Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1o de julio de 2012 Num: 904

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caso Pasolini, un asesinato político
Annunziata Rossi

Gracias, Elena
Raquel Serur

Poniatowska, 80 años de sensibilidad e inteligencia
Adolfo Castañón

Ay, Elena…
María Luisa Puga

La feria de
Juan José Arreola

José María Espinasa

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Gracias, Elena

Raquel Serur

La Jesusa Palancares de Elena Poniatowska

¿Qué es lo que atraviesa a todas las Elenas Poniatowska? ¿A la periodista, a la narradora de ficción, a la cronista, a la amiga? Me contesto con una sola palabra y ésta es: congruencia. ¿Qué quiero decir con esto?

Elena Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor nace en París el 19 de mayo de 1932. Es hija de una mexicana, Paula Amor, y del descendiente del último rey de Polonia, el príncipe Jean E. Poniatowski. Es decir, llega a México en 1942, cuando sólo tiene diez años de edad.

Cuando hablamos de estos datos tenemos que hacer un esfuerzo desde el presente de la escritora Elena Poniatowska e imaginarnos lo que implicó para la niña de diez años pasar de vivir en París y llegar a Ciudad de México. Con la enorme sensibilidad de Elena Poniatowska, podríamos pensar que una de las cosas que más le impactó a la niña Elena, de México, seguramente fue la desigualdad social. Esto es evidente porque tanto en su obra de ficción, como en su periodismo y en su crónica, la Poniatowska decide poner el acento en el mundo de los marginales. Antes de llegar a México, por el simple hecho de tener una madre mexicana, Elena Poniatowska se sabe parte de dos mundos, el de la cultura europea y el de la cultura mexicana. Se sabe princesa, se sabe parte de la familia Amor y, sin embargo, quizá de lo que se dio cuenta Elenita muy temprano, al llegar a México, es que el mundo mexicano al que pertenecía la madre era un mundo de suyo muy europeizante. Lo que también seguramente descubre al llegar a México es que la riqueza y complejidad de la cultura mexicana se encuentran en formas de ser y de aprehender el mundo que nada, o poco, tienen que ver con el México de las clases dominantes. Su curiosidad y su inteligencia la llevan a explorar esta cultura singular que surge de un largo proceso de mestizaje, de un colonialismo que hizo aparecer formas de comportamiento completamente distintas, distantes ya, tanto del mundo indígena como del español.


Siqueiros durante una charla con Elena Poniatowska, en Lecumberri Foto: Héctor García

Quizá muy temprano, quizá en la forma de ser del mundo materno, Elena se da cuenta de que el racismo y clasismo mexicano consiste en invisibilizar al otro, a aquél de extracción humilde, al que, a lo largo de los siglos, en el mundo colonial primero y colonizado después, le toca en suerte ser el dominado frente al dominante; a quien tocó encarnar el dolor del colonialismo y quien, para superarlo, echa mano, en su condición de mestizo cultural (un concepto que elaboró ampliamente Bolívar Echeverría), del recurso a la imaginación;  para vivir, dignamente, en un mundo que de otra manera sería invivible, el recurso a la imaginación es indispensable. Para dar un ejemplo claro tendríamos que hablar de Jesusa Palancares, en quien Elena Poniatowska se basa para escribir Hasta no verte Jesús mío.

Elena decide, seguramente muy temprano en su vida, no seguir las pautas de comportamiento propias de su clase y condición; decide no pasar de largo la mirada sobre el doliente. Más bien, escoge detenerse en él o en ellos. Le interesa darle voz con su pluma y, al hacerlo, poder comprender mejor su dolor y entender también, de mejor manera, a toda una parte de la sociedad mexicana que, si bien está marginada del poder económico y político, es importantísima en términos de la cultura nacional en el más amplio sentido del término, es decir, en el sentido de la mexicanidad, que tanto trabajo ha costado a escritores, sociólogos y psicoanalistas definir en qué consiste. Ni Paz en El laberinto de la soledad, ni Santiago Ramírez en El mexicano: psicología de sus motivaciones, logran dar en el clavo sobre el asunto.

Elena Poniatowska se da cuenta también de lo difícil, si no imposible, de la tarea. Por lo mismo, también sabe que es en la ficción, o mediante la ficción, que ciertos rasgos de lo mexicano pueden ponerse al descubierto. La cultura mexicana es, para Elena Poniatowska, la cultura que trasmina de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Si el de arriba mira a París y habla francés, el de abajo mira las ruinas de su mundo indígena y habla tzotzil o náhuatl, o no habla lengua indígena alguna pero sí come chile, frijol y tortilla y echa mano de la imaginación recurriendo a mitos y ritos que el colonial, católico y español, nunca logró erradicar por completo. El mundo cultural que le interesa a Poniatowska es el mundo que se produce y reproduce en el cotidiano acontecer del día a día; en donde decantan ciertas formas culturales que, aún hoy día y en crisis, se resisten a desaparecer a pesar de los embates de la modernidad. Es así que el personaje de Hasta no verte Jesús mío vive en este México, sí, pero también está segura de que ésta es la tercera vez que regresa a la tierra: “Esta es la tercera vez que regreso a la tierra, pero nunca había sufrido tanto como en esta reencarnación ya que en la anterior fui reina. Lo sé porque en una videncia que tuve me vi la cola.” Esta certeza le permite, al personaje, poner su vida actual en perspectiva y vivir de lleno en la imaginación mítica y ritual, culturalmente aceptada por sus congéneres en Oaxaca, quienes también hablan de la “Obra espiritual” sin que esto impida que sean fieles al catolicismo:

En la Obra Espiritual les conté mi revelación y me dijeron que toda esa ropa blanca era el hábito con el que tenía que hacerme presente a la hora del Juicio y que el Señor me había concedido contemplarme tal y como fui en alguna de las tres veces que vine a la tierra.


Una mujer no identificada y las escritoras Elena Poniatowska y Elena Garro en 1968. Foto: Héctor García/ Coordinación Nacional de Literatura

Jesusa Palancares, personaje singular del México revolucionario, en la ficción de Elena Poniatowska cobra vida para mostrar una existencia en donde la arbitrariedad, el agotamiento cotidiano y la miseria marcan la historia de esa mujer que trabajó como sirvienta y como obrera pero que también fuera una combatiente en la época de la Revolución mexicana. El sostén de todas las Jesusas Palancares, nos muestra Poniatowska, fue su cultura y su fe en la “Obra Espiritual”. Es decir, el sincretismo religioso de Jesusa Palancares le permite trascender esta vida en donde sufre tanto, por la vía de la imaginación mítico-poética en donde recuerda el haber sido reina en una vida anterior, y es eso lo que le da amparo y protección.

La ironía del relato se centra, además de en el propio transcurrir, sobre todo en el final donde Jesusa, no sin dolor, admite: “Yo no creo que la gente sea buena, la mera verdad, no. Sólo Jesucristo y no lo conocí.”

De esta manera, Elena Poniatowska crea un personaje poderoso en la literatura mexicana y da voz a una mujer que, en su dolor, se aferra a sus valores espirituales para soportar la vida en turno, en un México poco compasivo con sus dolientes.

Vertientes de la literatura mexicana en el siglo XX

En la primera mitad del siglo XX en México, podemos observar dos líneas, dos maneras de aproximarse al quehacer literario. Una, marcada por la poesía de los Contemporáneos, es una literatura que versa sobre sí misma. Sus logros son evidentes en autores como Villaurrutia o Gorostiza, por ejemplo, y desemboca en la obra de nuestro premio Nobel Octavio Paz. Es una literatura que está al tanto de las corrientes europeas de vanguardia y que ensaya y logra una producción original en español con una clara tendencia a la universalidad.

La otra vertiente es la que se ha dado en llamar “novela de la Revolución mexicana”. Comienza con Los de abajo, de Mariano Azuela, y encuentra su cumbre más alta en Pedro Páramo. En esta novela, Juan Rulfo logra narrar los acontecimientos de la época revolucionaria y de la rebelión cristera mediante una estrategia narrativa en donde el relato, de manera contrapuntística, pasa de lo realista a lo fantástico. De esta manera, Rulfo no sólo nos cuenta, a su manera, la historia de la Revolución mexicana, sino que la inserta en un contexto cultural en donde nos sugiere que el registro a lo fantástico es parte del cotidiano vivir del pueblo mexicano.

A partir de los años sesenta se diversifica el panorama y encontramos, por un lado, lo que el crítico literario estadunidense Juan Bruce Novoa denominó “la generación de medio siglo” refiriéndose sobre todo a Juan García Ponce y Salvador Elizondo. Por otro lado, aparecen dos periodistas, cronistas y escritores de ficción de primer nivel: Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. Si el primer grupo se vincula con Paz y su revista, Monsiváis y Poniatowska podríamos decir que se inscriben, estirando mucho el concepto, en el grupo de escritores de la Revolución mexicana. Es indispensable, para entender el México de la segunda mitad del siglo XX, leer las crónicas de Monsiváis y de Elena Poniatowska.

La noche de Tlatelolco y Fuerte es el silencio son dos botones de muestra. La masacre estudiantil y el terremoto que sacudió a Ciudad de México son dos momentos de crisis por los que atravesó México y que quedaron registrados en la pluma de Elena.

Por otra parte, Hasta no verte Jesús mío continúa la línea abierta por Rulfo y tiene la voluntad, en este caso, de hacer visible a la mujer común y corriente, de extracción humilde y de cultura sólida.

Querida Elena, te abraza Raquel


Elena Poniatowska en una imagen de 1968 Foto: autor anónimo/ Coordinación Nacional de Literatura

Si bien te conozco desde hace más de veinte años, es en la última etapa de mi vida en que he disfrutado de una amistad más cercana contigo. A raíz de la muerte de mi compañero de vida, Bolívar Echeverría, y de nuestro común amigo, Carlos Monsiváis, te acercaste a mí con toda la dulzura y solidaridad de la que eres capaz, y que es mucha. Frente al dolor, nunca dudas en tender la mano y ofrecerte en una sonrisa que reconforta y alegra.

En medio de tus múltiples compromisos, te diste tiempo de asistir a los exámenes profesionales de mis dos hijos, un gesto cariñoso y un respaldo al inicio de su  vida profesional. A menudo me invitas a cenar a tu casa, y además de la siempre interesante conversación, no dejan de darse escenas que se podrían calificar de surrealistas, pues regañas a Monsi o a Váis para que se desistan de alguna de sus travesuras. Escucharte decir: “Bájate, Monsi”, me sorprende,  aunque sepa que aludes a uno de tus  gatos.

Tu amistad es uno de los regalos más entrañables e  invaluables que me ha dado la vida en estos tiempos difíciles y agradezco al destino que se haya dado. Esos muchos pequeños actos de solidaridad conmigo, como los recortes de periódicos donde aparece alguna noticia sobre Bolívar o algún comentario a su obra, muestran lo atenta que estás con el doliente.

Y creo que precisamente esa característica, que está todo el tiempo presente en tu trato, también recorre tu  escritura. Por todo esto, por tu vida, por tu obra, por tu congruencia y por tu ejemplo, te doy las gracias, Elena Poniatowska.