Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de junio de 2010 Num: 796

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Fernando Arrabal y lo exultante
JOSÉ LUIS MERINO

Dos poemas
YORGUÍS KÓSTSIRAS

El puente del arco iris
LEANDRO ARELLANO

La victoria del juez Garzón
RODOLFO ALONSO

Miguel Delibes contra los malos amores
YOLANDA RINALDI

La edición independiente
RICARDO VENEGAS entrevista con UBERTO STABILE

251 años de Tristram Shandy
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Kandinsky y su legado artístico
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Enrique López Aguilar
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Fama póstuma

No me interesa la fama póstuma… De hecho, no me interesa nada póstumo
Arturo Souto, Conversación con Federico Patán y E. L. A .

Frente al misterio magnífico, irrepetible de la vida, Unamuno se quedaba estupefacto ante el hecho escandaloso de la muerte. Quiso buscar el consuelo en la fe cristiana, pero su aguda inteligencia no lo dejó mullirse en el precario alivio de la prometida “vida eterna”, ni en la dádiva de la fe; luego afirmó que, de alguna manera, el ser humano se perpetúa en las obras intelectuales y en los hijos, descendencias que dependerán del ejercicio de alguna clase de (des)memoria: la muerte perfecta, entonces, consiste en el olvido total del público y los hijos, nietos, bisnietos…

Stendhal dijo, proféticamente:  “Seré comprendido dentro de cien años”; Mahler, no menos vislumbrador, declaró: “Mi día llegará.” Para entrambos casos no faltará el pragmático que les responda:  “Sí, ¿pero eso de qué te sirve si ya no lo vas a presenciar?” De que los tres autores tuvieron razón, no cabe la menor duda: ahí están los (cada vez menos leídos) libros de Unamuno, dos inevitables novelas de Stendhal (Rojo y negro, La cartuja de Parma); las nueve sinfonías y los ciclos de canciones de Mahler. Eso es algo muy bueno para todos nosotros, pero no creo que sus respectivas famas póstumas sirvan de alivio a los tres autores que ahora nadan en la quietud de la Nada.

En niveles mucho más cotidianos (por lo mismo, poco prestigiosos, puesto que no dependen de ninguna irradiación que no sea la personal), recuerdo dos comentarios igual de contundentes en el ámbito familiar: poco tiempo antes de que mi madre muriera (traté de intervenir como supuesto conocedor de su fe católica), le dije que “después nos mirarás y cuidarás desde el Cielo”: su frase fue demoledora:  “No te creas”; muerta mi madre, hablé de ella con su hermana mayor, que es monja, y le dije: “Ahora nos mira desde el Cielo”, y su respuesta fue: “No te creas.” Ambas conversaciones trajeron a mi recuerdo una frase italianizante que mi padre repetía a cada rato: “No es lo mismo morire che parlare della morte.” Lo cual me lleva al hecho de considerar que la vida es irresponsable e impetuosa, de que está pletórica de inmortalidad, lo cual nos convierte en una suerte de perpetuos jóvenes impulsivos colocados entre dos visiones distintas: “A coger y a mamar/ que el mundo se va a acabar”, o el sorjuanesco y prudente: “Si los riesgos del mar considerara,/ ninguno se embarcara.”


Miguel de Unamuno

Cuando niño, fue inevitable que pasara por los temores hacia el Coco, la Llorona y todos los fantasmas que atormentaban nuestra infancia. Las escuelas católicas se solazaban martirizando a sus jóvenes creyentes poniéndoles enfrente imágenes monstruosas de almas condenadas al infierno, de seres torturados, de trasgos espantosos cuyo solo interés para regresar al mundo de los vivos eran el susto y la demostración de que el infierno existía. Eran los aparecidos y sólo llegaban para espantar, no para confortar: por ahí andaba una historietita que se llamaba Tradiciones y leyendas de la Colonia, experta en esos temas. Para los niños sesenteros, leer sus páginas era como degustar kilos de chamoy espiritual. Desde luego, el gran asustador era el mismísimo Chamuco, el Diablo, Luzbel, Satanás…

En los paseos donde caía la noche, fuera de la ciudad, el tema era el mismo: los muertos se levantan, regresan los espíritus. La verdad es que, salvo el natural rechinar de muebles de madera, o el silbido del viento entre las hojas de los árboles, o las sombras curiosas que proyecta la luz de la luna, ninguno de nosotros vio nada. Eran más temibles las palabras de todos y los miedos compartidos que la presencia “fantasmal”.

Ver para creer, como dicen que dijo Tomás, el apóstol que reemplazó a Judas después de los turbulentos días del Calvario. Si yo me encontrara con la Llorona, por ejemplo, no dudaría en acercarme a ella. La saludaría de mano y le diría: “Gracias, mujer, ahora sé que existe la otra vida.” Ha sido mucho más factible encontrarme con personas vivas y tenebrosas en el deambular del trabajo, la calle, el día y las noticias, que en el trasiego metafísico de las ensoñaciones nocturnas. Por lo pronto, ningún fantasma querido o detestado ha venido a visitarme. Como dije, es mucho más probable toparme con presencias cotidianas que son desagradabilísimas respecto a la insólita aparición de Ana Bolena con su cabeza en la mano.

Esta vida es única: la previa es las de mis ancestros y la siguiente la de mi descendencia. Sólo aquí y ahora está lo nuestro, lo posible.