Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de mayo de 2012 Num: 899

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Tres poemas
Olga Votsi

McQueen y Farhadi,
dos rarae aves

Carlos Pascual

Veneno de araña
Carlos Martín Briceño

Cazador de sombras
con espejos

Ernesto Gómez-Mendoza entrevista con Juan Manuel Roca

Los infinitos rostros del arte
Gabriel Gómez López

Bernal y Capek: entre mosquitos y salamandras
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Ricardo Sevilla

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Distópico público crítico

Televisa ya no es lo que fue. Lejanos los tiempos en que el público le aplaudía todo lo que emitiera. Aunque sigue como la cabeza más poderosa de la hidra que acapara el espectro radioeléctrico mexicano –en leyes que son letra muerta un bien nacional, de todos los mexicanos, y no propiedad privada de oligarcas prepotentes–, la merma de credibilidad que resulta de décadas de su habitual abonar al servilismo político, aunado a la pobreza de propuestas televisivas y la reiteración de la estulticia en el diseño de sus contenidos, y aderezado todo además con una arrogancia absolutamente acrítica de tantos condenables usos y costumbres, resulta hoy en un consorcio al que cada vez más televidentes le retiramos confianza o simpatía, y aún más: ha crecido rápidamente entre la teleaudiencia otrora pasiva y rumiante la convicción de que las televisoras son disimuladas enemigas de la democracia.

La constante desinformación o la distorsión cotidiana de la realidad, con previsibles omisiones de información incómoda al régimen o a los intereses de los consorcios y sus favoritos, que por décadas supusieron la “astuta” manera en que ese brazo mediático de gobiernos tradicionalmente autoritarios y después tecnócratas en los últimos veinticinco años modificaba en el ideario colectivo la ingrata realidad nacional, ha resquebrajado su presunto prestigio. El mentís cotidiano de las televisoras –hoy más que nunca evidente en la constante difusión de encuestas sospechosamente favorables para el candidato del PRI, precisamente cuando las repetidas y multitudinarias manifestaciones de rechazo a su persona ya en las calles, ya en las redes sociales, son prueba irrefutable del descontento de la gente con su postulación– ha perdido su otrora incuestionable capacidad de incidencia en la población. Las manifestaciones en días pasados de estudiantes (de universidades privadas en su mayoría) contra todo lo que Televisa (y TV Azteca) representan fueron tan contundentes que la misma Televisa dio un golpe de timón a esa distante socarronería con que habitualmente se referían sus comentaristas a cualquier manifestación popular de rechazo al emporio, y hasta informaron a principio de esta semana de las concentraciones estudiantiles de Santa Fe y San Ángel donde se corearon hasta el cansancio eufóricas consignas en contra de la empresa.

¿Acto de contrición?, ¿recapacitación de una línea editorial inamovible? Difícil creerlo. Más bien, esta aparente apertura se puede deber a dos razones principales. La primera es que es más que evidente que Enrique Peña Nieto, el “puntero” candidato priísta, apoyado a fondo por las televisoras, no las tiene todas consigo. Hace unos días discutía yo con algunos conocidos que son priístas, funcionarios algunos de gobiernos priístas y hasta partidarios de esas salvajadas represivas que hemos visto en algunos lugares del país en que grupos de choque coordinados desde el PRI golpean y maltratan a manifestantes “antipeña”. Y lo que pude leer entre líneas, asomado entre sus muestras de falsa, excesiva confianza (“vamos a ganar, les guste o no”) y sus bravatas de funcionarios enardecidos (“a esos cabrones había que madrearlos en el momento”) es miedo. Miedo a volver a perder canonjías y privilegios –infamantes– que creen recuperados y daban por sentado. Está nervioso el priísmo duro y eso lo hace buscar la salida brutal y violenta. La otra razón es pragmática: las televisoras, que finalmente son grandes aparatos de negocio, quizá empiezan a ver con otros ojos a su público, al que ya no se deja como antes, al que ya no les cree, el que se burla de la vehemencia de sus comentaristas y se encoleriza ante su cinismo o lambisconería con el poder político. Es un hecho irrefutable que la teleaudiencia ha cambiado. Quizá en sectores que en términos demográficos son minoría, como los universitarios –y más de universidades privadas, usualmente territorio de privilegiados– en medio de una vasta mayoría de gente que no habla dos idiomas ni tiene coche del año, ni viaja de vacaciones al extranjero, pero se trata de una teleaudiencia que representa millones de potenciales clientes o enemigos con capacidad de compra e influencia de decisión futura.

Basta con una apertura menos sesgada de las televisoras para que la democracia en México avance, por primera vez en mucho tiempo, verdaderamente hacia territorios trazados por sí misma y la sociedad en conjunto, y no por la mezquindad exaltada del cuarto de guerra de un grupúsculo de oligarcas arramblados por el miedo.