Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de noviembre de 2009 Num: 766

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Los testigos declararon
ORLANDO ORTÍZ

Tres poemas
SARANDOS PAVLEAS

Berlín, ciudad abierta
ESTHER ANDRADI

La calle era una fiesta
YURI GÁRATE

Ossis, Wessis y döner kebab
CUINI AMELIO ORTIZ

La ciudad que más cerca queda de Berlín
LUIS FAYAD

Todo pasaba tan rápido
LUIS PULIDO RITTER

Hombre mirando al este
MARIO VÁZQUEZ

9/XI/1989: Berlín se me hizo cuento
RICARDO BADA

Lo Increible había pasado
TELMA SAVIETTO

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Espera con bandera roja y negra

Todo pasaba tan rápido

Luis Pulido Ritter*

Justo antes de comenzar este artículo, mi mujer me dice que sin la caída del Muro de Berlín jamás nos habríamos conocido.

–¿Crees que yo hubiera venido aquí a encerrarme? ¿Y voluntariamente?

Efectivamente, ella vio la caída del Muro desde Chile, sentada frente a la televisión. En cambio yo, un panameño, que había venido de Francia, por una beca de estudios, viví el acontecimiento en el ojo de la tormenta.

En una noche fría de diciembre llegué a Zoologischer Garten con mi amiga que había conocido en Friburgo, una chica que estudiaba etnología y que había estado en Jamaica por unos meses. Ir a Berlín había sido un viaje de casi quince horas, pesadísimo, un viaje absurdamente largo, considerando lo pequeña que es Alemania. Recuerdo las veces que debí cambiar de trenes y sobre todo la larga espera frente al Muro, las revisiones y controles de los policías de la República Democrática Alemana que habían entrado en los vagones con sus pastores alemanes. Me parecía inconcebible una ciudad encerrada y, sin embargo, no dejaba de ser menos excitante, porque sentía que entraba en otro mundo. Y así era Berlín. Completamente diferente a lo que había visto anteriormente. Sólo la situación de estar dentro de un muro, como una isla, que flotaba en medio de la Guerra fría, me hizo comprender inmediatamente que se terminaría en algún momento esa situación excepcional de la ciudad.

El mundo se movía bajo nuestros pies. No tenía la tranquilidad ni la paciencia para estudiar alemán, a pesar del examen inminente que se avecinaba. Mientras, con mi amiga francesa, que caminaba con un abrigo de pieles y zapatos de tacón por Berlín, íbamos a todas las lecturas, exposiciones y conciertos posibles. Ella estaba en el mismo curso de alemán que yo, pero a diferencia de mí su beca no dependía de la aprobación del curso. El día del examen, la prueba quedó vacía bajo mis ojos. Nada escribí en ella. Poco después recibí el pasaje de avión para regresar a Panamá. Camino hacia la casa de mi amiga, rompí el pasaje y lo único que pensé fue que de Europa nadie me sacaba. Mucho menos en aquel momento. Salí para Francia con una visa de pocos días, pero sentí la necesidad de volver a Berlín.

A sabiendas de que mi visa se vencía, con un marco en el bolsillo, regresé a Berlín. Aquella noche del 9 de noviembre de 1989 la caída del Muro me atrapó en un bar de jazz. Cuando salí, a las cinco y media de la mañana, sentí que, efectivamente, ya habíamos entrado en una nueva época, que algo se había terminado y el mundo seguía girando.

A partir de aquel día viví en una ciudad que había cambiado su presencia. Y con la caída del Muro podía viajar a lo largo y ancho de Alemania con mi visa vencida. Tres años después conocí a una amiga que había nacido en Berlín Oriental, una pintora que había perdido a su madre por el cáncer. Esta amiga, dos días después de la caída, realizó su sueño de toda la vida: visitar París. “Con la caída el Muro –me dijo– no me di cuenta de la muerte de ella. Todo pasaba tan rápido.”

*Escritor panameño