Editorial
Ver día anteriorMiércoles 21 de diciembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Islam: construcción de una amenaza
L

a confirmación, por la canciller alemana Angela Merkel de que el atropellamiento masivo perpetrado el lunes pasado en Berlín, en el que murieron 12 personas y otras 48 resultaron heridas con lesiones de diversa gravedad, fue un atentado terrorista, así como su insinuación de que el autor pudo ser un afgano o paquistaní recientemente refugiado en el país, han reavivado en Occidente la zozobra por un conflicto que en naciones como Siria, Irak y Afganistán ha dejado centenares de miles de muertos.

Al comentar lo sucedido en la vecina Alemania, el presidente francés, François Hollande, aseguró que su país se encuentra en un alto nivel de amenaza, la estación ferroviaria de Colonia fue desalojada tras declararse una falsa alarma de atentado y en otros estados integrantes de la Unión Europea (UE) se reforzaron los controles policiales. De este lado del Atlántico el presidente electo estadunidense, Donald Trump, en concordancia con su proverbial islamofobia, emitió una declaración incendiaria en la que puso el problema de la violencia fundamentalista en términos de una cristiandad atacada por musulmanes.

Poco dicen los medios acerca de que a lo largo de la década anterior, e incluso en días recientes, los atentados integristas más mortíferos han sido perpetrados en naciones islámicas como Afganistán, Irak, Turquía y Egipto, y que las víctimas fatales se cuentan por decenas de miles entre los seguidores de Mahoma. Para no ir más lejos, ayer, en la localidad turística de Karak, Jordania, cuatro policías fueron abatidos por presuntos combatientes de grupos afines al Estado Islámico (EI), los cuales el domingo habían asesinado en esa misma población a seis efectivos gubernamentales y a tres civiles –entre ellos, una turista canadiense– en un sitio arqueológico.

Los ataques de facciones fundamentalistas contra multitudes en países predominantemente islámicos debieran bastar para desvirtuar los intentos por retomar el discurso islamófobo que hoy enarbolan representantes de las ultraderechas eu­ropeas, el cual es atizado por Trump y tiene como fundamento ideológico el panfletario Choque de civilizaciones escrito por Samuel Huntington hace un cuarto de siglo, en el que describía imaginarias líneas de fractura entre el Occidente cristiano y el Islam y la cultura china. Otro dato que desmiente esa noción racista es el que los gobiernos occidentales mantienen, en su guerra contra el terrorismo integrista, sólidas alianzas militares, económicas y políticas con regímenes de países mayoritariamente musulmanes, como Marruecos, las monarquías petroleras de la Península Arábiga, Egipto y Turquía.

Más brutal que el propio Huntington, Trump habló ayer de constituir un frente del mundo civilizado. Pero debe recordarse que fue precisamente ese mundo civilizado –incluyendo al gobierno entonces soviético de Moscú y al régimen de Tel Aviv– el que generó el surgimiento de los extremismos de inspiración islámica con sus reiteradas y bárbaras incursiones bélicas y con su injerencismo persistente en la vieja Palestina, Afganistán, Irak, Libia y otras naciones predominantemente musulmanas. Washington y Europa occidental dieron financiamiento, armas y asesoría a los integristas que combatieron la invasión soviética de Afganistán; empoderaron en Irak a las facciones de ese signo al destruir ese país y su Estado; intrigaron para destruir al régimen laico de Muammar Kadafi en Libia, y han respaldado de diversas maneras a los grupos fundamentalistas –incluido el Fente Al Nusra, heredero de las estructuras de Al Qaeda– que se sublevaron contra el gobierno sirio. Por añadidura, Israel, al cercar a la Autoridad Nacional Palestina y apoderarse ilegalmente de la mayor parte de los territorios árabes que ocupa, fortaleció a los sectores violentos del radicalismo religioso.

Pero hoy, los mismos sectores militaristas de Occidente que hicieron posible el surgimiento del terrorismo fundamentalista pretenden reinventar una amenaza islámica que es histórica y políticamente falaz e insostenible.