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A Zedillo nunca lo sentí convencido de ser priísta

La próxima elección presidencial también la ganamos, dice

A la larga, en los comicios presidenciales de 2000, “lo que él llamó ‘sana distancia’ se convirtió en frialdad, en ausencia y, finalmente, en derrota”

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Humberto Roque Villanueva sostiene que la famosa roqueseñal nunca fue un movimiento de triunfo –ante la aprobación en la Cámara de Diputados del aumento al IVA, en 1995– ni un gesto obscenoFoto Marco Peláez
 
Periódico La Jornada
Lunes 10 de marzo de 2014, p. 10

Hombre que vivió desde la dirigencia nacional del PRI la primera debacle del partido en las elecciones de 1997, Humberto Roque Villanueva reflexiona sobre la figura y militancia priísta del entonces presidente Ernesto Zedillo. Efectivamente, nunca lo sentí totalmente convencido ni de la ideología ni de la composición orgánica del PRI.

Añade: “a la larga, lo que Zedillo llamó ‘sana distancia’ se convirtió en frialdad, en ausencia y, finalmente, en derrota”. Así ocurrió en las elecciones presidenciales de 2000, que dieron fin a 70 años de gobiernos priístas.

Precandidato presidencial en 2000, senador, diputado federal dos veces y líder nacional del Revolucionario Institucional, Roque Villanueva habla en retrospectiva de aquella primera derrota, de la sana distancia que marcó Zedillo con su partido y lo que se avecina con el regreso a Los Pinos.

La próxima elección presidencial también la ganará el PRI, aventura quien era coordinador de los diputados priístas cuando en 1995 aprobaron el aumento al IVA de 10 a 15 por ciento.

–¿Qué pasó en aquella elección de 1997?

–En realidad no fue una mala elección para el PRI, porque habíamos pasado una crisis económica verdaderamente salvaje, que fue la de 1995, y porque habíamos hecho una gran reforma política en 1996, que le daba por primera vez recursos en cantidades suficientes a la izquierda mexicana. La derecha decía que no los necesitaba, y la izquierda fue la fuerza política que más creció. Ganó la ciudad de México. El país empezó a pisar con mayor firmeza la pluralidad política. Ese camino ya no tuvo regreso; la pluralidad no fue flor de un día, sino que, como decía un viejo eslogan de radio, ‘llegó para quedarse’. Ya se veía venir que la etapa que seguía era la de la intensa competencia entre partidos.

–¿Ernesto Zedillo fue realmente un presidente priísta?

–Yo creo que Ernesto Zedillo tuvo un buen desempeño en varias materias; fue serio en lo administrativo y dio una pelea muy interesante en la parte económica para superar la crisis de 1995.

“Pero, efectivamente, nunca lo sentí totalmente convencido ni de la ideología ni de la composición orgánica del PRI. Creo que le costaba mucho trabajo entender algunos conceptos priístas, y finalmente, creo que fue como lo registra la historia: un hombre que pensaba que la única razón o el único apoyo que había que darle a un partido político, en este caso el tricolor, era un buen gobierno. Pero la historia nos demuestra que eso no es suficiente. En todas partes del mundo, incluido México, si un mandatario no se identifica en serio, a fondo, con su partido, a la larga lo que Zedillo llamó ‘sana distancia’ se convierte en frialdad, en ausencia y, finalmente, en derrota.”

–¿El tricolor recuperó entonces la Presidencia no después de dos gobiernos panistas, sino de tres no priístas?

–No, no llegaría a ese extremo. Indudablemente que la recupera después de dos sexenios del PAN y uno de ambigüedades en cuanto a la identidad con el partido.

–Hoy, en contraparte, se habla de una sana cercanía entre el presidente Enrique Peña Nieto y el Revolucionario Institucional.

–Yo creo en la sana cercanía. En ninguna parte del mundo quien ejerce las funciones máximas de gobierno puede estar alejado de su partido; lo requiere para gobernar, para ganar elecciones en las distintas instancias de carácter regional, según el país de que se trate. México no es la excepción.

Entonces debe haber una sana cercanía; sana porque tiene que ser conforme a la ley, y donde los gobiernos no impongan criterios políticos por encima de la pluralidad y de la participación de la sociedad.

–El PRI es un partido camaleónico, que se adapta con extraordinaria facilidad al pensamiento y tendencia del presidente en turno. ¿No se han excedido en esta práctica?

–El partido ha sido muy abierto al cambio y en algunos momentos, efectivamente, ha sido receptivo de más de quien ejerce en su momento el gobierno. Pero no ha caído en el extremo de borrar sus principios ideológicos ni rechazar su gran cultura histórica. No hay institución en el mundo, ya no digamos de carácter político, que pueda ser totalmente ajena o impermeable al cambio, vaya, ni la Iglesia católica. Hay que ver la diferencia entre Benedicto XVI y Francisco, y no, no me diga que se parecen. Que no nos asuste la capacidad de adaptación o de cambio que tenga una institución; preocupémonos cuando ese cambio va en detrimento de lo que debiera ser la consistencia de esa institución.

–La disciplina es otra característica del tricolor, pero la llevan al extremo de la obediencia. Hay quienes dicen que la frase Cuando llega la instrucción se acaba la discusión ilustra bien los debates y decisiones priístas.

–En la historia de la humanidad hay tres instituciones que se caracterizan por tener la disciplina como algo muy importante: los ejércitos, las iglesias y los partidos políticos. En el PRI sí ha habido discusión interna, pero, como muy bien dice: cuando llega la instrucción se puede acabar la discusión. Sin embargo, la discusión sí se dio en la 21 asamblea del partido, donde se debatió el tema energético, aunque quizá esta discusión no se transparenta como quisieran algunos. En eso hemos sido muy cuidadosos. Y sí, también hay una influencia rectora, sin duda alguna. Pero siempre, por encima de todo, la unidad.

–¿Por qué en la oposición estuvieron contra las reformas que hoy impulsan con tal vehemencia y ahínco, particularmente la energética?

–Como senador, cuando se tocaba el tema, me manifestaba en contra. Pero hoy estoy en favor, porque la reforma energética proviene de quien busca una solución pragmática, y no ideológica. El PAN las impulsaba porque suponen que donde hay participación del Estado hay ineficiencia, corrupción y otra serie de defectos, mientras lo que hace el sector privado o lo que determina el mercado siempre tiene una virginidad y una pureza que abruman. Esto no es cierto. El modelo mexicano ha sido y sigue siendo de una economía mixta. Si se hubieran dado estos cambios en los gobiernos panistas, estaríamos metidos en un gran brete. Habríamos incurrido en una serie de excesos de los que nos estaríamos arrepintiendo ahora.

–¿Qué sigue para el partido, después de 85 años?

–El propio presidente Peña Nieto ha dicho que si no damos resultados, por muy sólidos que seamos como partido político, por muy carismático que sea nuestro presidente, el electorado nos va a dar la espalda. Estas primeras etapas han sido para sembrar y para consolidar una serie de cosas, pero evidentemente el estilo de gobernar del actual mandatario será exitoso. Es un pronóstico que me permito hacer.

–¿Con lo aprendido, hoy es más difícil que el PRI pierda una elección presidencial?

–Ya aprendimos la etapa de oposición, ya aprendimos que se puede regresar cuando se mantiene consistencia orgánica. Está muy clara la lección. Hay dos cosas que no podemos cometer, errores que cometimos en el pasado y que ahora serían imperdonables: división interna y darle la espalda a las clases populares. Si no cometemos esos dos errores, puedo garantizar que, cuando menos, la próxima elección, en 2018 –no puedo hablar más allá, sería imprudente–, la ganará el tricolor.

–Finalmente, ¿en qué quedó aquella foto de la roqueseñal, cuando usted festeja en la Cámara de Diputados la aprobación del aumento al IVA?

–Primero, no podía ser un signo, señal o movimiento corporal de triunfo, por una razón muy sencilla: la votación apenas iba a la mitad, y de hecho todavía faltaba de votar todo el PRI. Segundo, no puede ser una señal obscena, porque si usted la ve con cuidado, va a contemplar una oscilación de arriba hacia abajo, no de adelante hacia atrás. Entonces, por lo pronto no podía ser una señal de festejo ni obscena –responde Roque Villanueva, quien adelanta que está por editarse un ensayo donde da cuenta de la crisis económica de 1995, la peor que ha tenido el país en la historia del siglo XX y en lo que va del XXI, pero donde también explica, dice, el verdadero sentido de aquella foto que lo marcó.