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Estado de Israel: fábrica de antisemitas al por mayor
E

l debate en torno a la lucha anticolonial de Palestina se diluye, invariablemente, en ge­neralidades fuera de lugar. V. gr.: en las luchas independentistas de América hispana nadie polemizaba sobre el credo religioso de los Habsburgo y borbones. Se peleaba, puntualmente, contra la potencia colonial opresora. Lo mismo vale para las luchas anticoloniales de India y Egipto versus Inglaterra, Argelia vs Francia, Vietnam vs Estados Unidos, Angola o Mozambique vs Portugal, etcétera.

En Palestina, por el contrario, el sionismo introdujo el desquiciante factor religioso: Dios lo quiere. Divisa del clérigo francés Pedro el ermitaño (1050-1115) y el papa Urbano II (1042-1099), que en la época de las Cruzadas, en la llamada Baja Edad Media (siglos XI-XIV), pasó a degüello durante 400 años a las congregaciones impías de la cristiandad. De ahí surgió, y con el tiempo fue doctrina, la judeofobia, la islamofobia y los cuentos del deicidio.

A mediados del siglo XIX, el conde francés Arthur de Gobineau publicó su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-55). Entonces las fobias de discriminación religiosas tomaron vuelo científico, cayendo como perlas para justificar la empresa colonial europea y el imperialismo yanqui naciente. De paso, la tal desigualdad aterrizaba las inescrutables divagaciones filosóficas de Hegel, la seudo dialéctica del amo y el esclavo, y su tesis de los pueblos sin historia.

Para sorpresa de creyentes y gentiles, los nacionalistas judíos adoptaron el vocablo antisemitismo, inventado por un mediocre periodista alemán, fundador de la llamada Liga antisemita (1873): Wilhelm Marr. Sin embargo, en su ensayo Autoemancipación (1882), el judío polaco y fundador del movimiento Amantes de Sion, Leo Pinsker, cuestionó el vocablo y sostuvo que más apropiado era hablar de judeofobia. Porque la utopía de Pinsker planteaba no sólo el retorno de los judíos a Palestina o Eretz-Israel (la tierra de Israel), sino la convivencia armoniosa con los otros semitas que allí vivían: los árabes.

En la ineludible y sionista Wikipedia (útil si se consultan otras fuentes), se afirma que el periodista austrohúngaro Teodoro Herzl, fundador del sionismo, halló inspiración en Pinsker para redactar su ensayo El Estado judío (1895). No es verdad. El propio Herzl admite en sus Diarios que, de haber conocido el trabajo de Pinsker, habría corregido algunas de sus ideas.

No obstante, y con el fin de encontrar apoyo a su proyecto colonial, Herzl defendióa las potencias coloniales en su lucha contra los árabes, manipulando y siendo cómplice del sufrimiento judío en beneficio de su causa. Para regocijo de los judeófobos (o antisemitas), el discurso de Herzl embistió contra los judíos asimilados de Europa central, reacios y escépticos frente a la propuesta de erigir en Palestina “…una muralla de contención contra la barbarie asiática”. Palabras que los ingleses, más temprano que tarde, oyeron con atención. En particular, la banca Rothschild.

De puño y letra de Herzl: En París, empecé a considerar de modo más amplio el antisemitismo, que ahora empiezo a comprender históricamente y a perdonar (sic). Por otra parte, el antisemitismo, fuerza poderosa, aunque inconsciente entre las masas, no perjudicará a los judíos. Considero que es un movimiento provechoso para el desarrollo del carácter judío (sic) ( The Diaries of Theodor Herzl, traducidos y editados por M. Lewenthal, Nueva York, 1897, pp- 6-10, publicados sucesivamente en el siglo pasado por distintas editoriales).

Si bien la historia posterior y las luchas entre sionistas y judíos son mejor conocidas, la propaganda y la mentira continúan asociando judaísmo y sionismo. Como si política y religión fueran sinónimos. Pero lo cierto es que así como los nazis pervirtieron el legado cultural helénico-romano-judeo-latino, y la CIA recluta mercenarios en los revueltos laberintos políticos del Islam, los sionistas parecen haber convertido a Israel en lucrativa fábrica de victimismo y excepcionalidad, y en usina de antisemitas que celebran el asesinato de bebés y la destrucción de hospitales y escuelas palestinas enarbolando la estrella de David.

En La identidad errante, Gilad Atzmon recoge palabras del filósofo letón de la Universidad Hebrea de Jerusalén Yeshayahu Leibowitz, judío religioso practicante: Aparte del Holocausto, ahora no hay nada que unifique a los judíos del mundo (Ed. Del Oriente y Mediterráneo, 2012, Madrid, pp. 200 y 201). Ensayo de coraje y valor intelectual admirable, en el que otro filósofo judío, Adi Ophir, observa que el Holocausto conlleva muchos elementos religiosos esenciales: “tiene sacerdotes (SimonWiesenthal, Elie Wiesel), profetas (Shimon Peres, Benjamin Netanyhaju, que advierten del futuro judeicidio iraní), mandamientos y normas (nunca más), rituales (día de la memoria, peregrinación a Auschwitz, etcétera)”.

Para Ophir, la religión del Holocausto tiene, además, “…un orden simbólico esotérico establecido ( kapos, cámaras de gas, chimeneas, polvo, zapatos, la figura del musulmán, etcétera); un templo, Yad Vashem (Centro Mundial para la Documentación, Investigación, Educación y Conmemoración del Holocausto), y santuarios(los museos del Holocausto) en las principales ciudades del mundo…”

La identidad errante abre sus páginas con un epígrafe del escritor Israel Shahak: Los nazis me hicieron tener miedo de ser judío, y los israelíes me hacen tener vergüenza de ser judío.