Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de marzo de 2008 Num: 679

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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El diccionario de
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SATAVROS VAVOÚRIS

Sandor Marai y el
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SERGIO A. LÓPEZ RIVERA

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ESCRIBIR ES CRIBAR

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ


Antología con dudas,
Hugo Gutiérrez Vega,
Visor,
Madrid, España, 2007.

En la página preeliminar de Cuestionario (1976), Gabriel Zaid invitaba al lector a un “juego de creación colectiva”: participar en una futura edición de Práctica mortal, última estación del libro, haciéndole llegar sugerencias que irían desde la eliminación o adopción de una palabra o verso hasta la recomposición del libro en sí, alterando sus partes, cortando todo lo que hubiera que cortar y añadiendo algún otro texto o textos. ¡Ah, qué ilusos han sido algunos poetas! Ni aun en los tiempos actuales, en que enviar un correo electrónico es tan sencillo como sacarse un moco, es fácil pensar que algún desocupado lector se tomará la molestia de enviarle una felicitación o un denuesto cibernético al autor de un libro de poemas, de decirle lo bien o lo mal que escribe y lo maravilloso que sería concebir un texto juntos: pura ingenuidad inoculada de pedantería y disfrazada de liberalidad democrática. Menos inocente, más modesto y juicioso respecto del papel que juega la incertidumbre en la creación, Hugo Gutiérrez Vega, otro poeta nacido en los treinta, nos ofrece una Antología con dudas de su medio siglo de oficiante del verso.


Foto: Marco Peláez / archivo La Jornada

Un buen poema es siempre un pretexto, una excusa intencional, lo mismo que un texto anterior (un pre-texto) al que se publica, y el cual estaba ya de algún modo en la mente de los lectores, pero no a la manera de lo que me gustaría a mí que hubiera dicho sino como una fórmula previa que puede adoptar formas infinitas aunque, arbitraria y definitivamente (como los nombres propios), haya asumido esta y sólo esta identidad: la que tiene el lector frente a los ojos. Es asimismo, en este sentido, un palimpsesto: la versión actual de un texto que nunca acaba de decirse como tal. Por eso el poeta vacila, reescribe, reúne, se afana, compila, corrige y, si es honesto, duda: ignora si la configuración del lenguaje que ha perpetrado dará con su lector, diría Borges, por más que un autor como Gutiérrez Vega haya escrito poemas memorables (“Finale”, “Teoría del crepúsculo”, “Mujer dormida”) y pueda alentar la certeza de que su obra ya pertenece al canon , esa voz colectiva y musical que los estudios literarios han pervertido haciéndola sinónima de mainstream.

Como en las obras del Siglo de Oro, un texto en verso (de Rafael Alberti) prologa los de Hugo. Como en el ánimo de toda antología con pretensiones –que no pretenciosa–, la selección revela un propósito de equilibrio entre los primeros y los últimos libros que, en este caso, sirve para resaltar una circunstancia poco común: la de un poeta que nació maduro desde el primer texto y que, a lo largo de los demás y hasta el más reciente, mantiene una misma o parecida tesitura y los mismos o similares rasgos: cierta tridimensionalidad verbal que hace de sus poemas, más que un fraseo impreso, un escenario de voces; esa gracia menos humorística que grácil y más amena que graciosa por la que el verso, como ocurre con el grafitti, gana en espontaneidad y en ternura lo que pierde de sentencioso; una siempre agradecible voluntad de ser verdadero, exacto, elocuente: “Te digo que quiero quedarme/ a vivir en la ducha”, escribe en “Suite doméstica”, y se siente en esta pueril ocurrencia una voz precisa, nutrida del asombro de la cotidianidad.

Si no fuera porque el término asume con frecuencia acepciones vejatoriamente localistas, podríase decir de Hugo que es nuestro más cabal poeta doméstico, uno que no rehuye el giro coloquial pero que tampoco lo entroniza en un pedestal retórico, uno que sabe (con la erudición natural del oficio bien aprendido) que escribir es cribar, no escarbar; filtrar los hallazgos, no excavar para dar con ellos; reunir sin alardes, recortar sin apegos.

Hugo Gutiérrez Vega pertenece a una década que generó grandes poetas en nuestro país, tan disímiles que llamarlos generación es abusar de la hospitalidad del término. Algunos han dejado de publicar, como Ulalume, o simple y tempranamente de vivir, como Becerra; otros asumieron la metáfora como meta en sí (es el caso de Montes de Oca), buscaron en los resquicios de otros lenguajes los esguinces del verso (léase Deniz) o prefirieron hablar, tarde o temprano, de todos los asuntos, como José Emilio. Hugo, en cambio, se ha atenido siempre a lo que los viajes y la vida le han susurrado al oído, a las vueltas del tiempo, a la manera como la realidad se configura en las palabras de todos los días, a la intensa sombra que arroja el sol griego cuando da con un perro de carnicería. Y ese saber y esa suprema admiración que le inspiran lo mismo los grandes poetas que las coplas populares, Hugo los usa para cantar, para celebrar, aunque la duda de si su palabra alcanzará el oído de alguien más –que es, por otra parte, la duda de cualquier escritor– no lo haga mendigar lectores que, lápiz en mano, vengan a corregirle la plana. No es necesaria tanta altanería. Esta antología ya incluye lo que el tiempo se ha encargado de cernir y el poeta de discernir en su obra. No cabe la menor duda.



La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary,
Mario Vargas Llosa,
Alfaguara,
México, 2007.

Ensayo del peruano-español, quien no requiere presentación alguna, en torno a un autor y una obra que tampoco precisan mayor explicación para aquilatar su importancia. Célebre sobre todo como novelista –y de manera más bien equívoca también por sus incursiones en política–, es autor de numerosos ensayos y estudios literarios, destacadamente de La verdad de las mentiras. He aquí una muestra de su lucidez y capacidad analíticas.



La costumbre heroicamente insana de hablar solo,
Armando Alanís Pulido,
Universidad Autónoma de Nuevo León/Aldus,
México, 2007.

Poemario dividido en tres grandes apartados, “Versus (casi siempre)”, “Historias que nunca serán llevadas a la pantalla” y “El crujido secreto del corazón y sus ornamentos”. En el breve prólogo, el poeta chileno Gonzalo Rojas confiesa que “estos papeles”, cuyo título general es una evocación directa del gran López Velarde, le dan “encantamiento y desapego”, y sostiene que “Armando es parco, decoroso en la visión y el lenguaje que aquí se ofrece”.



Gangbang,
Óscar David López,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2007.

Regiomontano como Alanís y también poeta, el aún joven López –nacido en 1982– apuesta aquí por escribir “versos sin ataduras morales”. De ahí el título, que literalmente significa “sexo en grupo”, y de ahí el desenfado de una lírica con “alusiones a muy contemporáneas vivencias sensuales-sexuales plasmadas en poemas inmediatos”.