo iba a pensar y que me llamaría en uno o dos días.

Y, sí, me llamó y me invitó a un café ubicado en las cercanías del hotel y llegó acompañado por uno de tantos amigos y consejeros que hacen más daño que el cólera y me dijo que estaba encantado con la idea, pero que, antes que nada, debía desintoxicarse y después hablaríamos.

Aquella sinceridad, no puedo olvidarlo, me sacudió el alma.

Nos despedimos pidiéndole a Dios que lo ayudara a superar ese maldito vicio, azote de la humanidad.

No me llamó y, con una gran pena, me apersoné con Sanicté para explicarle lo sucedido y por toda respuesta me dijo: Sé lo que es el alcohol, en mi familia sabemos de eso

Y no hubo más.

Por su parte, a don Rafael le costó trabajo aceptar la triste realidad y su comentario casi lapidario fue: “Con lo grande que fue y que pudo volver a ser…”

Supe y mucho gusto me dio enterarme que había ingresado a una clínica de desintoxicación y que, por las mañanas, se ponía a torear de salón, en ánimo de pronto volver a vestir de luces.

Continuará...

(AAB)