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Se considera un ícono para aquellos que aún no salen del clóset

Al revelar que es gay, Orlando Cruz combate la homofobia

El boxeador puertorriqueño promueve el respeto y la comprensión

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El boxeador Orlando Cruz portó en 2013 un calzoncillo con los colores del arcoírisFoto Jam Media
 
Periódico La Jornada
Martes 22 de marzo de 2016, p. a15

Un día antes de que Benny Paret saliera en estado de coma rumbo al hospital, donde murió, insultó a su rival Emile Griffith; durante el pesaje lo llamó maricón y le tocó las nalgas para hacer más estridentes los rumores de que era homosexual. La afrenta estuvo a punto de terminar en un combate adelantado. El escritor estadunidense Norman Mailer cuenta este episodio en un artículo de la época, en el cual describió la sangrienta contienda que ocurrió hace medio siglo, el 24 de marzo de 1962.

La ira de Griffith por el incidente –narra el escritor– fue extrema. Descargó tantos golpes sobre Paret que consternó al público, y con tanta fuerza que retumbaban en la arena como si un bate de beisbol destrozara una calabaza. Paret murió días después por la golpiza. Cuarenta años más tarde, Griffith admitió su homosexualidad y padeció el rechazo colectivo. Una frase resumió el costo de hacer pública su vida privada: Cuando maté a un hombre me lo perdonaron, pero cuando dije que amo a un hombre me dejaron solo.

El puertorriqueño Orlando Cruz, boxeador profesional que ha disputado el título mundial ligero, conoce el episodio. No sólo porque se trata de la historia de su oficio, sino porque decidió hacer pública su identidad de deportista gay. Una declaración de principios en una disciplina que sublima los atributos imaginarios que se asocian a la masculinidad.

En los años de Griffith lo mataban si aceptaba que era gay, dice el peleador, quien disputó el campeonato mundial con un calzoncillo con los colores del arcoíris, no con los de la bandera de su país, como se acostumbra. Negro y homosexual, eso era lo peor en la época de Griffith.

Cruz se asume ante todo como deportista. Pero flamea también con la consigna de que los atletas gays que lo asumen de manera pública dan visibilidad a una población que vive bajo el peso de los estigmas.

Soy un ícono para muchos deportistas que aún no salen del clóset, dice enfático. Quiero ayudar para que puedan salir y gritar, como yo grité a Puerto Rico y al mundo entero: soy un hombre gay, un boxeador gay y me siento feliz con lo que hago y con mi vida.

El mundo que le tocó vivir a Jason Collins, primer jugador de la NBA en activo que reveló su identidad gay, es distinto al de Griffith. Lo declaró con orgullo en una entrevista a Sports Illustrated y apareció en una portada muy celebrada en 2013.

Que figuras del deporte digan de manera pública que son gays tiene un impacto social muy fuerte, piensa el boxeador. Es simple, pero hacen visible a una comunidad muy grande, promueven el respeto y la aceptación. También hacen que la gente sea más comprensiva.

Cruz propaga este mensaje en cada pelea, en cada entrevista, porque tiene la esperanza de que provoca una reacción que empieza con otros deportistas con dudas, pero que al final desemboca en una sociedad respetuosa de la diferencia.

La reticencia intolerante ahí está y debe ser derribada, considera Cruz. Parte de su estrategia es romper los estereotipos que se endilgan a lo que la imaginación conservadora atribuye a la identidad gay. Ni débiles ni frágiles como esencia.

Los homofóbicos piensan que las personas de la comunidad gay somos débiles y frágiles, que no podemos ser distintos a como ellos nos imaginan, plantea. Yo soy un hombre fuerte y valiente. Todas mis facetas son un mensaje contra los que odian y hacen daño.

En febrero pasado, el filipino Manny Pacquiao comparó a los gays con animales y criticó de antinatural que haya matrimonios entre personas del mismo sexo. Cruz se ofreció a educarlo porque esas declaraciones, al venir de una figura tan famosa, le parecen irresponsables y perniciosas.

“Si Manny está en contra del matrimonio gay, es respetable; lo único que tiene que hacer es no casarse con un hombre, eso es todo”, revira.

Orlando recuerda siempre ese episodio amargo que vivió Griffith hace medio siglo. Hoy el puertorriqueño puede declarar sin amargura: Nada hay de malo en amar y querer a un hombre.