Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de octubre de 2014 Num: 1025

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Cisneros
como cronista

Marco Antonio Campos

Los amores de Elenita
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Elena Poniatowska

Retrato de Dylan Thomas
Edgar Aguilar

En mi oficio o ceñudo arte
Dylan Thomas

Presencia y desaparición
del mundo maya

Vilma Fuentes

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
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La Jornada Semanal

 

Presencia y desaparición del
mundo maya

Vilma Fuentes

La gran exposición Mayas, révélation d’un temps sans fin, que tiene lugar en el museo del Quai Branly en París, es un verdadero viaje en el tiempo y en el espacio. Caminar entre las esculturas, las urnas, las máscaras, los pedazos de murales, los atlantes, transporta fuera del tiempo tal como lo conocemos. Basta mirar los objetos presentados y dejarse llevar muy lejos a un país que todavía existe y que ya no existe. La experiencia es turbadora y es acaso por eso el trastorno, el desconcertante azoro, que sentimos de entrada.

¿Dónde estamos? ¿En París o en México? ¿En Yucatán o en Guatemala? ¿O bien, en un lugar extraño porque es en parte real y en parte imaginario?

En efecto, si no podemos conocer a los mayas verdaderamente, tenemos el recurso de imaginarlos.

La civilización maya clásica se desarrolló en la península de Yucatán desde el siglo III y fue borrada del mapa a fines del primer milenio después de Cristo.

Cierto, existen numerosas obras de historiadores que narran y explican de manera excelente lo que fueron la civilización y la cultura mayas. Existen también libros sagrados tan importantes como son el Popol Vuh y el Chilam Balam. Pero el misterio persiste, intacto. Porque al contrario de otras antiguas civilizaciones desaparecidas, las cuales dejaron textos escritos antes de su evanescencia, estos libros mayas fueron redactados después de la conquista española y, sobre todo, mucho tiempo después del desvanecimiento de estas civilizaciones, cuando los habitantes abandonaron sus ciudades. Muchos textos mayas fueron quemados o destruidos por los hombres de la conquista y no disponemos de los documentos originales y auténticos escritos por los mayas mismos para explicar la historia verdadera de su desaparición. El primer trastorno provocado por los mayas es la fuerza de su silencio. Callaron y callan todavía. Se han ido dos veces. Pero se fueron en silencio, sin explicación, sin dejar una nueva dirección. Como si se hubiesen desinteresado de nuestro mundo y nos hubieran abandonado.

La abundancia, la riqueza de los objetos expuestos podría equivocar al visitante, provocar el espejismo de una civilización y una cultura vivas. El sentimiento de desaparición, ese vértigo de lo ya terminado que perdura entre ruinas, sólo puede experimentarse caminando entre los vestigios de Chichen Itzá, Tikal, Bonampak, subiendo a lo alto de sus pirámides, o lo que queda de ellas. Cómo no pensar, al visitar esta exposición, en la frase de Paul Valéry inscrita en el frontón del palacio de Chaillot: Nous autres, civilizations, nous savons maintenant que nous sommes mortelles (Nosotras, civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales).

Nos es, así, necesario un gran esfuerzo para tratar de comprender, sin cometer demasiados errores, el mundo tal como lo vivían los mayas, tanto es diferente del nuestro desde cualquier punto de vista. Otra naturaleza, otra cultura, otro pensamiento, otras costumbres, otra historia, otra cosmogonía.

Se habla de una civilización nacida en la selva virgen. Y todo atestigua cuando se admiran las cuatrocientas piezas reunidas e instaladas en el museo del Quai Branly, gracias a una notable museografía del arquitecto Jean Michel Wilmotte.

La relación constante y las múltiples correspondencias entre los mundos animal, vegetal y humano son representadas en todas las piezas expuestas: estelas, estatuas, vajilla, máscaras funerarias, frescos. Como si no hubiese separación entre estos diferentes universos. Conviven en una misteriosa armonía donde el paso de un mundo al otro se efectúa de la manera más evidente y, por así decirlo, natural. Se trata de un espacio encantado, tan sobrenatural como natural. En fin, lo más misterioso es acaso ese inframundo al cual se refieren los mayas, el cual no es ni el paraíso, ni el infierno, ni el purgatorio de la teología católica, sino un espacio inventado y que sigue siendo un enigma. Los arcanos son numerosos en la cultura maya, y el más misterioso es sin duda el fenómeno de su desaparición. Numerosas son las tentativas de explicación propuestas, pero ninguna es segura. La idea de guerras, invasiones, fue eliminada por arqueólogos e historiadores. Los geólogos proponen la idea de una sequía. Pero los expertos científicos dudan, pues una gran sequía deja huellas que serían visibles incluso siglos después. ¿Una epidemia, entonces? También en este caso, los actuales métodos de investigación científica permitirían encontrar pruebas. Ahora bien, no las hay. Nos vemos reducidos a considerar que, a pesar de los trabajos de tantos investigadores, la parte de lo desconocido de la civilización maya es aún más importante que la parte conocida.

Queda la belleza de todas estas obras, estos tesoros expuestos ahora (y hasta febrero de 2015) en el museo del Quai Branly para el regocijo de los visitantes.

“El arte sobrevive a las sociedades que lo crean. Es la cima visible de este iceberg que representa cada civilización desaparecida”, escribe Octavio Paz. Y esta observación parece particularmente apropiada para los mayas. Quizás no podemos comprender sino una pequeña parte de esta cultura y esta civilización, pero sí podemos sentirnos fascinados por la belleza estética de estas esculturas. De ellas emana un poder mágico que sobrevive a los siglos y, al mismo tiempo, poseen una extraordinaria fuerza moderna. Y sí, se trata en efecto de la revelación de un tiempo sin fin, como reza el título de la exposición. No puede dejar de recordarse el poema de Gorostiza: Muerte sin fin. Aquí, ahora, allá, ayer, hoy, los mayas nos ofrecen una vida sin fin.

El encuentro con el universo maya nos coloca frente a un pensamiento diferente al nuestro. Es quizás eso lo que vuelve tan precioso este reencuentro: tenemos siempre algo qué aprender de ésa, de ése o de ésos que  nos son tan lejanos y cercanos.