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La mujer sin sombra, ópera de Richard Strauss, marca su regreso a la dirección escénica

Tengo predilección por las creaciones con una carga ética, afirma Sergio Vela

Me interesa abordar títulos que se presentan de manera infrecuente, dice a La Jornada

En esa producción no hay dispendio; está dentro de los parámetros de grandes obras de Bellas Artes

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Escena del montaje de La mujer sin sombra, que mañana se presenta en el Palacio de Bellas ArtesFoto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Sábado 12 de mayo de 2012, p. 3

El montaje de La mujer sin sombra, que mañana tendrá la cuarta y última presentación en el palacio de Bellas Artes, es una ópera en la que la compasión y el proceso de perfeccionamiento moral tienen un valor crucial, representa el regreso del director escénico Sergio Vela a la actividad artística.

Ello ocurre luego de su gestión al frente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), en la que se mantuvo de diciembre de 2006 a principios de marzo de 2009, y a la que debió renunciar tras ciertas polémicas por presuntos dispendios.

Antes de esta obra de Richard Strauss, el creador emprendió la puesta en escena de la tetralogía El anillo de los nibelungos, de Richard Wagner, entre 2002 y 2006, a razón de un título por año, calificado como uno de los proyectos más ambiciosos y el más costoso en la historia del género operístico en México, con 24 millones de pesos.

Sergio Vela destaca que esta nueva propuesta forma parte de una continuidad estética en su quehacer, además de que con ella refrenda su interés por hacer óperas no vistas en el país y cuyo contenido esté sustentado en aspectos humanísticos, éticos y morales.

Un paso más

En entrevista con La Jornada, el creador escénico y especialista en música describe que el mensaje de La mujer sin sombra tiene que ver con el arduo proceso de humanización.

Lo anterior, sostiene, la emparenta de forma directa con La flauta mágica, de Mozart, así como el Richard Wagner de la tetralogía de El anillo de los nibelungos, pero sobre todo el de Parsifal.

–Era difícil prever cuál sería su próxima propuesta después de El anillo de los nibelungos. ¿Considera a La mujer sin sombra su proyecto más ambicioso?

–A veces las cosas ocurren sin que uno se lo proponga. Me estimulan mucho los retos. Desde hace años tenía enorme deseo por dirigir esta obra de Strauss, la tengo muy acendrada en mi ánimo y la he estudiado mucho; sin embargo, la veo como un paso más.

“Alguien me preguntaba si era una especie de cúspide; esta partitura es per se una cúspide. Hago un repaso de las óperas que he dirigido y veo que son muchas menos que las que quiero hacer en los siguientes años.

En general, me interesan títulos que se presentan infrecuentemente. No haré el listado de las que quisiera hacer, porque no quiero salarlas.

–¿La de usted es una visión humanista de la ópera, al montar títulos que detrás de sí siempre tienen un mensaje moral, social y hasta político?

–Tengo predilección por las obras con una carga ética y moral. Y, claro, muchas de esas tramas tienen incluso una dimensión, llamémosle, espiritual; en otros casos, religiosa.

Quizá es la constante búsqueda de respuesta a las preguntas más esenciales de un ser humano más. No me gusta soslayar mis dudas existenciales, prefiero intentar algunas respuestas a través del proceso creativo.

–¿Por qué alude usted a una continuidad estética en esta nueva puesta en escena?

–Lo digo porque el tipo de trabajo escénico que suelo construir o procuro hacer no se refiere en general a la concreción de un momento histórico determinado ni a un sitio preciso. Quizá por eso he optado por dirigir óperas que permiten un amplio margen de abstracción y de formalización.

“No soy un director que busque el naturalismo escénico; no me contentaría con traducir en términos de verosimilitud dramática un supuesto reflejo de la realidad. Me gusta, más bien, ir en busca de una estilización y por ello quizá tengo una especial predilección por una especie de neutralidad temporal y espacial, que se convierte en un ámbito propicio para la elocuencia del símbolo.

“Lo que he buscado en La mujer sin sombra, en todo sentido, es subrayar el carácter perenne de las leyendas, los mitos o los cuentos.

No me toca evaluar si hay o no una continuidad discursiva. En el mejor de los casos, eso podría marcarse como una preferencia estilística; en el peor, como una mera repetición de obsesiones. Espero que esto último no sea el caso.

–¿Cuán costoso es este montaje? ¿Qué responde usted a las críticas de que sus propuestas son favorecidas con altos presupuestos?

–En primer lugar, no manejo las cifras, pero sé que el costo de esta puesta (10 millones de pesos) está dentro de los parámetros de las producciones nuevas de otras óperas grandes que se han hecho en el Palacio de Bellas Artes.

“No es verdad, como alguien ha dicho, que haya un exceso o desproporción. Es totalmente proporcional y adecuado dentro de los parámetros habituales.

“Tampoco es verdad que se asignen presupuestos en favor de mi persona. Simple y sencillamente he propuesto algunos proyectos que son significativos en términos de dimensión, complejidad, y se procura encontrar un equipo de producción capaz de administrar de la mejor manera y utilizar de forma racional cada centavo. Puedo afirmar que no hay dispendio. Hemos sido muy conscientes de que hay limitaciones.

Es muy fácil hablar sin conocimiento de causa y hacer declaraciones que son meros infundios. Espero que en este caso no haya mucha cabida. Creo que centrarse en el costo de los proyectos, más que en su valor, es francamente una pena.