Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de noviembre de 2013 Num: 974

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las cartas españolas
de Freud

Ricardo Bada

La maleza de
los fantasmas

Ignacio Padilla

En los mapas
de la lengua

Juan Manuel Roca

Expedición cinegética
Luis Bernardo Pérez

Giselle: amor,
locura y exilio

Andrea Tirado

Vinicius bajo el
signo de la pasión

Rodolfo Alonso

Dos poemas
Vinicius de Moraes

Meret Oppenheim,
la musa rebelde

Esther Andradi

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
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Cinexcusas
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Germaine Gómez Haro
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Frida y Diego: objetos del deseo

París, Musée de l´Orangerie, 10 de octubre, aproximadamente las 12:00 pm, 11°c, una incesante llovizna. En una interminable fila donde se anuncia una espera de dos horas, un contingente de estoicos visitantes aguarda la entrada a la exposición Frida Kahlo-Diego Rivera: l´art en fusion, inaugurada dos días antes. Es uno de los platos fuertes del menú artístico del otoño parisino, junto con la magna retrospectiva de Braque en el Grand Palais y la controvertida y fascinante Masculin-Masculin en el Musée d´Orsay que será tema de la próxima reseña en este espacio. Inigualable pareja de blockbusters, sin duda Diego y Frida venden, pero aquí ha quedado claro que Frida vende más.

La exhibición está conformada por un centenar de piezas, entre fotografías y pinturas, la mayoría de ellas pertenecientes a la Colección del Museo Dolores Olmedo. La mítica pareja regresa a París tras una ausencia de quince años a lo largo de los cuales la figura de Frida ha alcanzado un vuelo inimaginable, mientras que el monumental Diego ha quedado un tanto relegado para el público europeo. Aunque la directora del museo, Marie-Paule Vial, insiste en recalcar que la curaduría fue concebida con el objetivo de mostrar “una visión equilibrada” de los dos artistas, la atracción de la exposición se inclina irremediablemente hacia Frida. Lo mismo sucede en el catálogo con el texto de Gérard de Cortanze –biógrafo de Kahlo– y en los ensayos de Christine Frérot y Leïla Jarbouai, quienes abordan respectivamente los temas de los discípulos y herederos de la pintora –los llamados fridos y los jóvenes que más tarde formaron parte del llamado neomexicanismo–, así como el fenómeno internacional de la fridomanía, que ha llevado la comercialización salvaje de su imagen a sus últimas consecuencias. Con gracia, Jarbouai equipara a Frida con una “Torre Eiffel mexicana”, un monumento nacional que deviene en los objetos comerciales y turísticos más inverosímiles. En estos textos, al consorte ni se le menciona.

A pesar de las buenas intenciones del equipo curatorial de l´Orangerie, la muestra no resulta tan equilibrada como se pretendió. El recorrido da inicio con una sala dedicada al trabajo de Diego realizado en Europa entre 1907 y 1921, una espléndida selección de pinturas que revelan el gran oficio que desarrolló el artista en esos años al lado de figuras como Picasso, Braque, Modigliani, Soutine, Gris, entre otros. Resulta particularmente interesante cotejar sus maravillosas composiciones cubistas con las de Braque, que se exponen paralelamente en el Grand Palais. Rivera abrevó en las fuentes de las vanguardias parisinas y las asimiló con genio y maestría, como se comprueba en las naturalezas muertas y retratos cubistas, y los paisajes cézannianos que aquí se presentan. Sin embargo, la sección que aborda su trabajo mural por el cual destaca mayormente en Europa y en el mundo resulta lamentablemente floja. Se incluyen reproducciones tamaño natural de distintos murales, bocetos, videos y fotografías de Diego pintando, pero no se consigue transmitir la grandiosidad de las obras originales. Hubiese sido deseable –aunque probablemente imposible– hacer el esfuerzo de presentar al menos uno de los murales transportables que se exhibieron en el moma de Nueva York hace dos años en la muestra Diego Rivera: murales para el Museo de Arte Moderno. En la siguiente sala se incluyó una sección que ilustra la vida cotidiana de la pareja a través de imágenes testimoniales de diversos fotógrafos reconocidos, pero la parte medular de la exposición es la sala central donde se presenta en una atmósfera íntima una magnífica selección de las obras más emblemáticas de Frida.

La exhibición en su conjunto dimensiona la relevancia y trascendencia del trabajo de los dos creadores, pero es una lástima que los franceses sigan insistiendo en folclorizar todo lo que se relaciona con nuestra cultura, pues la museografía de Hubert Le Gall, célebre diseñador de muebles y objetos decorativos, es lo más parecido a una sucursal de Fonart, con macetitas de cactus incluidas. Los muros pintados en azul añil –en alusión a la Casa Azul de Coyoacán–, verde oliva, amarillo encendido y rojo ladrillo resultan de una chabacanería insufrible. En este punto difiero radicalmente con la directora Marie-Paule Vial, quien afirma que “era imposible evocar a Frida y Diego en un decorado monocromático”. ¡Qué disparate! La obra de estos geniales artistas habla por sí sola y no requiere de decoración adicional.