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Se halla en el fin de un gran ciclo, afirma, aunque sin pesimismo

Ricardo Yáñez se cuestiona el sentido de escribir, de ser poeta

Desandar, compilación que realizó el FCE de toda la obra lírica del autor; se presenta el 17 de junio en Guadalajara, su tierra natal

 
Periódico La Jornada
Domingo 6 de julio de 2014, p. a13

¿Qué sentido tiene la poesía? Es la inquietud que ronda con persistencia desde hace varios meses por la mente de Ricardo Yáñez (Guadalajara, Jalisco, 1948), luego de que enfrenta lo que considera el fin de un gran ciclo.

Y es que, por un lado, el Fondo de Cultura Económica (FCE) acaba de reunir en un libro toda su obra poética, bajo el título de Desandar. Y por otro, se encuentra convaleciente de una afección física que le fue detectada a principio de año y por la cual debió ser sometido a cirugía hace un par de meses.

Me he preguntado mucho sobre el sentido de la poesía y de ser poeta, y tengo la impresión de que ya no quiero escribir, porque es algo que no tiene mucho sentido. ¿Para que escribir si hay mucha gente que lo está haciendo muy bien? ¿Para qué llevo más agua al mar si no soy un río necesario?, señala.

La suya, no obstante, no es una posición pesimista y asume que sólo se trata de una etapa pasajera. Incluso se define como un terreno por ahora baldío del que algo deberá de surgir.

Antes, el sentido de la poesía era para el poeta y periodista jaliscience algo muy evidente, dice. Sin embargo, precisa que no preocupaba mucho, pues comparte la forma de pensar de Pablo Picasso sobre el arte: sostenía que uno no debe andar preguntándose sobre ese asunto como no lo hace sobre el sentido de las ostras, sino, simplemente, disfrutarlos.

Por lo pronto, Ricardo Yáñez se prepara para la presentación del citado volumen, el 17 de junio, en su tierra natal, en la Librería José Luis Martínez, del FCE. De forma paralela, trabaja en un libro que debe entregar antes de fin de año. Después de eso, ya no tengo claro qué seguirá.

De 1974 a 2013

En Desandar se incluyen los libros de poesía que ha publicado de 1974 a 2013. Para esta edición, sólo realizó algunas modificaciones e incluyó un inédito, Nuevos papeles volando.

No le metí mucha mano, porque hay que tener un poco de respeto por lo que ya mostraste. Le hice algo así como unas alforcitas para que se ajustará al cuerpo del Ricardo Yañez de hoy. Bueno, no serían alforcitas, sino más bien unos deshilvanados. Hice muy pequeños ajustes: más que poner, quité, aclara en entrevista.

–¿A qué le llevó esta confrontación con la obra del pasado?

–Me dan ganas de llorar, pero no por lo que viví, sino porque no era tan bueno como creía. Contrario a lo que pasa con las credenciales para votar, que uno dice que antes sí era guapo. Lo que pasa con este libro ahora es que me veo feo.

–¿Fue una confrontación crítica?

–Sí me sacudió. Me pregunté cómo acepté publicar ciertas cosas. Pero ahora me sentía ya con la obligación, ante los textos mismos, de reunirlos; porque he publicado por allí, por allá y acullá, y dudo mucho que alguien tenga mi poesía completa y la haya leído.

Foto
Ricardo Yáñez durante la entrevistaFoto Marco Peláez

Y por otro lado, que no se me juzgue sólo por uno o por tres libros, sino por todos.

–En este espejeo con el tiempo, ¿cuáles son las principales diferencias que encuentra en el presente?

–Ahora tengo menos libertad. Antes era más desinhibido; no me criticaba mucho, y ahora me siento menos capaz. Aunque entonces tenía energía, era joven y no importaba lo que pasara; era más osado; ahora casi me siento cobarde.

También la edad exige mayor calidad, y esa exigencia, finalmente, es una presión, y puede que inhiba esa misma calidad a la que se está aspirando.

–¿En qué sentido ha perdido libertad?

–En la espontaneidad, porque en frescura, no. Justo eso busco cuando escribo: ser fresco, pero también espontáneo. Ahora trabajo mucho los textos, y hasta que no los siento espontáneos, aunque no lo sean, los dejó.

–En contraste, ¿qué ha ganado con el paso del tiempo?

–Ahora me siento observado; en el pasado no. Antes, mis lectores eran mis tres amigos, uno sabía quién lo leía y hasta escribía para ellos. Entonces, un poco, uno tenía una dirección. Ya no es así. No es que ahora predique en el desierto, pero sí es un poco la incertidumbre, ya no conozco a quiénes me leen”.

–¿Han cambiado las motivaciones y obsesiones de su escritura?

–Es la primera vez que pienso en ello; nunca me había dado cuenta. De lo que sí, es que en un principio no quería hablar mucho del amor, porque me parecía que todo mundo lo había hecho.

“Por ejemplo, alguien hizo una reseña de mi primer libro, que apareció en 1972 o 1974, y dijo que yo hablaba de Dios; yo no estaba de acuerdo, pero me leí y era cierto, aunque no me daba cuenta.

Mi inquietud mayor es la frescura. Si lo logro, como se dice coloquialmente, ya la hice. Me gusta la frescura, la inmediatez.

–Finalmente, en su obra se advierte profundamente la presencia de la música…

–Es muy cierto. No puedo trabajar sin espíritu musical. Soy de los que trabajan oyendo música. Hay gente que no puede hacerlo, porque se distrae. La oigo como telón de fondo, pero trato de escribir siempre con música, y si no, que la música llegue al texto, que esté allí.

Lo he dicho varias veces: la poesía es la madre de las artes. Pero la música es la maestra. Tengo que pensar musicalmente. Es decir, puedo dar con la idea, pero si no tiene música, no funciona.