Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de mayo de 2008 Num: 688

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Un pornógrafo sublime
RAÚL OLVERA MIJARES

Poética
ARIS ALEXANDROU

La batuta de Morricone
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Morricone en Oriente
LEANDRO ARELLANO

Ricardo Martínez:
rigor y poesía

MARCO ANTONIO CAMPOS

Escribir y ser otro
JUAN MANUEL GARCÍA Entrevista con MARIO BELLATIN

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Enrique López Aguilar
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Arte y neurosis

A Luis Pérez,
el señor chaparrito de Margolín

Casi parece natural que las emotividades del arte convoquen el deseo de conocer a los artistas, de hurgar en sus biografías, de entender cómo una persona pudo ser tocada por la trascendencia para dar a los profanos una porción del Paraíso que les fue dado conocer. Como, además, alrededor de ellos se ha inventado la leyenda de Apolo y las Musas, o se ha reforzado la idea de la genialidad y la percepción de que el Espíritu (la idea está disputada entre Platón y Hegel) desciende sobre él para “raptarlo” (la imagen es de Beethoven), cosa que sólo ocurre con los elegidos, a veces resulta muy difícil separar la recepción de la obra estética de la leyenda que la persigue.

¿Hoy se puede escuchar la Quinta, de Beethoven, sin saber, previamente, que las cuatro notas iniciales son indicio de que “así llama el Destino a nuestra puerta” –frase atribuida a un autor que, encima de todo, estaba quedándose sordo? Casi resulta imposible esa pureza receptiva: demasiada información precede al encuentro con la obra, de manera que si no es por las biografías, es por la publicidad, el cine, la tele o cualquier otro medio que uno se entera de los “avances” de las obras: antes de la Quinta ya está la cara de Beethoven, y antes de su rostro, la leyenda de la sordera. Durante mi infancia, cualquier niño tarareaba las cuatro notas de la Quinta con la frasecilla: “le-che-con-pan”, y ninguno sabía nada de la sinfonía ni del compositor, ni sospechaba la anacrusa anterior a la primera nota.


Gustav Mahler

He conocido a jóvenes proyectos que deseaban ser escritores para insertarse en La Fama –hoy, alguno de ellos aparece, por lo menos, en el círculo impreso de los chismes literarios. A mí me parece mala idea pretender volverse artista para ser famoso (con las oportunidades que ahora ofrecen las notas rosa, roja y amarilla, o la actividad política), pues no hay cosa más desquiciante que la de ser perseguido por los fans y no dar paso sin el huarache de chismosos y paparazzi. El trabajo artístico requiere de paz y silencio, no de la histeria que perseguía a Los Beatles, pero es notorio que hay personalidades que necesitan del aplauso como alimento y del reconocimiento como signo de identidad. No debe haber sido fácil ser Borges y escuchar en cada calle bonaerense: “Che, ¿y cuándo nos das el Nóbel?” También es cierto que son muchos los llamados y pocos los escogidos: hay famas póstumas que ya no pueden hacer felices a sus afamados, como en los casos de Stendhal y Mahler, quienes no tuvieron más remedio que profetizar que serían entendidos cien años después. Hay otros que casi nunca llenan una sala de conciertos, como Bruckner en México (pero cuando famosos como Jaime Sabines abarrotaban la Sala Nezahualcóyotl, los “cultos” que colaboran en revistas políticamente correctas siempre vivieron eso como un agravio personal, aunque no supieran de poesía).

Todo lo cual me lleva de la mano a cavilar la siguiente reflexión: si el artista es un intermediario entre el Espíritu y la Materia, ¿vale la pena conocerlo personalmente para encontrar los lazos entre lo Tangible y lo Intangible, entre el Genio y lo Común? Cuando una persona se dedica al Arte (a cualquier arte), debe tener una buena dosis de obsesividad (claro indicio de neurosis, según los entendidos). ¿Cómo se aprende a tocar el piano, a escribir un soneto o a dibujar un buen retrato? Con repeticiones y una cantidad inimaginable de horas-nalga. Nada de que el Espíritu descendió sobre mí y me hizo hablar en lenguas. Si además de la interpretación se pretende ser creador, eso supone otro trabajo adicional (que no se adquiere en cursillos relámpago). Como el artista tiende a extraer de sí mismo lo que ofrecerá al público, puede ocurrir que también tienda a ser narcisista (eso se hermana con el deseo de reconocimiento y aplauso) y a una especie de descontrol social reiterado. Es ameno contar anécdotas acerca de cómo Miguel Ángel le tiró una brocha a Julio ii desde un andamio de la Sixtina, o cómo Beethoven volteó un plato de sopa caliente encima de la cabeza de un mesero, o escandalizarse por cómo Picasso le quemó la mejilla a una de sus guapas novias con un puro encendido, pero es imposible convivir con esas “genialidades”.

En arte, lo importante es la obra; el artista debería quedar en segundo plano y hoy esa tarea resulta casi imposible: fotos, chismes, noticias y famas se sobreponen a la recepción del texto, contaminándolo. Feliz el primer veedor de la obra de Frida, ignorante de Frida y de su fama posterior.