Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de noviembre de 2006 Num: 611


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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Cuento vivo de Andalucía
DANTE MEDINA
Parábola del bolso
CARLOS EDMUNDO DE ORY
El ordenador
FELIPE BENÍTEZ REYES
Dilemas urbanos
CRISTINA GARCÍA MORALES
Condición anfibia
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Unas cositas verdes que saltan y hacen croa, croa, croa
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA ARGÜEZ
Poesía viva de Andalucía
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MARCOS GUALDA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
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Columnas:
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JUAN DOMINGO ARGÜELLES


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JUAN DOMINGO ARGÜELLES

ELl CENTENARIO LUCTUOSO DE MANUEL JOSEeacute; OTHÓN

Hace cien años, el 28 de noviembre de 1906, en la ciudad capital de San Luis Potosí, murió Manuel José Othón, que había nacido en esa misma ciudad el 14 de junio de 1858. A decir de Octavio Paz, Othón es, junto con Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo y Salvador Díaz Mirón, uno de los fundadores de la poesía moderna mexicana.

Poeta de trágica intensidad, como lo llama también Paz, Othón nos dejó en sus Poemas rústicos (1902) algunos de los momentos más memorables de la lírica mexicana en el siglo xix, entre ellos su "Himno de los bosques", "La canción del otoño", su "Canto nupcial", su "Poema de vida", su "Pastoral", "Frondas y glebas", su "Elegía", pero sobre todo su "Noche rústica de Walpurgis" y su incomparable "Idilio salvaje" que, más de un siglo después de escrito, sigue siendo uno de los grandes poemas de nuestras letras.

Admirable a plenitud, en su poco más del centenar de versos, el "Idilio salvaje" no es, seguramente hoy, un poema muy leído, pero en su momento lo fue: uno de los más populares, con estancias de tal intensidad que los lectores que no lo conocen se han perdido de mucho, pues es un poema que admite la lectura una y otra vez sin que nuestra emoción decaiga. El soneto que corresponde a su ultima estancia ("Envío") es absolutamente extraordinario: "En tus aras quemé mi último incienso/ y deshojé mis postrimeras rosas./ Do se alzaban los templos de mis diosas/ ya sólo queda el arenal inmenso.// Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso!,/ ¡qué andar por entre ruinas y entre fosas!/ ¡A fuerza de pensar en tales cosas/ me duele el pensamiento cuando pienso!// ¡Pasó!... ¿Qué resta de tanto y tanto/ deliquio? En ti ni la moral dolencia,/ ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.// Y en mí ¡qué hondo y tremendo cataclismo!,/ ¡qué sombra y qué pavor en la conciencia,/ y qué horrible disgusto de mí mismo."

Manuel José Othón es de los poetas que reivindica con mayor énfasis la poesía de la emoción, por encima del verso intelectual y muchas veces vacío que hará de las suyas en el siglo xx y acerca del cual Ramón López Velarde dirá, sin más, que es una desviación de la poesía. Othón tiene una plena conciencia de lo que escribe y lo que persigue con su escritura. En el prólogo de sus Poemas rústicos explica lo que él llama sus principios y su teoría estética. Explica:

"El artista ha de ser sincero hasta la ingenuidad. No debemos expresar nada que no hayamos visto; nada sentido o pensado a través de ajenos temperamentos, pues si tal hacemos ya no será nuestro espíritu quien hable y mentimos a los demás, engañándonos a nosotros mismos. Pero no basta con esto. Es necesario considerar en el Arte lo que es en sí: no sólo una cosa grave y seria, sino profundamente religiosa, porque el Arte es religión, en cuanto a Belleza y en cuanto Verdad, y uno de los vínculos, acaso el más fuerte, que nos liga con la eterna Verdad y con la Belleza infinita; porque en suma, el Arte es Amor, amor a las cosas que están dentro y fuera de nosotros."

Es sintomático que, por esos tiempos, Anton Chejov (1860-1904), contemporáneo de Othón, protestara del siguiente modo contra la literatura inauténtica: "No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo." Y luego añadía: "Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo."

En uno de sus últimos poemas ("Remember"), que es preludio de la poesía moderna del siglo xx, Othón exclama, atormentado por la conciencia, con acendrado espíritu nihilista: "Señor, ¿para qué hiciste la memoria,/ la más tremenda de las obras tuyas?.../ Mátala por piedad, aunque destruyas/ el pasado y la historia."

Neoclásico por empeño, Othón es, a decir de José Emilio Pacheco, un modernista involuntario. En su Antología de la poesía mexicana del siglo xix, Pacheco sostiene que los incomparables sonetos del "Idilio salvaje" honran al idioma en que están escritos "y constituyen, fuera de la cuenta cronológica, el mejor poema de nuestro siglo xix".

En El San Luis de Manuel José Othón y el Jerez de López Velarde (1998), Marco Antonio Campos nos recuerda que, para Othón, "el arte fue una cosa profundamente seria y pensó que uno debía consagrarse a él ‘con todas las energías del corazón, del cerebro y la vida.’"

En el momento de su muerte, Othón tenía cuarenta y ocho años. En 1964 sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres, en la ciudad de México.