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El presidente Vladimir Putin sopesa costos y beneficios, a nueve días del referendo

Anuncian legisladores rusos apoyo a la anexión de Crimea

La mayoría de los rusohablantes respalda la adhesión de ese país a la federación

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En Stavropol, Rusia, decenas de personas se manifestaron ayer en apoyo del pueblo de CrimeaFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 8 de marzo de 2014, p. 20

Moscú, 7 de marzo.

La adhesión de Crimea a Rusia sería una realidad irreversible, dando por supuesto que el referendo del 16 de marzo aprobara dicha opción por la mayoría de rusohablantes de la península con derecho a voto, si el Parlamento ruso tuviera la última palabra en este tipo de decisiones.

Pero aceptar la anexión de Crimea o rechazarla corresponde al titular del Kremlin, Vladimir Putin, y aún –pese a los gestos de acercamiento de los legisladores rusos con las autoridades pro rusas de la península y el apoyo militar que les presta Rusia– tiene nueve días para sopesar costos y beneficios.

Por lo pronto, los presidentes de ambas cámaras del legislativo ruso, tras recibir este viernes en Moscú al presidente del Parlamento crimeo, Vladimir Konstantinov, afirmaron que si los resultados del referendo son favorables a la separación de Ucrania y la incorporación a Rusia, Crimea será aceptada como una nueva entidad de la Federación Rusa.

Tanto Valentina Matviyenko, en el Consejo de la Federación o senado, como Serguei Naryshkin, en la Duma, coincidieron en señalar que los legisladores rusos respetarán la elección histórica, libre y democrática de los habitantes de Crimea, expresada con base en su derecho a la libre determinación.

La anexión de Crimea, de producirse, sería vista con buenos ojos por muchos rusos que consideran dicha península territorio ruso desde que lo conquistaron los zares, hace dos siglos y medio. Y la verdad no haría falta organizar conciertos con grupos musicales de moda junto a la Plaza Roja, como el que hubo hoy en Moscú, con miles de personas –la policía dice que eran 65 mil, los medios críticos con el Kremlin calcularon no más de 15 mil– con carteles como ¡Crimea es nuestra!, en manos de miembros de organizaciones juveniles y trabajadores que dependen del presupuesto.

Es claro que son menos los rusos que se oponen a la anexión de Crimea. Sin embargo, todavía no está decidida y hay cuestiones que preocupan a Putin, mucho más que la exclusión de Rusia del G-8 o eventuales sanciones contra funcionarios rusos.

El Kremlin es consciente de que desde la Segunda Guerra Mundial sólo ha habido un caso en el que se modificaron las fronteras de manera totalmente fuera de la legalidad pactada por los vencedores en la contienda: el de Kosovo, desgajado de Serbia por la fuerza militar.

En Kosovo, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) estimularon el separatismo, invadieron ese territorio y forzaron su ruptura con Serbia en 1999. Con el beneplácito de Occidente se fundó la República de Kosovo, con una minoría serbia en el norte de la misma, cuya independencia no reconoce Rusia.

El Kremlin no quiere que la anexión de Crimea parezca lo mismo que hicieron Estados Unidos y la OTAN en Kosovo y que sus adversarios lo acusen de usar el legítimo derecho de un pueblo a decidir su futuro como pretexto para comenzar la expansión de Rusia.

Por ello insiste en que no hay militares rusos patrullando calles, aeropuertos, edificios públicos y accesos a la península, pero no deja entrar a observadores de otros países y sabe que si ordena que sus 6 mil soldados con uniformes sin distintivos regresen a los cuarteles de la Flota del Mar Negro en Sebastopol no habría referendo.

Quiere que la eventual incorporación de Crimea a Rusia parezca consecuencia de una decisión tomada por los habitantes de la península, aunque este caso no se inscribe en ninguna de las cuatro vías que –de acuerdo con los expertos rusos en materia de derecho internacional– se consideran legales para modificar los límites divisorios entre los estados de Europa, a excepción obvia de los países que desaparecieron, como la Unión Soviética o Yugoslavia, sin incluir las regiones que en el espacio postsoviético se proclamaron independientes y no son reconocidas.

Un pacto constitucional al interior de un Estado (Checoslovaquia en 1992, que dio origen a la República Checa y a Eslovaquia); un acuerdo entre dos estados (la fusión de ambas Alemanias en 1990); un referendo dentro de una Federación (Montenegro, que en 2006 deshizo los lazos federales con Serbia), y una cesión dentro de un mismo Estado (Crimea, de Rusia a Ucrania dentro de la Unión Soviética en 1954).

La anexión de Crimea con base en los resultados de un referendo crearía un precedente que puede tener un impacto negativo en la propia Federación Rusa, en la medida en que el Kremlin no tendría ya fundamento legal para negar el derecho a la libre determinación a Chechenia, Daguestán y otras repúblicas del Cáucaso del norte a las que no se ha concedido ni se concederá la posibilidad de expresar su voluntad en una consulta popular.

En síntesis, en un lado de la balanza está la posibilidad de anotarse un gran éxito. En el otro, el alto precio que se tendría que pagar por ello. No es nada fácil la decisión que tiene que tomar el presidente Putin, y para él tampoco hay marcha atrás: referendo y anexión de Crimea o referendo y confederación de Crimea con Ucrania, son las únicas opciones que confirmarían, a ojos de los rusos, que valió la pena el despliegue militar en la península.