Deportes
Ver día anteriorLunes 24 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Lágrimas y cerveza se confundieron al final en las inmediaciones del coso escarlata

Los sin boleto vivieron la misma pasión por el Toluca que dentro del estadio

Mi matrimonio está valiendo madres, pero la vida de un barrabrava es su equipo, dijo uno

Foto
El plantel choricero, durante su recorrido por las calles de TolucaFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 24 de mayo de 2010, p. 4

Toluca, Mex., 23 de mayo. Los aficionados escarlatas viven una fiesta. Apenas unos minutos antes parecían caminar al borde de la desgracia, pero los caprichos de los penales les dieron un desenlace feliz y al final celebran el décimo campeonato. Demasiado sufrimiento, mucho suspenso, pero así es el futbol, dice El Zorro –un hincha de los tantos que no consiguieron entradas para el partido–, pero que hizo de cualquier monitor y changarro un estadio alternativo.

Sufrió al extremo, abrazó, maldijo. Pero al término del encuentro está ahí, llorando junto con algunos amigos y centenares de desconocidos. Se los dije, ese campeonato era nuestro, le grita a un coro improvisado que sólo alcanzaba a balbucir entre lágrimas: A hueevooo. Cantan los 10 cetros, pero modifican la letra, porque ya quieren el undécimo.

Ya ves, valió la pena dejar al niño con mi mamá, le grita Lidia a su esposo, El Pety. Ambos apenas rebasan los 20 años. Tienen un hijo de ocho meses, y ya es rojo, advierten. Él perdió el trabajo hace unos días, porque no fue a una cita con tal de hacer fila por una entrada, el lunes a las cinco de la madrugada. No la consiguió y perdió el empleo. Pero no importa, dice.

Valió la pena dejar el trabajo. Así es el destino. Nadie puede entender que des todo por el equipo y ellos te den un campeonato. No lo pueden entender, afirma mientras besa a su esposa, los dos con los ojos húmedos.

Afuera del Nemesio Diez, en un pequeño local que vende cervezas, la barra brava La Banda del Rojo tiene su centro de operaciones. Algunos cantan himnos que enaltecen la pasión por el futbol, la cerveza y el futbol, pura inspiración skinhead. “Si los hooligans van a sus pubs para reunirse antes de los partidos, nosotros tenemos el nuestro”, dicen entre risas.

Los que no compraron boletos, porque los revendedores los acapararon y los ofrecían a precios increíbles, se quedaron a ver el juego frente a un diminuto monitor. No importa. Algunos ni siquiera miran el encuentro, para ellos es más importante alentar a un equipo, aun cuando los cánticos sólo se escuchen ahí. El ambiente es el mismo que en las gradas. Cantan los mismos himnos, no dejan de saltar y agitar las manos como se hace en cualquier estadio. “Estamos afuera –comenta uno–, pero nuestros corazones están adentro del estadio”. Lo importante para un hincha es seguir al equipo –agrega otro– porque así es nuestra vida.

La vida de un barrabrava es el futbol. Cuenta uno de los fundadores de La Banda del Rojo, la porra más entusiasta de los Diablos. Y luego corrige: la vida de un barrabrava es su equipo. Por ejemplo, mi matrimonio ya está valiendo madres, pero yo soy hincha del Toluca, y eso es lo más importante para mí. Alondra, la esposa, ya no está del todo convencida. “Está chido, porque llevamos cinco años de cotorreo en esto de la barra, pero en la casa ya no está tan chido, porque tenemos una hija. Pero al menos ya dejó el chupe”, cuenta, mientras su marido entona una canción al Toluca: Mis vicios son la mariguana, las viejas y ver el futbol, pero de todos, ser del Toluca es el mejor.

Cuando Alfredo Talavera ataja el último penal, el changarro parece venirse abajo. Todos saltan y las lágrimas de los barrabravas se confunden con la cerveza que llueve a cántaros. Algunos caen de rodillas y otros se abrazan. Antes hablaban de aguante, pero después del drama y la victoria, lloran de sentimiento.

Afuera todos cantan abrazados, ya no importa si se es barrabrava, porra familiar o despistado con playera roja. Todos saltan y celebran que otra vez son campeones.

Sufrimos pero gozamos, grita el famoso Don Barriga, de la Perra Brava. Tiene casi 80 años, pero hace rugir una enorme matraca que casi es rotor de helicóptero. Consiguió un boleto de 450 pesos, pero tuvo que empeñar sus herramientas de carpintero: un cepillo, una sierra y un taladro.

Hasta más daría por este privilegio de volver a ser campeón. Nada se compara con esta alegría, y seguiré a mi Toluca hasta que Dios me lo permita, dice enfundado en su camiseta escarlata.

Un par de horas después de que se definiera ese título al borde del infarto, el autobús descapotado del club Toluca encabeza una caravana por el centro de la ciudad. La gente está de carnaval, por la calle espera el convoy frente a sus casas. La multitud los sigue desaforada. Los aerosoles de espuma decoran lo mismo transeúntes que policías.

Arriba del autobús, Hernán Cristante sobresale. Lo aplauden sus compañeros y lo aclama la afición. Él no puede ocultar su alegría, nadie arenga como el veterano guardameta. Atrás, Sinha y Édgar Dueñas empuñan el trofeo que los avala como uno de los equipos más exitosos del balompié mexicano. Mesurado, Talavera responde al grito devoto de portero, portero, portero.

Abajo, los aficionados de Toluca, que suelen encomendarse al diablo, levantan los brazos al cielo y agradecen la décima estrella.