Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de agosto de 2010 Num: 807

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vamos a matarnos
ALEJANDRO ACEVEDO

Visiones de Teotihuacan
ESTHER ANDRADI

Vicente Leñero y la pasión por la forma
ANDRÉS VELA

Propaganda vs. publicidad
LUIS ENRIQUE FLORES

La novel narrativa argentina
JUAN MANUEL GARCÍA

La fuerza de lo visual
LAURA GARCÍA entrevista con MARGARITA GARCÍA ROBAYO

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Verónica Murguía

Juristas aficionados

No pasa un día sin que la mayoría de la gente que conozco me comunique –formal o informalmente– cuáles serían sus aportaciones a la Constitución o a una variedad de lo más heterogénea de reglamentos. “Oye, caray –comienzan todos mis amigos y conocidos– debería existir una ley que …...... Digo, es que ya no es posible. ¿Qué hacen los leguleyos? No hacen nada en la Cámara, ni el Senado, tampoco en la Suprema Corte. Qué bárbaros. Eso sí, los sueldazos. Con la lana que cobra Fulano en un mes, yo vivo un año”,  etcétera.

La línea punteada se llena con asuntos que van desde el recorte que todos haríamos a los sueldos de los diputados, senadores y funcionarios que se enriquecen a nuestras costillas, a la protección de los árboles o la recolección puntual de la caca de perro que infesta las banquetas.

Yo también sueño despierta, tal vez hasta más de lo normal. En mis sueños me la paso pergeñando un montón de leyes e imaginando discusiones con magistrados y políticos. Por supuesto, en mis fantasías soy de una elocuencia irresistible y todos aquellos con quienes hablo quedan felizmente persuadidos de que tengo razón.

He imaginado, claro, conversaciones con Felipe Calderón. En ellas lo he convencido de a) modificar dramáticamente su plan de guerra con el narco (todavía no se me ocurre cómo sacar al país de la camisa de once varas en el que lo ha metido, pero a esa parte de la discusión todavía no llego); b) gastar el dinero de las celebraciones del bicentenario en la reconstrucción de las viviendas destruidas este año por los huracanes; c) quitarle el registro al Partido Verde, por corrupto, venal, tonto y sanguinario; d) subirle el sueldo a los trabajadores de limpia, a los maestros y a los médicos que trabajan en hospitales públicos; e) recortar el sueldo a los diputados, senadores, magistrados, etcétera; f) regresar el ejército a los cuarteles; g) sacar la propaganda ridícula del gobierno federal del radio y, por último; h) instruir a los curas en el significado real del versículo sagrado que dice “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. O sea, señores, ya no se ocupen de política, ni metan la mano en el erario o los calzones de los incautos y dedíquense a salvar las almas de su grey, con recato y humildad, que así lo piden las Escrituras.

A Marcelo Ebrard lo he convencido, sólo en mi mente, se entiende, de: a) imponer a las peseras multas astronómicas cuando se pasen el alto, y con diez años de cárcel si atropellan a alguien aunque no le causen la muerte; b) llevar a cabo una sola obra vial a la vez; c) sembrar árboles en lugar de pavimentar todo; d) olvidarse de las playas y las pistas de hielo con las que entretiene a los chilangos; usar ese dinero para crear una red de almacenaje y distribución de agua de lluvia y así abastecer al DF de agua potable para siempre; e) retirar los anuncios procaces del Simi condón; f) prohibir que en la prensa estén juntas las fotos de los muertos asesinados o accidentados y las mujeres encueradas, porque esa cercanía es envilecedora y los humanos no son cosas; g) regular el ruido, como en los países del primer mundo; h) encarcelar a quienes maltraten a los animales y, por último; i) poner semáforos por toda la ciudad, que esto parece El Cairo, donde casi no hay semáforos y cruzar la calle es un deporte extremo.

Como soñar no cuesta nada (si costara yo estaría arruinada), también he tenido reuniones conjeturales con Barack Obama. En ellas lo he persuadido de desestimar la Ley Arizona y dar la ciudadanía a todos los migrantes que no tengan antecedentes penales; de enviar por quince años a George W. Bush, a Dick Cheney, a Wolfowitz, a Colin Powell y a Condoleeza Rice a un campo de refugiados en Afganistán, donde vivirán como todos aquellos que han sido despojados de sus bienes y su salud por su guerra; obligar a los altos funcionarios de la British Petroleum a nadar allí donde fue el derrame; a prohibir el comercio irrestricto de armas y a no dejarse insultar por Sarah Palin. Nuestras hipotéticas reuniones han tenido lugar en el Salón Oval, que he visto en el cine miles de veces, y todo el tiempo hemos estado acompañados por asesores que se parecen a Gene Hackman, a Donald Sutherland, a Tommy Lee Jones y a Morgan Freeman.

Quedo feliz. Entonces, ay, miro el periódico y me dan ganas de llorar, mientras me pregunto: ¿a qué le tiras cuando sueñas, mexicana?