Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de noviembre de 2006 Num: 611


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Cuento vivo de Andalucía
DANTE MEDINA
Parábola del bolso
CARLOS EDMUNDO DE ORY
El ordenador
FELIPE BENÍTEZ REYES
Dilemas urbanos
CRISTINA GARCÍA MORALES
Condición anfibia
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VERA
Unas cositas verdes que saltan y hacen croa, croa, croa
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA ARGÜEZ
Poesía viva de Andalucía
Las Musarañas
JUAN BONILLA
Coleccionismo
MARCOS GUALDA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES


Directorio
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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

JUSTICIA A LA MEXICANA

El señor fue a comprar una botella de cerveza y un paquete de jeringas hipodérmicas a uno de los Superamas adquiridos por el todopoderoso Wal-Mart. Pagó las jeringas en la farmacia, la botella de cerveza en la caja y salió de la multinacional muy quitado de la pena. De repente, cuando estaba abriendo la puerta de su automóvil, un enano iracundo enfundado en una absurda chamarra invernal, lo detuvo acusándolo de haberse robado las jeringas hipodérmicas. El señor mostró el recibo de la farmacia, pero en ese momento el vigilante enano le metió en la bolsa del saco otro paquete (debo advertir que ese producto cuesta 18 pesos). Intentó el señor desembarazarse del acoso del walmartiano, pero éste llamó a la policía y dos enchalecados agentes detuvieron con lujo de violencia al falsamente acusado, lo metieron en una patrulla y, en compañía del avieso enano y de una especie de abogado de la "empresa", recorrieron algunas cuadras de Taxqueña y llegaron a un centro de detención. Ahí, haciendo caso omiso de sus protestas, el señor fue analizado por una demasiado minuciosa médica, mientras el enano y el abogado levantaban un acta acusando de robo por 18 pesos al señor que, en esos momentos, se sentía sumido en una pesadilla, en una obra del teatro del absurdo o en un relato kafkiano.

Cuando este bazarista, amigo de la víctima de la transnacional, llegó al centro de detención (un amable policía, asqueado por la impostura, le permitió usar su telefóno celular), ya se habían dado todos los pasos para detener al robador de un paquete de hipodérmicas. Un policía me sugirió que fuera al Superama para pedir el perdón del feroz delincuente. Llegué a la tienda, pregunté por el gerente, esperé unos quince minutos y apareció un encorbatado empleado de la tienda. Me dijo que era el gerente. Le expuse el caso del señor y me dijo que el asunto estaba ya en manos de los abogados del monstruo empresarial. Me sugirió regresar a la cuatro de la tarde para ver si mi petición había sido escuchada. Cuando regresé, el gerente estaba acompañado de un tipo mal encarado y bien entrenado para defender los "intereses" de la empresa y la honradez de sus vigilantes. Me desahució con palpable satisfacción y me despidió con cajas destempladas y, sin el menor respeto por mis canas y mi arrastre de pies, empezó a gritar como poseso una retahíla de denuestos en contra de los rateros que pululan por los pasillos de sus muchas y muy beneméritas tiendas.

Al regresar al centro de detención (o algo así), me informaron que el torvo ladrón de los 18 pesos estaba ya en los separos y que sería remitido al Reclusorio Sur esa misma noche, pues el trabajo del enano y de la especie de abogado que lo asesoraba había rendido sus frutos. El empleado del centro me dijo que debíamos pagar una fianza por 15 mil pesos y, ya en plena angustia ante la perspetiva del reclusorio, fui a una afianzadora que tenía una oficina destartalada y un verboso agente que me sugirió obtener el perdón de la empresa a toda costa. "No sabe cómo son esas multinacionales. He visto casos de señoras consignadas por robarse un lápiz labial y niños detenidos por el robo de un bolillo o de una naranja (recordé la atenuante de robo de famélico, pero todo indica que los agentes del ministerio público jamás lo toman en cuenta cuando se trata de bancos o de supermercados). "Le aconsejo que lleguemos a un acuerdo y le saco libre a su amigo en unas horas. El asunto le va a costar 12 mil pesos."

Conseguí dinero donde pude y regresé al siniestro lugar. Esperamos unas cinco horas, llegó el abogado de la empresa, pasé a la oficina de un agente del Ministerio Público que se pavoneó de haber votado por Calderón, salí de su cubículo, entregué los 12 mil pesos al agente verboso, esperé otras dos horas, viendo como se repartían mis dineros entre el abogado de la multinacional, el agente del Ministerio Público y el gestor oficioso encargado de los cochupos (Reconozco mi culpa, deploro mi complicidad, pero el fantasma del reclusorio era tan amenazante (en la cárcel de Querétaro hay un señor condenado a dos años de prisión por haberse robado un tanque de gas) que doblé la cabeza y acepté las reglas del juego de "nuestro" sistema judicial. Mea culpa, mea culpa, pero entiendan ustedes mi predicamento.

Lo que más me duele es que el enano tramposo e iracundo haya recibido una prima por haber entregado al supuesto ladrón de las hipodérmicas. La experiencia con la justicia mexicana me produjo repulsión y convulsionó mi sentido de la moral. Todavía sueño con esas horas de temor, engaños y corrupciones y me digo como Baroja: "El mundo es ansí." Me lo digo y me apeno por haber participado en un acto de corrupción, pero ¿y el reclusorio y lo que el enano iba a recibir cuando se dictaran el auto de formal prisión y la sentencia condenatoria, y la prima por cada mes o año de prisión, y los 18 pesos del horrible delito que se volvieron 12 mil para obtener el perdón del abogadete de la multinacional todopoderosa y de la justicia que está a su incondicional servicio?

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